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RESCATE DE JULEN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El niño Julen

El elemento emocional se ha unido a la gesta de grandes profesionales que han logrado ponerse de acuerdo con una armonía inusitada en un país en el que a diario andamos a la gresca

Elvira Lindo
Parte del grupo de mineros que participaron en el rescate de Julen.
Parte del grupo de mineros que participaron en el rescate de Julen.JON NAZCA (REUTERS)

Y ahora, como suele ocurrir, ha llegado el momento de analizar por qué las noticias sobre el niño recibían tantas visitas en la Red; por qué el interés por los detalles técnicos de la excavación; por qué siendo la radio un medio que se escucha mientras se atiende a otra cosa conseguía con este relato que el oyente se quedara parado, como recibiendo el parte médico de un ser querido. ¿Por qué? Hay una razón poderosa: una vez que un medio decide convertir un suceso desgraciado en el núcleo de su jornada, ningún otro va a quedarse atrás.

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Ni tan siquiera quien quisiera esquivarlo por aprensión, como es mi caso, ha podido escaparse: ha acaparado durante 13 días el espacio informativo. El elemento emocional se ha unido a la gesta de grandes profesionales que han logrado ponerse de acuerdo con una armonía inusitada en un país en el que a diario andamos a la gresca.

La pregunta ronda cualquier cabeza: si somos capaces de aunar esfuerzos en un trabajo de semejante sofisticación, en el que se precisaba talento intelectual, esfuerzo físico y capacidad de improvisación, ¿quién nos empuja y nos provoca para sucumbir al puñetero ambiente desquiciado que vivimos en España? ¿No ha sido este proceso contra reloj de rescate de un niño de dos años un episodio liberador que cuenta algo bueno de nosotros mismos?

Es fácil culpar ahora al pueblo de un exceso de sentimentalidad cuando no hemos hecho otra cosa que alimentar, con mayor o menor rigor, la emoción de este cuento desdichado. Tópico es regañar ahora a ese pueblo conmovido recordando que mientras un crío de Málaga contaba con la participación de 300 profesionales para el rescate de un cuerpecillo que ya suponíamos sin vida, morían niños en Siria, Afganistán o Yemen. La frágil psicología del ser humano no puede abarcarlo todo, igual que ha de seleccionar los recuerdos para no sucumbir a un estado de hipersensibilidad sin tregua, y suele decantarse por el presente y por lo cercano.

Era muy fácil imaginar que Julen era un niño como el nuestro. Priorizar lo inmediato no responde a una exclusión, ni a una falta de sensibilidad sino a una natural empatía: se sufre más por aquello que se tiene delante de los ojos. ¿Por qué en vez de reprender a esos lectores, oyentes o espectadores que hemos tratado de atraer de mil maneras, unas legítimas y otras perversas, estudiamos una vez más cómo abordar estos sucesos? Es lógico que el interés del pueblo se despierte cada vez que la vida de un niño esté en riesgo; pero cuando los medios optan por desbocar la emoción de los seguidores para sacar tajada están tomando una decisión ética que define su naturaleza periodística.

Lo esencial es no contribuir a ese espectáculo carroñero que se ofrece a diario y con otros sucesos a un sector vulnerable de la población, que acaba por creer que vivimos en una sociedad amenazada y violenta.

El niño Julen se lo merecía todo, no hay que escatimarle el aliento de una sociedad conmovida. No fue en vano la búsqueda, su cuerpo sin vida también importa. Y ahora viene el duelo: el llanto sin consuelo de los padres; de nuestra parte, el silencio. Así debería suceder, pero no será. Vulnerarán de la peor manera posible el sagrado reposo del niño muerto.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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