Piscina-diva: la Gloria Swanson de las aguas, carismática, vanidosa y fotogénica
Igual que hay personas-diva, existen piscinas-diva. Son lugares vanidosos que atraviesan el tiempo y el espacio sin perder fuerza simbólica, que justifican varias horas de avión
Nadie, nunca, jamás, se ha arrepentido de un chapuzón en una piscina. Quizás el pobre diablo de William Holden en El crepúsculo de los dioses, que ya sabemos cómo acabó. Hay excepciones: en la película Gloria Swanson no se baña en su piscina de su mansión que, como ella, tuvo mejor pasado que presente. Sí la vemos en el borde vestida y calzada con estampado felino protegiéndose del sol con una gran pamela. Una diva no se moja el pelo.
Igual que hay personas-diva existen piscinas-diva. Son lugares vanidosos que atraviesan el tiempo y el espacio sin perder fuerza simbólica. Estas piscinas son más fotogénicas que guapas y tienen luz propia. Son distantes, piden ser miradas y admiradas y justifican varias horas de avión. No es preciso bañarse en ellas. Es la piscina ante la que posó Faye Dunaway la mañana siguiente de recibir un Oscar. Es la piscina de Torres Blancas, tan elusiva que suena a una leyenda urbana. Es la del Amangiri, que parece un espejismo en medio del desierto; o la del Roosevelt, en Hollywood, firmada por Hockney y donde Helmut Newton hacía click, click.
Cómo saber si una piscina pertenece a esta categoría. Es fácil, hay que responder a alguna de estas preguntas: ¿fue fotografiada por Slim Aarons o Terry O’Neill? ¿Aparece en alguna película de Sofia Coppola, cronista del Hollywood más perezoso? ¿Ha sido fotografiada con teleobjetivo por paparazis? ¿Han nadado en ella reyes con corona o sin ella? ¿Se bañó alguna vez Marilyn en ella? ¿Y Agnelli, mojó su melena blanca? ¿La construyó Julia Morgan? ¿Le ha dedicado artículos el New Yorker o Tatler? Si la respuesta a cualquiera de ellas es sí, entonces estamos ante una piscina-diva.
Estas piscinas están repartidas por todo el mundo. Algunas están agazapadas como Greta Garbo y otras se exhiben como estrellas de TikTok. A solo una hora de avión, en Marrakech, encontramos una de las mayores divas. Estar en la piscina exterior de La Mamounia es sumergirse en las páginas de una revista o en una alfombra roja de bikinis y caftanes; en torno a su perímetro se desayuna, almuerza y se toma el sol. Ahí se puede ver a presidentes-jarrones chinos, estrellas pelirrojas y princesas de países minúsculos. Es de baños cortos, aunque algunos nadan sin parar. Una socialité latina hizo un día decenas de largos que iba contabilizando con piedrecitas que colocaba en el bordillo. Esa piscina, que lleva décadas allí, ve y calla: lo que ocurre en ella se queda en ella.
Francia, tan diva ella, está salpicada de piscinas-diva. Allí, al borde del mar y cercanas entre sí, están la piscina del Hôtel du Cap-Eden-Roc, a la que Slim Aarons se hartó de hacer fotos cuando era rectangular y la del Club Dauphine, en el Grand-Hôtel du Cap-Ferrat. Esta última, que lleva en pie (o hundida) desde 1929 viene con personaje incorporado: se trata de Pierre Gruneberg, su profesor de natación y alguien a quien HBO, Netflix o cualquier plataforma debe un documental. Este señor, en activo desde 1950, se precia de haber enseñado a nadar a Ralph Lauren o a Tina Turner. El parisino hotel Le Bristol cuenta con otra. Esta rareza simula la proa de un barco y la diseñó el arquitecto de los yates de Onassis. Mira a los tejados de la ciudad, está fuera de modas y como toda piscina-diva está obsesionada consigo misma. Como debe ser.
La piscina-diva carece de la ligereza de una piscina de hotel en agosto, de la alegría de una municipal o de la disciplina del Centro Acuático de Tokio. Es, como todas, una arquitectura pensada para hacer felices a los demás, pero, sobre todo, para hacerse feliz a sí misma. Para confirmar esto solo hay entregarse a Google Imágenes. Hagan una prueba con unas piscinas italianas. Tecleen: “Villa D´Este piscina” y verán. Este hotel cuenta con una de las más divas de toda Italia; y ya es decir. Está encajada en el lago Como, como una muñeca rusa y es, por supuesto, finita: las infinitas son algo acomplejadas y una diva nunca lo es. Repitamos lo mismo con estas palabras: “Il Pellicano piscina”. Allí está otra de las divas más carismáticas de Italia. No es cómoda ni grande y las hay más bonitas, pero no tiene que serlo: Gloria Swanson no lo era. Sin embargo, este lugar es todo divismo. También la fotografió Slim Aarons, documentalista del cloro sexy. Cómo estas piscinas no van a estar encantadas de conocerse.
No es necesario nadar en una piscina-diva. No lo exige. Se la puede observar de lejos para confirmar que existe y ya estaría cumpliendo su función. Esta es, nada más y nada menos, que iluminarnos con su reflejo y recordarnos que la vida, algunas tardes de verano, puede ser inolvidable.
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