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Diario de campaña
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Borbón y cuenta nueva

La manifestación republicana del 14-A amalgama la autodeterminción y los "presos políticos"

Un pasaje de la manifestación republicana celebrado este domingo, 14 de abril, en Pamplona.
Un pasaje de la manifestación republicana celebrado este domingo, 14 de abril, en Pamplona.Villar López (EFE)

No está claro si la manifestación del 14 de abril reivindicaba la república o atacaba la Constitución. Se trata de posibilidades complementarias, pero la megafonía de la marcha parecía anteponer la profanación de la Carta Magna. Y no solo por la reclamación inconstitucional del derecho de autodeterminación, sino porque las alusiones al régimen del 78, canonizadas en el credo de Podemos, rebaten el acta fundacional de la democracia española o la caricaturizan como un amaño entre la dictadura franquista y el absolutismo borbónico.

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Nuestro modelo de convivencia estaría pervertido en su origen. De hecho, el negacionismo republicano que este domingo ocupaba las calles españolas con más folcorismo que público abjura  del entusiasmo plebiscitario con que amaneció la Constitución. Habría que revocarla porque la línea sucesoria de Franco a Juan Carlos I implica un pecado original que debe purgarse con la exégesis de la República.

El debate más que agotador está agotado, pero resucita el 14 de abril como un reflujo del paraíso perdido y forma parte de la idiosincrasia de Unidas Podemos. Es Iglesias quien ha consolidado la enmienda ideológica al milagro del 78. Y quien ha convertido la república en prolongación platónica del único gobierno posible.

Podría tenerse en cuenta el dogmatismo si no fuera porque nuestra monarquía parlamentaria se define mucho más en al adjetivo que en el sustantivo. Sería inaceptable un modelo anacrónico-absolutista, pero se desvanece la pulsión regicida del republicanismo urbanita cuando el rey Borbón ocupa la jefatura del Estado desde una actitud atmosférica y super partes. Felipe VI representa una posición simbólica, institucional, diplomática, litúrgica, sin atribuciones legislativas ni ejecutivas, pero con la obligación de custodiar la Constitución de la que emana su propio poder.

Por eso tuvo que intervenir como remedio las barricadas del 1-O. Y por la misma razón la colusión del independentismo y del republicanismo, expuesta este domingo en las calles de algunas ciudades españolas, tanto aireaba la urgencia de la guillotina como aprovechaba la amalgama de reclamaciones para exigir la puesta en libertad de los presos políticos. No los hay en España, pero los mártires del procés fomentan el imaginario de la represión y el asedio a las ideas otorgando pureza y derechos naturales al principio de autodeterminación de los pueblos.

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El derbi república-monarquía tendría más credibilidad si no hubiera tantas repúblicas atroces —Corea del Norte, Sudán, Zimbabue— como monarquías de plenitud democrática —Holanda, Reino Unido, Dinamarca...—. Podría decirse lo mismo de las repúblicas modélicas —Suiza, Finlandia, Islandia— y de las monarquías abyectas —Arabia Saudí, Omán, Brunei— pero la fórmula española de la Constitución, concebida en la mayor hostilidad posible —posfranquismo, golpismo, terrorismo, incienso clerical— representa un hito contemporáneo y una categoría política que ridiculizan a quienes desean la cabeza del Borbón en la cesta de mimbre.

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