“Zarandear a un bebé es lo peor para que deje de llorar”
El hospital Vall d’Hebron de Barcelona pone en marcha un programa de prevención para alertar del peligro de sacudir a un recién nacido en un contexto de estrés y frustración de los padres ante el llanto inconsolable
Una acción de apenas dos o tres segundos puede tener secuelas para toda una vida. Zarandear a un bebé para que deje de llorar puede dejarle ciego, provocar daños neurológicos irreversibles o incluso la muerte. El hospital Vall d’Hebron de Barcelona ha puesto en marcha un programa de prevención contra el síndrome del bebé zarandeado (shaken baby syndrome, en inglés), un acto desesperado de los padres que intentan combatir el llanto descontrolado de un recién nacido, ante el aumento de estos casos. El centro ya ha contabilizado cinco este primer semestre, el doble que la media anual de la última década, y vincula este crecimiento al impacto emocional y económico de la pandemia en la vida cotidiana de las familias. Los profesionales sanitarios consideran que los padres no son conscientes de los daños traumáticos o neurológicos que pueden causar a sus hijos.
El zarandeo es especialmente dañino en los bebés. Provocan que su cabeza sufra movimientos de aceleración y desaceleración rápidos para los que no están preparados ante el gran tamaño del cráneo en proporción al resto del cuerpo y a una musculatura del cuello débil. Estos zarandeos facilitan que se produzcan lesiones graves: los más frecuentes son las hemorragias cerebrales y retinianas (de la retina del ojo), las fracturas óseas y las secuelas neurológicas, como deterioro motor o retraso mental. “Zarandear a un bebé no es la violencia física más frecuente contra los niños, pero sí la que causa más muertes y más secuelas”, asegura Anna Fàbregas, adjunta del Servicio de Pediatría del hospital. De los 27 casos detectados en la última década, la mitad ingresó en la UCI y el 40% presentó déficit cognitivo. Dos niños murieron por este síndrome. “El zarandeo es más lesivo en los primeros seis meses de vida”, insiste Fàbregas.
El Hospital Vall d’Hebron quiere hacer llegar un mensaje de prevención a los padres, especialmente los primerizos. Las enfermeras informarán a pie de cama a madres y padres del riesgo de este síndrome y se incluirá una frase en la hoja del alta médica en la misma línea. “Hemos constatado la desinformación que existe al respecto”, apunta César Ruiz, jefe de sección de neonatología.
Los médicos señalan que los zarandeos se producen en momentos de gran tensión, cuando los padres se encuentran sin recursos para calmar a un bebé que llora desconsoladamente. El llanto, explican los expertos, es la manera que tienen los bebés de comunicarse. La mayor parte de los niños sanos que lloran están cansados, tienen hambre, están mojados o sucios o tienen necesidades socio-afectivas, como querer escuchar una voz familiar o estar en brazos. “Si sus demandas no se satisfacen, seguirán llorando porque no tienen la capacidad de autorregularse”, resume Ruiz.
Según el jefe de sección, lo primero que hay que hacer es descartar que el bebé esté enfermo y a partir de aquí intentar descubrir cuál es su demanda: “Los bebés son muy honestos, dejan de llorar cuando obtienen lo que piden”. Cuando el llanto es descontrolado, los padres intentan calmarle, aunque no siempre es posible. Ruiz propone cogerle en brazos, dar una vuelta, buscar el traqueteo del cochecito o cambiar de entorno para intentar recuperar la atención del bebé de forma natural. Si nada funciona, vale la pena dejarlo en la cuna como última opción. “Lo que no hay que hacer nunca es zarandearlo para que se calme. Es lo peor”, reclama de nuevo Ruiz, que admite que es habitual que muchos padres lleven a sus hijos a un médico ante el llanto continuo.
Los bebés lloran una media de entre dos y tres horas al día, pero el llanto puede durar más y de forma continuada. Es en estos contextos de descontrol cuando aumenta el riesgo de desesperación de los padres. Fàbregas rechaza que exista un perfil marcado de aquellos adultos que pueden caer en el zarandeo, pero admite que ocurre más entre aquellos padres más jóvenes y con poca experiencia; y en los de más edad que sufren la falta de descanso. “Este síndrome se da en entornos más vulnerables, familias monoparentales, con problemas económicos o de pareja...”, explica la doctora. Según datos de Vall d’Hebron, 21 de los 27 casos revisados afectaron a niños y seis, a niñas. “Si la violencia sexual tiende a afectar más a las niñas, la violencia física golpea más a los niños”, lamenta la doctora.
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