Por qué muchas personas operadas se parecen entre sí
Determinadas decisiones al pasar por consulta han llevado a que muchos pacientes compartan facciones tras sus intervenciones estéticas. Dos expertos nos cuentan cuáles evitar si no se quiere que pase.
«¿Por qué ser tú, cuando puedes ser yo?». Esta era la pregunta que lanzaba, en los años 90, una campaña de la ONG canadiense Concerned Children’s Advertisers, organización dedicada a concienciar a los jóvenes sobre diferentes aspectos de su vida. En ella, advertían de los peligros de los mensajes que se lanzaban entonces en la industria de la belleza, dos décadas antes de abrazar la diversidad, y que llevaban a muchas adolescentes a aspirar a un canon estético imposible.
En estos años, precisamente, es donde el doctor Leo Cerrud, con clínica propia, sitúa los mayores errores cometidos en medicina estética, que han llevado a que muchos pacientes sometidos entonces a alguna intervención muestren facciones muy similares. Aunque recalca que se está volviendo a dar. «Los modelos están cambiando y, con ellos, el gusto. Lo que era considerado ‘mal gusto’ en estética ahora es lo más demandado. A la muchachada le gusta lo extremo». No hace falta irse muy lejos para encontrar un ejemplo de esto. King Jedet, artista multidisciplinar, defiende la aguja y el bisturí, y en más de una ocasión ha confesado sus operaciones (de las últimas veces, en la tercera temporada de Paquita Salas). Su referente, como nos contó en el número de mayo: Kylie Jenner. «Los resultados exagerados en ellos, como bocas y pómulos más o menos proyectados, se suelen dar con materiales temporales que desaparecen tras unos siete meses», aclara el doctor Cerrud.
Pero volvamos a los años del ‘todo vale’. En general, el doctor Cerrud reduce estos malos resultados a un gran culpable: los materiales permanentes. «El uso de los tristemente famosos biopolímeros fue frecuente entonces. Un ejemplo claro de sus consecuencias es Donatella Versace». ¿Y por qué se recurría a ellas? «Nadie sabía qué iba a pasar con esos productos y se usaron a diestro y siniestro en todo tipo de clínicas, de mejor o peor pelaje. Era lo que había y ahora hay un batallón de mujeres y hombres llenos de biopolímeros y estigmatizados de por vida». Y, por si fuera poco, no tiene remedio. «Algunos cirujanos se atreven a extraer el producto quirúrgicamente, pero es tremendamente difícil y hasta peligroso».
Los errores, por zonas
Uno de los fallos más comunes para el experto se localiza en los pómulos. Al inyectarse materiales inadecuados para marcarlos, se generan unos relieves que acaban asemejando estas facciones sometidas a la inyección. «Las ‘pelotas’ en la cara se evidencian y hasta empeoran con la sonrisa», explica el profesional. «Para que no se note el relleno facial, se deben evitar los pómulos cuando se trabaja con el contorno del rostro».
Otra de las meteduras de pata ocurre en la frente con la toxina botulínica y se evidencia en las cejas, conocidas como cejas de Mefisto. Como explica la doctora Laura Salvador, de Antiaging Group Barcelona, «se produce tras una valoración insuficiente de cómo actúa la musculatura frontal de cada persona antes de aplicar la toxina botulínica. Aunque todos tenemos la misma musculatura, esta difiere de una persona a otra tanto en su potencia como en su forma». Para arreglarlo, basta con aplicar un poco más de bótox en el punto concreto que eleva las cejas. «Para contrarrestar el efecto, hay que hacer una valoración dinámica del músculo buscando la zona de exceso de tracción para compensarlo con la zona de bloqueo», tranquiliza la doctora.
Los labios exagerados destacan como otra de las facciones que se asemejan entre los rostros intervenidos si no se hace bien. ¿El fallo? Llenar la boca de material para proyectarla. «Para que no se noten, se infiltra solo el perfil, es casi imperceptible y da un resultado muy satisfactorio», cuenta el doctor Cerrud.
El exceso de toxina también armoniza las caras ajenas. Como indica el doctor, nos podemos encontrar con frentes demasiado lisas, con caras hinchadas… Pero con cuello y manos abandonados. «Estas partes del cuerpo son los grandes delatores», afirma.
Para evitar estos deslices estéticos, el doctor Cerrud aboga por el ‘menos es más’. Y aunque reconoce que cada persona es un mundo, recomienda unas horquillas temporales para la frecuencia con la que someterse a los distintos protocolos. «El bótox se debería realizar cada cuatro meses; los rellenos faciales y los hilos tensores, entre seis y ocho; los hilos para el cuello y los tratamientos despigmentantes, anualmente».
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.