Vuelve el Capitán Trueno
Casado despertó los instintos de un auditorio necesitado de adrenalina con un retorno a las esencias y a una nueva cruzada de la derecha: bajo el traje bien podía llevar espada y armadura
El día decisivo del PP se abrió con una cola interminable para entrar en el auditorio y una escena incómoda para un partido que promete honradez, pero ya en serio: cuando abrieron la puerta la gente se colaba y hubo discusiones. "Siempre tiene que haber algún jeta", protestaban los primeros, que habían madrugado más. Manzanas podridas hasta en el congreso, hay que ver. En las salas, en el auditorio, sonaba la musiquita del PP al piano, como en las transiciones de las series televisivas, cuando sale la fachada de la casa donde sucede la acción y parecía leer un rótulo: mientras tanto, en el congreso del PP… Anoche habían quedado todos por grupitos locales para cenar, para tomar una copa, para terminar de decidirse y consumar el giro que estaba en el aire.
Soraya Sáenz de Santamaría vino de oscuro, más sufrido que el blanco del primer día. Para las manchas, de barro o sangre, por ejemplo. Desde el principio se vio que los de Pablo Casado gritaban más, jaleaban más, hacían más ruido, estaban de subidón. Los de Sáenz de Santamaría eran más contenidos, más de encargo: tres pancartas había, pero de las caras, nada de sábanas. A Rajoy se le veía tranquilo, sabiendo que ya está de espectador. Brazos y piernas cruzadas, como en el cine, para seguir el desenlace de la película. Podía ser la de Los pájaros, de Alfred Hitchcock, solo que esta vez no era una casa rodeada de gaviotas kamikaze, las del PP estaban dentro, en una escabechina silenciosa. La exvicepresidenta, la primera en hablar, quiso abstraerse del argumento: "¡Mis adversarios son los mismos que los de Pablo y están ahí fuera!". Pero eso será, quizá, a partir de mañana. La imagen del fondo de las grandes pantallas de la sala, sobre la que hablaron los aspirantes, era una especie de magma azul que se movía con una lentitud exasperante y tenía algo de tenebroso. No era el plano de un luminoso campo de cereal en el que se despidió Mariano Rajoy.
Sáenz de Santamaría prometió no hacer ajustes de cuentas, algo involuntariamente revelador, como si no fuera lo que se espera de ella. También se lanzó con las equivalencias incomprensibles, como Rajoy cuando dijo el viernes que ser del PP era la mejor forma de ser español: ella por ser castellano leonesa, es persona de palabra. Dijo ser muchísimas cosas más: soy de provincias, soy de la España rural, soy como vosotros, soy Soraya la del PP. Por poco no saca allí mismo unas pizzas para todos. Todo para que no la vieran de jefa del aparato. Entonces llegó el momento del abanico con bordes rojo y gualda, era Soraya de España, la más flamenca y para chula ella, aunque quizá no midió ese efecto. Miró a la cámara con cara de que iba a decir la frase buena, pero cuando se pone seria le sale de pocos amigos —fatal en un congreso—, como que va a castigar a todos sin postre. "Moriré siendo del Partido Popular", dijo con emoción. Aunque eso no significa que a lo mejor en el Partido Popular la despachan antes. Después de tamaña catarsis, se tuvo que tomar un vaso de agua.
El punto de mala leche fue cuando atacó a Casado sobre la unidad rota. Con la unidad es con lo que más se enardece la masa del PP, tanto la de España como la del PP. "¡Unidad, unidad!", gritaba el auditorio. Casado sonreía levemente, muy dueño de su personaje, sabiéndose observado. Aplaudía con parsimonia de quien está dispuesto a perdonarlo luego todo, casi de estadista. Había entrado de la mano de su mujer, ya casi en plan presidente. Cuando el auditorio estaba en pie dando la razón en los reproches de Soraya era interesante ver quién no aplaudía: Cospedal, Feijóo, Herrera, por ejemplo. Cuando terminó, Soraya se colocó ante los periodistas con el abanico. Fue su último momento de darse aires.
Lo primero que hizo Casado al empezar su discurso fue ponerse a hablar en inglés para saludar al representante del Partido Popular Europeo, y de inmediato lo del abanico ya quedó casposo, como una mala idea. Como que él sabe inglés y la otra no, más moderno, más viajado. Ya te lo imaginabas echando risas con Macron. Casi no leyó el discurso e iba al doble de velocidad que su rival, dejándola atrás. A los cinco minutos ya tenía la gente en pie. Les decía lo que querían oír, que votaran a quien les diera la gana, como si les levantaran un castigo. Casado de antisistema es algo que merece verse, si te lo cuentan no te lo crees. Porque es del PP de Aznar de pura cepa, pronuncia la ese pija mostrando los incisivos y repasó una existencia en el partido casi desde la cuna, desde abajo. Hasta enseñó un carné del PP avejentado.
A los diez minutos ya se dirigió a Adolfo Suárez Illana, porque también va de nuevo Suárez. Tiene todo muy estudiado, salvo el máster, es un político puro. Dijo que desde el principio eligió el camino difícil, y debe de ser verdad, porque hacer media carrera de Derecho en cuatro meses no está al alcance de cualquiera. También le dio por las identificaciones marcianas: "Somos el partido de la España que madruga". Podía haber seguido: de la España que se ducha, o de la España que se peina. El auditorio estaba entregado, se sentía otra vez importante, cómodo siendo antipático. Casado despertaba todo el repertorio de instintos de la derecha, el Pablo Casado que todos tienen dentro. La familia, la vida, la escuela, Venezuela, Cuba, Alsasua, Cataluña… "¡No nos dan pena las familias de los terroristas!", clamó en una de sus frases más sentidas. Citó todas las autonomías una por una, buscando el aplauso por equipos. Se notaba que el militante ya tiene ganas de adrenalina, nada de plasma. Javier Arenas, la gran esperanza blanca del equipo de Soraya, con su tropa salvadora de Andalucía, estaba muy serio y ya solo miraba el móvil. Rajoy movía la pierna derecha con nerviosismo.
Al terminar, la primera secretaria que tuvo Sáenz de Santamaría en el PP de Madrid, Memi, una señora con vestido de flores, toda una abuelita del PP, estaba emocionada, porque la había citado: "En 40 años en el partido es la primera vez que me nombran". ¿Qué le nombran algo? "No, no, que me nombran en público". Vota Soraya. ¿Cómo lo ve? "Está dificililla la cosa", reconocía con una sonrisa. Ya lo intuía.
La gente se lanzó a votar con ganas. Muchos se hacían fotos metiendo la papeleta. "Es que es histórico", explicaban. Les resultaba emocionante que el voto fuera secreto, y ha sido la clave. Los que llevan muchos años en esto no se dejaban engañar por las ovaciones que arrastraba Casado, la experiencia les decía que todo está atado en los despachos, que en el PP esto funciona así. Pero parece que esto ya no funciona así. Sáenz de Santamaría entró la primera en el auditorio, ya perdedora, con sonrisa de circunstancias y paso cauteloso, como quien ya no sabe el terreno que está pisando.
Hitchcock cortó una escena de Los pájaros. El protagonista, Rod Taylor, hacía una hoguera con los cadáveres de las gaviotas que se habían lanzado sobre su casa. Luego entraba y salía con otra camisa. Le decía a la chica, Tippi Hedren: "He ido a cambiarme. La que llevaba olía a pájaros muertos". Casado tendrá que cambiarse de camisa después de esto, o quizá ya se quede con ella puesta, como uniforme de combate, y se unte la cara con pintura de guerra, para la batalla realmente chunga, con una derecha subida a la parra, que empezará ahora en la política española. Proclamó: "¡El PP ha vuelto. Hemos vuelto!". Rajoy podría estar pensando con toda la razón que entonces qué demonios era lo que él presidía hasta un minuto antes. Esa es la película ahora, Derecha de toda la vida: el retorno. Casado podía haberse quitado de repente el traje y que tuviera debajo el del Capitán Trueno y a nadie le hubiera extrañado. Una nueva cruzada ha comenzado. Ha logrado la cuadratura del círculo: parecer renovador con lo más rancio.
Entró ya de líder, con su mujer, entre gritos de "¡Presidente!". Iba estrechando manos. Al llegar a la primera fila, a Arenas casi se lo saltó. Abrazó a Rajoy, a Sáenz de Santamaría y a Cospedal. Luego, el primero, a Feijóo, que estaba sentado detrás. Cuando proclamaron vencedor a Casado y él se abrazó a Cospedal, ella cerró el puño derecho y dijo: "Bien".
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