Abascal, el político que teorizó el “nacionalismo reaccionario”
El líder de Vox militó durante 19 años en el PP antes de embarcarse en el nuevo partido
De todas las secuelas que ha dejado ETA en la sociedad española, la más inesperada se llama Santiago Abascal (Bilbao, 1976). Si la banda terrorista no hubiera existido, el líder de Vox no habría sido político sino guardabosques. Al menos, eso dice él: "Yo no soy más que un chico de pueblo. Hijo de un señor del PP, nieto de otro señor que había sido alcalde con Franco […] a los que ETA intenta matar. A nosotros tres: abuelo, padre y nieto. Como si fuera una herencia familiar".
El abuelo de Santiago fue alcalde de Amurrio (Álava) durante 16 años, hasta las primeras elecciones democráticas de 1979; según su nieto, porque el gobernador civil le amenazó con el calabozo si no aceptaba. Y su padre fue concejal y diputado por el PP, dueño de una tienda de ropa, Novedades Abascal, que los proetarras quemaron en 1999. Los daños que no cubrió el seguro los pagó el tesorero del PP, Luis Bárcenas, con la caja b.
El 26 de junio de 1985, con solo nueve años, Abascal lloró al enterarse por televisión de que ETA había matado a "su amigo Estanislao", el cartero de Amurrio. Nueve años después, recién estrenada la mayoría de edad, recibió su carné del PP. Como complementos, dos escoltas y una pistola Smith & Wesson que el jefe local de la Guardia Civil se resistía a autorizar.
Su libro No me rindo (La Esfera de los Libros, 2014) incluye un anexo con los 80 actos de acoso que desde 1981 sufrió la familia Abascal. El líder de Vox se refiere orgulloso a ellos como sus "medallas". El inventario muestra un registro pormenorizado de cuantas amenazas, insultos y pintadas han sido objeto él y su familia.
Aunque a nivel nacional sea una cara nueva, Abascal lleva 20 años viviendo de la política. Sus seguidores tachan de "miserables" a quienes lo recuerdan, pero es un hecho incontestable. La única vez que trabajó en el sector privado fue cuando montó un bar en Vitoria. El negocio fracasó y él perdió hasta la casa familiar, que había hipotecado.
Fue concejal de Llodio ocho años (aunque reconoce que nunca le interesaron el plan de urbanismo o el alumbrado de las calles), juntero alavés y miembro del Parlamento Vasco, donde se le recuerda por romper en la tribuna la papeleta del Plan Ibarretxe (el proyecto de autodeterminación que naufragó en el Congreso), bajo la mirada recriminatoria de algún compañero de su propio partido.
En el Congreso del PP en Valencia, en mayo de 2008, su firma era la segunda de la enmienda a la ponencia política (detrás de la de Alejo Vidal-Quadras, que luego sería primer presidente de Vox). Ambos proponían una reforma recentralizadora de la Constitución y rechazaban cualquier pacto con los nacionalistas. La enmienda debía servir de alfombra para el desembarco de Esperanza Aguirre como candidata a liderar el PP, pero la presidenta madrileña no se atrevió a competir con Rajoy. "Llevaba razón en que iba a perder, pero alguien, entre los cascotes del derrumbe provocado por Rajoy, habría mantenido la bandera levantada", se quejaba Abascal años después.
El giro impuesto por Rajoy provocó la dimisión de María San Gil como presidenta del PP vasco y dejó políticamente huérfano a Abascal, que no comulgaba con la nueva dirección encabezada por Antonio Basagoiti. "Debo reconocer que nadie me llamó nunca al orden. La táctica era otra: te apartaban de las listas y te condenaban a una muerte silenciosa".
No fue exactamente así. Abascal pasó del noveno puesto de la lista al Parlamento vasco por Álava en 2005 al séptimo en 2009, pero el PP solo sacó seis escaños. El veto llegó en 2012, cuando su amigo Carlos Urquijo fue nombrado delegado del Gobierno en el País Vasco y el siguiente en la lista era él. Basagoiti le exigió renunciar al escaño.
Para entonces, Abascal llevaba tiempo instalado en Madrid. En "un gesto de generosidad", según sus palabras (eso sí, con cargo al erario público), Aguirre le puso al frente de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad, primero, y de la Fundación para el Mecenazgo, después. Dos organismos perfectamente inútiles, admitió el propio Abascal, por los que cobraba 82.500 euros brutos al año, más 11.000 de productividad.
El 25 de noviembre de 2013, le mandó una carta a Rajoy dándose de baja en el partido en el que militó 19 años. Luego, presentó su dimisión al sucesor de Aguirre, Ignacio González. No fue una decisión fácil, confiesa, pues "abandonar el PP y dejar de cobrar un sueldo de la Comunidad de Madrid" eran lo mismo.
Solo un mes después, en enero de 2014, Vox se presentaba en sociedad. En realidad, llevaba años gestándose al abrigo de la fundación Defensa de la Nación Española (Denaes), que Aguirre apadrinaba y Abascal presidía.
En 2012 se celebró en la Audiencia Nacional el juicio contra los alborotadores que, nueve años antes, habían insultado y agredido a Urquijo y Abascal en el Ayuntamiento de Llodio. Aunque la sede del PP estaba a pocos metros, nadie se acercó desde la calle Génova. Javier Ortega Smith fue el abogado de Abascal e Iván Espinosa de los Monteros, a quien había conocido poco antes, le acompañó. Desde entonces, los tres (y Rocío Monasterio, esposa de este último) se hicieron inseparables. Ortega se encargó de la querella contra los líderes del independentismo catalán que sirvió de altavoz mediático a Vox, mientras que Espinosa tejió relaciones con los poderes económicos y la pujante ultraderecha europea.
Cinco meses después de nacer, en mayo de 2014, Vox se presentó a sus primeras elecciones, las europeas. Obtuvo 245.000 votos. Muchos, pero insuficientes para renovar el escaño que Vidal-Quadras tenía por el PP. Este se marchó y Abascal se libró de un corsé. El discurso de Vox ya no sería el del "PP auténtico", como hasta entonces, sino el de una "derecha sin complejos" que cargaba por igual contra musulmanes, feministas o separatistas.
Haberse librado de la mili pidiendo sucesivas prórrogas, hasta que Aznar la abolió, no impide a Abascal abogar por su restauración. Tampoco haberse divorciado le inhabilita para liderar un partido que hace suyas las principales demandas de la Iglesia católica, como la condena del aborto en todos los casos o el matrimonio gay.
En 2003, Abascal se licenció en Sociología por la Universidad de Deusto. En su tesis fin de carrera, distinguía entre "el nacionalismo ciudadano francés, revolucionario", que incide "en los aspectos subjetivos, como la voluntad y el sentimiento de pertenencia a una nación”; y “el nacionalismo etnocultural alemán, romántico y reaccionario" que "se construye sobre la base de elementos objetivos". Según la clasificación del sociólogo Abascal, el nacionalismo de Vox, basado en la identidad cultural, lingüística y religiosa de España, pertenece al segundo grupo.
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