El huevo de la serpiente
El victimismo es un instrumento muy poderoso, lo explotan a fondo todos los nacionalismos
Un grupo de personas abuchea e insulta a otra que pasa a su lado empujando una bicicleta. El acosado baja la cabeza y acelera el paso. Los otros le rodean. Uno le arrebata la gorra. Otro le da una patada. No le conocen de nada, pero le odian.
La escena resulta insoportable para cualquier espectador con un mínimo de humanidad. Pero la perspectiva cambia si se explica que el agredido lleva una bandera española. Algunos disculparán la agresión: no se le ataca a él, sino a lo que representa. Sucedió el sábado en Barcelona.
El líder de Vox. Santiago Abascal, desgranó en la capital catalana su catálogo de recetas para atajar el reto secesionista: suspender la autonomía, cerrar TV3, disolver los Mossos d´Esquadra. Encarcelar al presidente de la Generalitat. Al anterior y al actual. A muchos catalanes estas propuestas les producen estupor e indignación. Pero solo son propuestas. Nada más.
En el nuevo partido nacional-populista han ido a recalar muchos supervivientes del naufragio de la ultraderecha española y bastantes nostálgicos del franquismo. Alguno con antecedentes acreditados en bandas fascistas y neonazis. Pero, aunque su discurso xenófobo es caldo de cultivo de la hostilidad hacia los inmigrantes (especialmente musulmanes), hasta ahora no se puede acusar a Vox como partido de secundar actos violentos. Algunos de sus miembros sí han sido víctimas de ellos.
Las agresiones engordan a Vox. Sus responsables lo saben y aprovechan las redes sociales para multiplicar sus efectos. Algunas son reales, como las de Barcelona, otras imaginarias, como la niña supuestamente atacada por feministas el 8 de marzo en Baleares.
El victimismo es un instrumento muy poderoso. Cohesiona al grupo y, de cara al exterior, genera empatía, solidaridad y finalmente apoyo o, al menos, no beligerancia. Ante una víctima uno se queda desarmado y sin argumentos; renuncia a rebatir y desiste.
Lo explotan a fondo todos los nacionalismos. El catalán, que justifica sus acciones en base a un memorial de agravios inabarcable. O el israelí, que acalla las críticas a su conducta hacia los palestinos enarbolando el Holocausto.
Lo más peligroso del victimismo es que otorga a quienes lo interiorizan el sello de la impunidad. No hay ningún agresor que no se presente como víctima. Cuando uno ha acumulado suficientes mártires y ofensas, verdaderas o inventadas, tiene carta blanca para vengarse. No hay remordimiento ni freno en acosar a alguien indefenso porque ha dejado de ser una persona. Se ha convertido en la encarnación del mal: un judío, un árabe, un gay, un nacionalista español o uno catalán. Tanto da.
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