Dismorfofobia: cuando lo que ves en el espejo no es real
Las personas que la padecen llegan a ver y sentir defectos en sus cuerpos que no son reales, todo ello también influenciado por una sociedad que nos obsesiona con cánones de belleza imposibles.
Tener un cuerpo perfecto. ¿Y qué es eso? Por lo visto recortar curvas, cambiar formas, o resaltar algunos atributos, como si la diversidad en nuestra anatomía no existiera. Como si todos realmente fuéramos iguales, o deberíamos de serlo. La denuncia de la actriz Inma Cuesta ante los retoques excesivos de sus fotografías con Photoshop ha reabierto el debate sobre la obsesión social con los cuerpos perfectos. Un debate que es mucho más serio de lo que parece porque stas obsesiones pueden llegar a limitar nuestras vidas. Ese es el caso de los pacientes que padecen dismorfofobia, una enfermedad que el psiquiatra y psicoterapeuta Sergio Oliveros describe como “un trastorno mental debido al cual un sujeto percibe una parte de su cuerpo con una forma o un tamaño distintos al que realmente tienen. Si tal convicción es irreductible al razonamiento lógico se trata de una dismorfofobia de tipo delirante, si no es irreductible a la argumentación lógica es de tipo neurótico”. Es decir, una obsesión que nos lleva a ver “defectos” en nuestro cuerpo, donde realmente no los hay.
Esta es precisamente la dolencia de Pablo, un joven de 27 años, que explica que, en su caso, sus obsesiones “siempre tienen una parte real, aunque sea mínima”, como por ejemplo la forma de su nariz. La cuestión es que esta visión deformada de la realidad llega a ser percibida por todos los sentidos y no solo por la vista. Tal y como describe Pablo “puedes ver esa parte de tu cuerpo exactamente de la manera en que lo describes, pero es que a la vez puedes sentirlo como si fuese físicamente real. Llegas a palparlo con tus manos, con movimientos del cuerpo y lo sientes exactamente como lo ves”. Matizando esta cuestión, el Dr. Oliveros explica que “la dismorfofobia delirante está causada por alteraciones cerebrales de origen genético, mientras que la de tipo neurótico suele desarrollarse en personalidades obsesivas, fóbicas, narcisistas, histriónicas o depresivas”. Así, la idea es que el sujeto centra los aspectos indeseables que cree tener, en un único aspecto de su morfología corporal (una nariz grande, un pecho pequeño, etc.)”. Una de las soluciones a las que acuden estas personas es la cirugía estética, puesto que “desean corregirlo quirúrgicamente como forma rápida y eficaz de eliminar de un ‘plumazo’ todo lo que encuentra indeseable en sí mismo”. Sin embargo, esta opción suele ser un error, ya que el defecto está más en la mente que en el cuerpo, por lo que como explica el especialista “tras la cirugía es muy habitual que se muestren insatisfechos y recurran a muchas reintervenciones o demanden al cirujano por no haber resuelto o haber agravado su supuesta deformidad. Por eso es cada vez más frecuente que los cirujanos plásticos exijan al paciente un examen psiquiátrico previo a la intervención”.
El sentimiento que Pablo señala ante este problema es simple: “Una angustia y una pena enormes”. Tanto que, como él mismo relata desde su propia experiencia personal, “puede condicionar todos y cada uno de los aspectos de tu vida social y personal, desde actividades, pensamientos, carácter y humor, y sobre todo las relaciones con el resto de las personas”.
En este sentido, el psiquiatra apunta que “en el tipo neurótico, el paciente tiene un convencimiento rígido de que una parte de sí mismo es deforme. Tal idea ocupa la mayor parte de su actividad mental, por lo que se muestra irritable, ansioso, y suele resultar frecuente el insomnio, el aislamiento social y familiar, el desinterés por la sexualidad y cualquier actividad placentera, disminuyendo además su rendimiento académico o laboral y mostrando irritación cuando es confrontado con su idea dismorfofóbica. El tipo delirante, por su parte, concurre con otros síntomas psicóticos, con lo que presenta una conducta abigarrada, de forma añadida”. En cuanto al tratamiento, Oliveros explica que “en el tipo psicótico es más sencillo, en la medida que responde rápidamente a la medicación con antipsicóticos. En el tipo neurótico es necesaria una medicación que disminuya la rigidez de su pensamiento (inhibidores de la recaptación de serotonina, por ejemplo) pero sobre todo una psicoterapia que le permita elaborar el conflicto inconsciente subyacente a la idea dismorfofóbica”.
Precisamente sobre el tipo de terapia a seguir, la psicóloga Nuria Álvarez señala que “las terapias que suelen ser más eficaces para el tratamiento de la imagen corporal son las cognitivo-conductuales. Se trata con ellas de ayudar a que las personas acepten su cuerpo, disminuyan las emociones desagradables que éste les genera y modifiquen los pensamientos irracionales y negativos que tienen sobre su imagen”. Respecto a cómo puede ayudar la gente de su entorno, Álvarez matiza que “lo primero de todo es no pasar por alto este trastorno y darle la importancia que tiene. Estos pacientes se sienten incomprendidos y su autoestima se ve muy afectada, por ello hay que esforzarse en escucharles, comprender el sufrimiento que conlleva este trastorno y proponerles recibir atención psicológica es la mejor ayuda que podemos darles”.
La influencia de la sociedad
Como bien recuerda la psicóloga, aunque estos son casos extremos, en la actualidad “sentirnos satisfechos o contentos con el cuerpo que tenemos no parece tarea fácil, ya que la idea de belleza que nos transmiten es casi inalcanzable”. Por ello, en su opinión si tachamos de “defectos” lo que se aleja de los cánones de belleza actuales, estaremos dando el primer paso para llegar a obsesionarnos y preocuparnos en exceso por el cuerpo. Tarea difícil cuando todos retocamos nuestras fotos de perfiles en redes sociales, o nos hacemos devotos del “filtro para todo”, en un intento de dar una imagen virtual mejorada de nosotros mismos, como si la nuestra no fuera lo suficientemente buena.
No hay que perder de vista que la belleza es algo relativo, que de hecho cada persona tiene una idea de lo que es bello o “sexy”, y que estos cánones de belleza varían no sólo a lo largo de los años, sino también a lo largo de la geografía, según los estándares de cada una de las culturas. Por todo ello, es obvio que no todos podemos responder a un mismo tipo de cuerpo, ni autocastigarnos si no lo hacemos. Algo así como entender que hay muchos tipos de tarta, y no a todos les gusta la de chocolate.
Sin embargo, pese a que todos sabemos, o deberíamos saber esto, “ser objetivos con nosotros mismos no es sencillo. Nuestras creencias, sensaciones, los complejos que nos han ido acompañando durante mucho tiempo o el compararnos, casi sin darnos cuenta, con los demás, hace que nuestra percepción sea más subjetiva que objetiva”, insiste Nuria Álvarez. “Que sea así no quiere decir que no sepamos diferenciar entre lo que es un cuerpo con medidas proporcionales o si se aleja, o se corresponde, con los cánones de belleza actuales”.
Por todo ello la psicóloga se empeña en resaltar que “los mensajes que recibimos de los medios de comunicación deberíamos contrastarlos con la vida real. El exceso de retoques en las imágenes que vemos, cuerpos en los que prima la estética por encima de la salud o que una mayoría no se sienta identificada con las personas de las pasarelas, anuncios o videoclips, nos está diciendo que nuestros cuerpos, no son defectuosos, ni horribles ni alejados de la normalidad. Están alejados de la ficción y de lo imposible que nos muestran”. Así, Álvarez concluye dejando una pregunta en el aire: “¿Por qué compararnos con algo irreal, sufrir haciéndolo y terminar frustrándonos por no alcanzar algo que, quien nos lo muestra, sabe que es imposible?”. La respuesta parece clara, lástima que nos cueste tanto verla.
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