Isabel Díaz Ayuso, la derecha aguerrida del PP
La aspirante del PP en la Comunidad de Madrid es la contrafigura de Garrido y el azote “del feminismo radical”
La primera experiencia política de Isabel Díaz Ayuso (Madrid, 1978) se remonta a los ocho años. Redactó una carta a Felipe González angustiada por la crisis planetaria. Y recibió la respuesta tranquilizadora del líder socialista con el decoro y el membrete de La Moncloa. Se le ha traspapelado el documento, pero la aspirante del PP a la Comunidad de Madrid lo evoca como una epifanía. Y lo interpreta como una señal a la que ha reaccionado pluriempleándose como militante rasa del PP, community manager de Esperanza Aguirre, diputada en la Asamblea de Madrid (2011-2017), viceconsejera de Presidencia y de Justicia (2017-2018) y portavoz de los populares en la comunidad madrileña. Le corresponde ahora bregar por la cima del escalafón. Y se diría que Pablo Casado la ha escogido como una contrafigura al titular del puesto, Ángel Garrido. Hombre y mujer; atlético y madridista; veterano y joven; perfil burócrata y carisma mediático; derecha pusilánime y derecha aguerrida.
Tan aguerrida que los detractores de Díaz Ayuso en la izquierda política y mediática interpretan su ungimiento como un antídoto quirúrgico a Vox. Representaría la neocandidata un discurso desinhibido, descarado, sensible a las libertades individuales en asuntos controvertidos —matrimonio homosexual, maternidad subrrogada—, pero inequívoco respecto al patriotismo, la seguridad, la inmigración ilegal y los valores católicos.
Va poco a misa la sucesora de Garrido. Y va mucho a los toros. Identifica su afición una pulsera de tela de capote que destaca con la expresividad de sus gestos. También lo hace el tatuaje del antebrazo izquierdo, una flor que la “protopresidenta” del PP en la Comunidad de Madrid relaciona con su vinculación ochentera. La tardomovida, la música de Depeche Mode. Los garitos de Malasaña. Y los recuerdos de una experiencia universitaria que la llevaron a estudiar Ciencias de la Comunicación en la Complutense de Madrid.
Ha ejercido el periodismo en diferentes periódicos y emisoras —Radio Marca, entre estas últimas—, pero derivó la pericia mediática a la política. Es locuaz. Polemiza en las redes sociales. Y ha sido víctima de su propia impulsividad, pero subordina los errores al orgullo de un temperamento genuino y espontáneo, sin importarle la resonancia de sus empresas.
Se ha propuesto, por ejemplo, “romper con la dictadura de las feministas radicales”. No porque pretenda derogar la ley de violencia de género, pero sí porque abjura de la demonización de los varones. “Estoy contra el machismo, no contra los hombres. No quiero sentir discriminaciones ni injusticias por ser mujer, pero tampoco quiero ventajas ni privilegios”.
Sus detractores en la izquierda política interpretan su ungimiento como un antídoto a Vox
Así expresaba su criterio en conversación con EL PAÍS unos días después de su designación. Inquieta, hiperactiva, curiosa, castiza en la acepción más chuleta, se considera una mujer hecha a sí misma y en permanente transformación. Se independizó a los 22 años. Y se ha gastado su capital entre los viajes, la gastronomía madrileña y los viajes de ultramar. Le gustaría vivir en Nueva York tanto como le impactó visitar Israel. “El sentido de la supervivencia se añade allí a una increíble capacidad de emprendimiento. Vivir en el extremo ha estimulado la creatividad. Han sido capaces de fertilizar el desierto”.
La experiencia iniciática le permitió conocer a la viuda de un militar, Ari Fuld, que había acuñado el paradigma: “Si la vida es fácil, estás viviendo de la forma equivocada”. Se la ha complicado Díaz Ayuso en los próximos meses. Ha participado en otras campañas, tanto a la vera de María San Gil en el País Vasco como a las órdenes de Cristina Cifuentes —“una buenísima persona”—, pero le corresponde ahora capitalizarla en un enjambre político: la competencia natural, histórica, del PSOE se añade a la rivalidad de Ciudadanos y a la pujanza de Vox, cuya candidata virtual, Rocío Monasterio, representa la derecha patriótica, confesional, nacionalpopulista, en la inercia favorable que se ha precipitado en Andalucía. “Puedo coincidir con Vox en muchas cosas, como la unidad de España, la bajada de impuestos, la seguridad, pero discrepo por completo de las injerencias en las vidas de los ciudadanos. Soy liberal en todas sus acepciones. Para la economía y para las libertades”.
Le han aconsejado sus asesores contener los calentones verbales y disciplinarse como una maratoniana. Comer equilibradamente, hacer ejercicio, dormir todo lo que pueda, eludir el alcohol. Y no es que lo consuma con frecuencia, pero renunciar a la dieta de la Mahou y las patatas fritas es un sacrificio tan grande como alejarse de sus amigos —los conserva desde la infancia— o frecuentar menos de cuanto quisiera Sotillo de la Adrada (Ávila). Es el pueblo de sus padres y de su hermano, el “Rosebud” de Díaz Ayuso, no muy cinéfila, pero lectora de Stefan Zweig, de Javier Marías y de Pedro Corral. Le parece que Desertores desmitifica y aclara la Guerra Civil, la despoja del maniqueísmo, de los tópicos.
El suyo, su tópico, la proclama como derecha desacomplejada, como la derivada femenina de Casado. Se conocieron en las Juventudes del partido. Y ella se adhirió a su candidatura en las primarias de 2018, pero supo casi más tarde que nadie su unción al trono de Madrid, 32 años después de haberle escrito una carta a Felipe González.
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