Vox: el partido del cuarto ‘gin-tonic’
El movimiento visceral de Abascal se identifica en el calentón, el cabreo y el victimismo
Vox es un partido de calentón, de venirse arriba. Vox es el partido del cuarto gin-tonic. Me dio la idea un amigo con la mediación de un café desnudo. Y se antoja una definición idónea porque el voto oculto de Vox no se encuentra en el silencio de los encuestados sino en su propio subconsciente.
Tranquiliza que los colegios electorales abran sus puertas por la mañana. Se vota en sobriedad, al menos hasta que el carajillo o el copazo de la comida dominical predisponen la espiral de la desinhibición. Quizá entonces empieza a manifestarse el votante de Vox que llevamos dentro, la bestia adormecida.
El voto de la revancha, del victimismo. La solución al cabreo y la desdicha. Votar a Vox requiere al ciudadano sobrepasar elevadas tasas de alcoholemia. En el umbral de la inconsciencia y de la anestesia mental que proporciona el vodka, proliferan los votantes de Vox a los que se le escapa el brazo derecho hacia arriba, como le sucede a Peter Sellers en el “Teléfono rojo” de Kubrick.
No es que los votantes de Vox sean todos de extrema derecha, ni que amanezcamos el 29-A en la distopía de un país amenazado por el autoritarismo, pero la eventual subida de Vox y su hipotética corpulencia en el parlamento sobrentienden la inmadurez de una sociedad supersticiosa y justiciera.
A Vox no se le vota con la cabeza. Ni siquiera con el corazón. Se le vota con el hígado, con el estómago y con los huevos. Es el partido de la testosterona y del "viva Epppaña", del complejo de inferioridad, del oscurantismo, del paraíso perdido en la última curva, no digamos cuando el cuarto gin-tonic aparece en la “madrugá” como argumento liberador de la conciencia y de la sensatez.
Entonces, las barras de los pubs, de los after y de las wishkerias se transforman en tramoya del macherío vociferante. Y se amontonan las frases hechas como una oración de asbsenta: "a tomar por...., me tienen hasta..., estoy harto de que..., no soporto que...". La euforia de Vox corre por las venas, excita las pupilas. Predispone las mismas actitudes de dramaturgia física con que se desenvuelven marcialmente los líderes del movimiento de liberación patriótica. Vox es el partido del “se acabó”, del “a por ellos”.
El desengaño de la política concede una extraordinaria confortabilidad al ciudadano porque lo libera de la responsabilidad individual que caracteriza el destino de su existencia. Tan cómodo es culpar al político como inmaduro convertirlo después en solución providencial y mesiánica.
Está sucediendo con Santiago Abascal. El líder de Vox es el síntoma de una sociedad revanchista, malhablada y milagrera, sobre todo cuando los estertores de la inconsciencia etílica incitan a musitar la fórmula mágica del exorcismo: “Ponme la penúltima”.
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