Muñoz-Torrero, un cura liberal con una bandera que no era facha
Este político, clave en la Constitución de 1812 y que rompe estereotipos, en otro país sería célebre, pero a la inauguración de su busto en el Congreso solo fueron los de su pueblo
Diego Muñoz-Torrero era un hombre de esos que mal se toleran en España, por no ser claramente de un bando: era un cura liberal. Se trata de una combinación muy denostada, como marxista cristiano, gente condenada a no ser considerada de los suyos por nadie. Figura clave de la Constitución de 1812, en otro país, en Francia, en Gran Bretaña, en Italia, sería un figura de primer orden, con calles, estatuas y nombres de colegio, y desde luego este lunes, en la inauguración solemne de un busto en un rincón del Congreso, habrían estado presentes nombres importantes de los partidos. Pero eso no habría sido muy propio de aquí, lo español fue lo que pasó: estaban solo los de su pueblo.
Los extremeños, parece ser, son los únicos que lo recuerdan. Más allá de sus ideas, sobre todo por ser de su tierra. Había medio centenar de personas, pero era imposible encontrar alguien no extremeño que no estuviera allí obligado. Bien por razón de su cargo, como la presidenta de la cámara, Ana Pastor, y los tres primeros vicepresidentes de la Mesa del Congreso (de Ciudadanos, PSOE y PP), que oficiaban el acto, y algunos periodistas, por trabajo. Los demás, Extremadura en pleno. Autoridades, diputados regionales, asociaciones, el escultor que ha donado la obra, Ricardo García Lozano, así como vecinos y familiares de Villanueva de la Serena. Solo se acercaron parlamentarios extremeños, como Carlos Floriano, del PP. La iniciativa del acto y de recordar a este político, por si quedaban dudas, no fue del Congreso, sino de dos entidades extremeñas, Amigos del Camino Real de Guadalupe y la Federación de Asociaciones Extremeñas en la Comunidad de Madrid (FAECAM). Y les ha costado seis años. Menos mal que se sabe de dónde era, si no nadie se habría preocupado de Muñoz-Torrero. "Y eso que los de Extremadura no somos nada pesados en eso de reivindicar lo nuestro", apunta uno de los invitados.
Toda la historia de este hombre chirría para los estereotipos actuales, y no se sabe si el olvido es la causa o la consecuencia. Muñoz-Torrero, de familia pobre y estudiante brillante, fue rector de la universidad de Salamanca con solo 26 años y allí logró renovar los planes de estudio, atascados en Aristóteles y en el sistema peripatético, con Newton y Descartes. Pensador humilde y respetado, fue el primer diputado que habló en las Cortes de Cádiz y uno de los redactores de aquella Constitución. Por eso fue el primero en ensalzar el concepto de que la soberanía nacional residía en el pueblo, y defendió pilares como la separación de poderes y la libertad de prensa, así como la abolición de la Inquisición. Con estas abrumadoras credenciales, ayer la máxima autoridad entre los invitados era Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura. Un busto de Muñoz-Torrero no es el tipo de símbolo que se pueda utilizar hoy para algo, es difícil de arrojar. No le sirve a ningún partido para lo suyo y seguramente tampoco a la Iglesia, que ahora tiene el lío de Franco y este sacerdote abominaba del poder dictatorial. Aznar presenta biografías de Maura, por ejemplo, y tampoco va a ponerse Podemos a exaltar a un cura.
Ni siquiera le sirve a Vox. La bandera roja y gualda de las Cortes gaditanas, luego símbolo contra el absolutismo, también la puso este religioso, era una de su pueblo de Badajoz, Cabeza del Buey. Paradojas de la historia, esa bandera, símbolo del primer destello liberal y constitucional español, fue luego un objeto muy subversivo. Entonces no te llamaban facha, todo lo contrario. Es otro efecto del olvido y otra lacra del franquismo. ¿Alguien agita hoy esa bandera pensando en los héroes de la libertad de Cádiz? Tras la muerte de Muñoz-Torrero nadie quería conservar la bandera, por amor a su pellejo, y sobrevivió gracias a una monja que la escondió en su convento, hasta que pasado el peligro la donó al Congreso en 1834, donde a esta señora le hicieron la ola. A Isidora Mora, que así se llamaba, le dieron la medalla de honor y una pensión de tres reales diarios por este servicio a la patria. La bandera se conserva todavía en el Congreso.
Ana Pastor dijo en su discurso que las ideas de Muñoz-Torrero están de “plena actualidad”, y lo volvió a decir, pero con retintín, cuando citó a un cronista de la época que contaba: “Cuando se levantaba a hablar nadie se levantaba de su asiento”. “También de plena actualidad”, dejó caer la presidenta del Congreso con cierta melancolía, harta de la mala educación en la cámara.
Muñoz-Torrero acabó mal, naturalmente, uno más en la persecución de liberales de Fernando VII. Tras el paréntesis de libertad de Cádiz, de 1810 a 1814, y el del trienio tras el levantamiento de Riego, de 1820 a 1823, tuvo que escapar de la brutal represión absolutista a Portugal, donde de todos modos acabó preso cuando intentaba huir en barco al extranjero. Estuvo cuatro meses en un calabozo que se inundaba con la marea y donde fue torturado hasta que murió en 1829. El consulado de España se desentendió de él y allí quedó olvidado, como exiliado cadáver. Hasta 1863, cuando el partido progresista inició una campaña para traer sus restos a España. La suscripción popular, por cierto, partió de Gerona. Fue recibido con grandes honores de héroe de la patria, pero acabó en ese lugar de olvido institucional tan triste, también sin comparación en otros países, como es el Panteón de Hombres Ilustres, cerca de la estación de Atocha y del que se podría afirmar, exagerando solo un poco, que ningún español ha estado nunca. Es un lugar de aire bastante masón, cosa también aún muy mal vista, donde yacen otros liberales y políticos del XIX.
Al menos este lunes, gracias a sus compatriotas extremeños, que no a políticos y hombres de Estado leídos y agradecidos, Muñoz-Torrero salió un poquito del olvido. Tras el acto de ayer, su busto ya puede empezar a pasar inadvertido en el vestíbulo de columnas del Congreso. En el edificio nuevo de enfrente, no en el de siempre.
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