Una mudanza a la italiana
El posible traslado de la Embajada de España en Roma a la Piazza Navona genera un sainete diplomático que finalizará en un edificio con una idoneidad muy cuestionada
Las mudanzas generan tensiones familiares, también divorcios. Más todavía si los integrantes de la tribu en cuestión son diplomáticos y la casa, en realidad, es un palacio. Desde hace meses, el personal de las dos Embajadas españolas en Roma —ante el Quirinal y el Vaticano— anda revuelto por el traslado de las dependencias de la representación ante el Gobierno de Italia, que ocupa unas oficinas alquiladas en el magnífico Palacio Borghese desde el año 1957. La idea original fue del anterior embajador, Jesús Gracia. Pero el actual jefe de la representación española, y entonces ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, la retomó, tras haber sido desestimada, con argumentos parecidos: demasiado cara y deslucida para la representación española. Dos observaciones que han chocado con la realidad de las alternativas que se barajan.
La Embajada de España ocupa actualmente un ala del Palacio Borghese de 700 metros cuadrados. Bajo extraordinarios frescos del siglo XVII, muebles originales y retratos de la familia, el Gobierno ha instalado unas oficinas por las que paga unos 26.000 euros mensuales. El lugar necesitaba una reforma integral de sus maltrechos interiores que permitiera hacerlo más funcional. Pero en lugar de acometerla, como se determinó hace unos meses, se retomó una operación a tres bandas gestada con escaso brillo diplomático.
La agencia EFE ocupaba desde hacía años la primera planta de un edificio en la esquina de la Piazza Navona y la Via dei Canestrari que podía cumplir esa función. De modo que una mañana, ante el asombro de los periodistas, recibieron la visita de una delegación de la embajada que tomó medidas y desembocó en la finalización de su contrato. Era “una cuestión de Estado”, les dijeron. Casi dos años después, ese espacio (valorado en más de 12.000 euros mensuales) sigue vacío y no ha empezado ninguna de las obras que debía acometer el particular ente que gestiona el inmueble. Había varios problemas.
El edificio de viviendas donde se quiere trasladar la sede —el Ministerio de Exteriores asegura que la decisión final no está tomada, pero que es la mejor alternativa— se encuentra delante del majestuoso palacio Pamphilj, sede de la embajada de Brasil. Un monumento arquitectónico, construido en 1630 y ampliado poco tiempo después cuando Giovanni Battista Pamphilj se convirtió en el papa Inocencio X, que eclipsa sin remedio el valor representativo de la futura legación. Además, en la planta baja hay una juguetería a la que hubo que rescindir el contrato (todavía se encuentra en pleitos por este asunto) y que, para escarnio nacional, dio origen entre los diplomáticos del otro lado de la plaza a la ocurrencia de calificar la futura sede española como “la embajada de peluche”.
El problema principal, sin embargo, era que no se cumplían muchas de las medidas de seguridad básicas para un edificio de este tipo. Algo que llevó a desaconsejar el traslado a ese inmueble en un extenso informe redactado en 2017 por la arquitecta del ministerio de Exteriores, Isabel Cabrera, y encargado por la entonces subsecretaria de Estado, Beatriz Larrotcha. Tras el cambio de Gobierno, su sustituta, Ángeles Moreno, relevó a la arquitecta del ministerio y encargó otro análisis que, esta vez sí, resultó favorable.
Para entender algunos elementos de la operación, conviene conocer al propietario del inmueble. Es complicado dar una patada en el centro de Roma y que el dueño de esa piedra no sea la Obra Pía, una institución de principios del siglo XVII destinada originariamente a las obras caritativas y convertida con el tiempo en una fabulosa inmobiliaria cuya función primera resulta ya algo borrosa. Una tercera parte de los edificios de la Piazza Navona, incluido el de la polémica, pertenece a la Obra Pía. Hoy posee 24 inmuebles situados en el centro histórico en los que hay 190 viviendas (algunas subarrendadas, otras convertidas en bed and breakfasts), una decena de oficinas, unos 60 locales comerciales y 6 estudios.
La Obra Pía, que arrastró durante años un largo historial de opacidad, está vinculada a la legación española ante la Santa Sede, ubicada en el maravilloso edificio de la plaza de España. Justo donde otra de las propuestas sugería trasladar la cancillería española y para el que el primer informe ya había diseñado un proyecto. Ese plan consistía en unir ambas embajadas, aprovechar los espacios vacíos del palacio y evitar pagar un alquiler. Otros países, como EE UU o Bélgica, poseen también ambas representaciones en el mismo edificio. La potencia de imagen que se lograría al unir ambas sedes diplomáticas en una plaza que lleva el nombre del país, se creía, estaría fuera de duda. La idea, sin embargo, no convenció a los inquilinos del Palacio de España que, además, también forman parte de la junta de la Obra Pía y presionaron en dirección contraria. De hecho, algunos de sus representantes, como el anterior embajador, Gerardo Bugallo, apostaron por utilizar algunas de las dependencias vacías como un centro comercial. Un proyecto que ahora podría modificarse utilizando el espacio para exhibir algunas obras prestadas por el Museo del Prado.
La Embajada española, si no se escribe un nuevo capítulo de este culebrón diplomático, se trasladará a Piazza Navona cuando se ultimen algunos detalles. No parece que el proceso pueda comenzar hasta después de las próximas elecciones. De hecho, el Ministerio de Exteriores ha encargado al exembajador en Brasil y secretario de Estado del Gobierno de José María Aznar, Fernando Villalonga, adscrito hoy a la subsecretaría para expedientes patrimoniales, la supervisión de una mudanza demasiado incómoda.
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