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¿Se habla demasiado de salud mental?

Algunos expertos se cuestionan si las intervenciones psicológicas a gran escala están realmente ayudando a las generaciones más jóvenes. Otros sostienen que ese planteamiento es polémico y que todavía no hay datos suficientes para valorarlo

Una psicóloga con uno de sus pacientes en consulta.
Una psicóloga con uno de sus pacientes en consulta.Westend61 (Getty Images/Westend61)

La salud mental en España empeora cada día. Cada vez hay más suicidios, más casos de depresión, y la ansiedad afecta al 6,7% de población, más de 3 millones de personas. A esta crisis se le han atribuido numerosas causas: redes sociales, la covid-19, crisis climática, crisis económica, cambios en la estructura familia. Pero, ¿y si parte del problema es que, precisamente, se está hablando demasiado de salud mental?

Ahora mismo, en España, acuden al psicólogo más de 12 millones de personas —un 26,2 % de la población—, según el informe de Mutua Madrileña del año pasado. Esta cifra es sustancialmente superior al 5,4 % de españoles que acudían a consulta hace cinco años. Además, el consumo de ansiolíticos ha aumentado un 18,9%, lo que supone un incremento del 13 % en los últimos cinco años, según datos del Ministerio de Salud. Esta situación también se da en gran parte del resto del mundo. En 2004, un 13% de los estadounidenses recibían tratamiento de salud mental, en 2021, el porcentaje había subido hasta casi el 22%.

Los expertos y los medios de comunicación llevan tiempo preguntándose por qué los problemas de salud mental aumentan, a pesar de que cada vez es más frecuente ir al psicólogo, se recetan más medicamentos y existe una mayor sensibilización: desde la instauración de un Día Mundial de la Salud Mental hasta figuras públicas como el príncipe Harry, la deportista Simone Biles o la cantante Selena Gómez compartiendo públicamente sus luchas, para avanzar en la desestigmatización.

“Sobreinterpretar” síntomas

A principios de mayo, The New York Times ponía sobre la mesa la siguiente hipótesis: ¿y si la terapia psicológica y las campañas de concienciación, especialmente aquellas dirigidas a los adolescentes, están, paradójicamente, agravando el problema de la salud mental? El artículo admite que algunas campañas de concienciación ayudan a los adolescentes a identificar trastornos que necesitan tratamiento con urgencia, pero advierte de que, en otros, este tipo de acciones puede llevar a “sobreinterpretar los síntomas”, y “verse a sí mismos como más problemáticos de lo que son”. Es decir, jóvenes que, al conocer más sobre los síntomas de trastornos mentales a través de campañas, empiezan a pensar que sus experiencias comunes de estrés, tristeza o ansiedad son indicativas de un problema mayor.

¿De dónde sale esta hipótesis? Principalmente de un artículo publicado el año pasado por dos psicólogos de la Universidad de Oxford: Lucy Foulkes y Jack Andrews. EL PAÍS ha contactado con Andrews, quien aclara que el artículo no presenta hallazgos concretos, sino que es una pieza teórica que plantea la “hipótesis de la inflación de la prevalencia”. “Por un lado, sabemos que los esfuerzos de concienciación han llevado a un reconocimiento más preciso de los síntomas de salud mental que anteriormente no se reconocían o no se informaban. Este aumento en la precisión es un resultado positivo, ya que permite que más personas busquen la ayuda que necesitan”, explica por correo.

¿Cuál es la parte negativa? “Cuando estos esfuerzos llevan a algunas personas a interpretar formas leves y transitorias de angustia como problemas de salud mental graves que requieren tratamiento”, afirma. Es decir, la sobreinterpretación. Andrews subraya la necesidad de emprender más investigaciones para probar esta teoría, aunque asegura que ahora mismo ya hay pruebas suficientes como para pensar que en muchas escuelas de varios países del mundo se están llevando a cabo tratamientos sin base científica. “Varios ensayos a gran escala en escuelas han hallado efectos iatrogénicos (negativos o no intencionados) al aplicar intervenciones basadas en la atención plena, la Terapia Cognitivo-Conductual y la Terapia Dialéctico-Conductual”.

No es la primera vez que alguien defiende esta tesis. Este año, la periodista Abigail Shrier ha publicado un libro titulado Bad Therapy: Why the Kids Aren’t Growing Up (Mala terapia: ¿Por qué los niños no están creciendo?). En este ensayo se plantea si la generación Z (nacidos desde mediados o finales de la década de 1990) padece más problemas mentales que las generaciones anteriores, precisamente por culpa de una pedagogía que ha puesto un énfasis significativo en sus sentimientos y bienestar emocional, y en prácticas de crianza centradas en la validación emocional y el apoyo psicológico. “¿Cómo es posible que niños criados con delicadeza hayan llegado a creer que han sufrido traumas infantiles incapacitantes? ¿Cómo unos niños que han recibido mucha más psicoterapia que cualquier otra generación se han sumido en un pozo sin fondo de desesperación?”, se pregunta en el libro.

Ana, una artista madrileña de 26 años, asegura que, por su experiencia, el aumento en la sensibilización y el énfasis en la salud mental sí pueden llevar a una sobreinterpretación de los síntomas y a una autoabsorción excesiva en los problemas emocionales. Se define a sí misma como una persona con “una salud mental delicada de base”, “con una adicción crónica a la vida online”, “el tipo de persona que, con 15 años, podía encerrarse una semana en su cuarto escuchando a Lana del Rey”.

Ha ido a terapia psicológica en tres momentos distintos de su vida. La última hace algo más de un año. Le ayudó a resolver un conflicto amoroso, “si es que se puede llamar así al proceso de salir de una relación tóxica”. Dejó de ir antes de que le hubiesen dado el alta. El motivo era que se sentía “saturada de sí misma”, no podía dejar de pensar en cómo se encontraba en cada momento, en si le convenía o no hacer cualquier cosa. “A eso se unió que casi todas mis amigas empezaron a ir al psicólogo, y nos pasábamos horas hablando de nuestros sentimientos, como en bucle. Casi se volvió imposible disfrutar de la vida”, afirma.

Planteamiento polémico

La tesis defendida por todos estos autores tiene una dimensión innegablemente polémica. La visibilización de los problemas de salud mental se considera un avance significativo en la conquista de derechos sociales, “un derecho humano fundamental”, según la OMS. Además, esta tesis presenta algunos puntos débiles. “Por un lado, se podría argumentar que confunde correlación con causalidad”, defiende el psicólogo especializado en terapia infantil Manuel Pozuelo. “El hecho de que más personas estén buscando tratamiento y que haya más informes de problemas de salud mental no necesariamente implica que la visibilización sea la causa del aumento en estos problemas, Más bien, podría indicar una mayor disposición a reconocer y tratar estos problemas, lo cual es un avance positivo”.

El experto señala que actualmente en España solo hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes en el Sistema Nacional de Salud, tres veces menos que la media europea, una situación que se repite en gran parte del mundo. Pozuelo argumenta que, ante la falta de recursos adecuados para abordar los problemas de salud mental de manera efectiva, las campañas de prevención pueden resultar cruciales. “La detección temprana y el tratamiento de los problemas de salud mental son esenciales. Retrasar o minimizar estos problemas bajo el argumento de que podrían ser ‘sobreinterpretaciones’ podría llevar a consecuencias más graves a largo plazo. La visibilización permite que las personas identifiquen y aborden estos problemas antes de que se agraven”, defiende.

En resumen, hay una posición que defiende que el enfoque excesivo en uno mismo y la autopercepción como pacientes de enfermedades mentales contribuye al aumento de los problemas de salud mental; y otra que argumenta que la mayor sensibilización y tratamiento son avances positivos, ya que permiten que más personas reconozcan y aborden sus problemas antes de que se agraven. El filósofo Søren Kierkegaard no estaría particularmente de acuerdo con ninguna de las dos posturas. En su libro El concepto de la angustia, defiende la idea de que este sentimiento es una parte esencial de la condición humana y puede ser vista como una señal de potencial crecimiento y autodescubrimiento. Como él mismo escribió: “La angustia es la realidad de la libertad como posibilidad frente a la posibilidad”.

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