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Los Charlines, puenteados por un alijo de 1.700 kilos de coca

El hegemónico clan gallego ha perdido poder en el nuevo esquema del narcotráfico

El histórico narcotraficante Manuel Charlín a su salida del juzgado después de ser puesto en libertad con cargos.
El histórico narcotraficante Manuel Charlín a su salida del juzgado después de ser puesto en libertad con cargos.Salvador Sas (EFE)

Manuel Charlín Gama, de 86 años, el abuelo del narcotráfico gallego y patriarca del clan familiar más influyente en este negocio, se resiste a abandonar la primera línea del transporte de cocaína después de pasar veinte años en prisión y crear una escuela de narcos con marca propia. Con su fortuna y la de sus herederos embargada, Charlín intentó llevar la voz cantante en la operación de 1.7000 kilos que frustró la Policía en agosto del pasado año, el último alijo apresado en altamar por el que fue detenido junto a su hijo Melchor. Pero, al final, el viejo traficante fue puenteado por sus socios.

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Al cierre de esta investigación judicial se ha sabido cómo fueron preparativos de este envío de coca con el que los organizadores se iban a repartir casi 60 millones de euros, y de qué forma Los Charlines fueron relegados como simples peones, lo que les ha librado de ser procesados y evitar así otro juicio seguro.

El juez instructor de Vigo acaba de procesar a los 21 narcos que organizaron la operación, entre ellos los que relegaron a Manuel Charlín, su hijo y su sobrino José Benito cuando estos ya habían realizado las gestiones para cerrar la logística del desembarco de un alijo desde Portugal y otro envío a través de un contenedor que quedaron en dique seco.

Los pinchazos telefónicos describen con claridad la intervención de Los Charlines con su reputada experiencia en el negocio, pero también de qué forma quedaron apartados de la organización debido a su mermada capacidad financiera y por la entrada de nuevos socios. Así, el mando del transporte fue después asumido por otro veterano narco, Jacinto Santos Viñas (junto a su mujer y su hijo Diego), el empresario hostelero Mario Otero Díaz (y su hijo Daniel), y el holandés afincado en Málaga, Paul Wouter.

La investigación que arranca un año antes constata la nueva forma de organizar un envío con la intervención de varios grupos interrelacionados entre sí, que actúan como prestadores de servicios para los proveedores de la droga en Sudamérica. Según este nuevo esquema operativo, los carteles gallegos del transporte negocian con los que intervienen como dueños de la mercancía sus fines tácticos y estratégicos, y todo ello para realizar una o varias operaciones de tráfico de drogas hacia la península ibérica, una de las cuales fue abortada en el curso de esta instrucción.

El sumario describe cómo la primigenia organización fue sufriendo variaciones, tanto por los intentos reiterados y fallidos de anteriores operaciones como por la entrada y salida de distintos investigados, como fue el caso de Los Charlines. Estos desde un primer momento buscaron barcos y empresas para culminar dos envíos de cocaína que se conocieron por la sonorización de una furgoneta que utilizaron Victor Manuel Pérez Santos y Luis Manuel Rodríguez Parada, los recaderos de Manuel Charlín, al que apodaban El viejo, y de hijo Melchor, al que se referían constantemente como Choujón.

Las grabaciones permitieron verificar en esos inicios las dos operaciones en marcha que nunca llegaron a hacerse efectivas. De hecho, Los Charlines pretendían realizar las exportaciones desde Sudamérica utilizando como tapadera hasta tres empresas legales de importación y exportación de piedra y carbón. También gestionaron la compra de barcos en desguaces de Portugal y España

El juez alude hasta 19 conversaciones en las que se detecta que una parte del grupo de narcos “pretendería puentear a la familia Charlín”, utilizando sus contactos con dos portugueses que eran investigados por la Policía Judicial en el vecino país. Así se supo que el grupo luso contaría con una embarcación en la villa portuguesa de Sesimbra, distrito de Setúbal, y que al mismo tiempo estarían gestionando el envío de maletas con cocaína a través de algún aeropuerto.

Una vez desplazados Los Charlines, los nuevos cabecillas de la organización contrataron el Titán Tercero que su dueño, el armador andaluz Pedro Rodríguez Díaz, alquilaba al mejor postor para transportar estupefacientes por el Atlántico. El intento de los narcos se frustró en plena maniobra de aproximación al barco nodriza de un pesquero de Escarabote (A Coruña), Siempre Cacharelos, para recoger la droga que luego sería alijada en varias planeadoras para desembarcarlo en las costas de Galicia.

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