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Congreso del Partido Popular
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los nervios de la primera vez

La novedad de las primarias imprime una excitación insólita en las bases y hasta dispara hormonas de cabreo con el aparato

Íñigo Domínguez
María Dolores de Cospedal y Mariano Rajoy, en el 19 Congreso Nacional del Partido Popular.
María Dolores de Cospedal y Mariano Rajoy, en el 19 Congreso Nacional del Partido Popular.EL PAÍS

En el congreso del PP había una efervescencia extraña, casi adolescente, a todos se les hace raro poder votar y, encima, que no se sepa lo que va a salir, el no va más de lo democrático. Hay nervios de la primera vez, en un partido hecho y derecho, pero así es el PP, todavía le quedan cosas por descubrir. Y de verdad es otro descubrimiento charlar con algunos de los 3.000 compromisarios, porque además de nerviosos se les ve hasta cabreados. En ese rejuvenecimiento hay incluso una especie de podemización. El militante raso se queja de que se ha tenido que pagar el viaje, los 92 euros del hotel, -y las clavadas de su bar, tristísimo club sándwich y cerveza, 20 euros-, de que el 70% de los concejales no cobra y no como esos que se agarran al sillón. En fin, que ellos no están ahí por el dinero, sino por las ideas, ponen a parir al aparato y solo les falta hablar de casta. “Los compromisarios natos [cargos del partido, no elegidos] no tendrían que votar, me parece muy mal, porque el aparato va a inclinar la balanza. Muchos deciden no por el partido, sino por su bolsillo”, explica un concejal de un pueblo del Llobregat. Vino en el AVE de Barcelona de las 7.05, que recogía afiliados de Lleida, Barcelona y Zaragoza: fueron debatiendo y dice que todos votan a Casado.

Un señor de Toledo, curtido en congresos: “Veo más jóvenes. Antes eran la mayoría de mi edad, cincuenta y pico, sesenta, abrigos de pieles, bueno, cuando era invierno, ahora hay más gente normal”, se ríe porque se le ha escapado. El paisanaje responde en gran parte al estereotipo. Pantalones color crema. Camisas con iniciales. Una cantidad anormal de rubias de bote. Hernando apareció con náuticos. Hasta una señora con una pamela. Pero sí mucha gente normal, como dice el señor. Los encuentros son con palmadas sonoras en el hombro. Los que fueron una vez famosos y ya no lo son tanto se demoran para hacerse los encontradizos, buscando a quién conocen, ansiosos de información y cotilleos. “Las Nuevas Generaciones han pegado una subida que no veas. El chip ha cambiado, hay que cambiar”, concluye este compromisario. Todos tienen ganas de hablar, de desahogarse. Basta empezar de cualquier manera: “¿Qué, cómo lo ve?”. Y a la media hora les tienes que parar.

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“No he recibido presión de nadie, de nadie. Hombre, todos deben favores. Si te llama de la Diputación el que te hizo una calle en tu pueblo, pues te lo piensas, pero es que al final el voto es secreto”, cuenta un compromisario de Valencia. La sensación de que puede pasar cualquier cosa es general, excitante. Pone bastante más nerviosos a los que se la juegan si no aciertan el caballo ganador. “Yo solo espero que no haya hostias, ni durante, ni después. Porque vuelvo a mi casa y ris, ras, rompo el carné”, dice otro compromisario de Alicante. Como que no han venido hasta aquí para tonterías.

Dos chavales de 18 años de Madrid, voluntarios en la mesa de votación de los apellidos de Lete a Lucena, son de Nuevas Generaciones y ven cambios: “Hombre, ahora ves rivales, se ha segmentado el partido, antes éramos todos más lo mismo, compañeros y ya está. Supongo que luego se pasará”. Están con Casado.

Estos congresos son un increíble mundo fan. Se ven situaciones improbables, como que alguien se le declare a Cristóbal Montoro: fue una de las voluntarias de las acreditaciones, que le dijo que le admiraba y era el mejor ministro. Cuando llegaron Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, él arrastró el doble de gente y de fotógrafos. Estrechó la mano hasta a las columnas, en su estilo. “Hay gente que está muy subidita”, comentó una militante. El ambiente era ese, como de que gana Casado, pero que cuidado, que no se fíe.

Empezó el congreso, sonó el himno de España y María Dolores de Cospedal ya se emocionó. Como Mariano Rajoy, los dos tenían los nervios de la última vez, no de la primera. El ambiente en el auditorio era cargado, tórrido. En esa temperatura de terrario, como dos criaturas fuera de lugar, Rajoy y su esposa, Viri, pasaban un mal rato, observados por todos. El expresidente oía elogios y no movía un músculo, muy serio. Parecían incómodos, o de funeral: son dos tímidos. Rajoy hace un extraño juego de cejas cuando se conmueve. Viri se tuvo que secar las lágrimas. Les pusieron un minidocumental con una canción bonita titulada Hero, héroe. Era como uno de esos vídeos de las bodas en que hablan amigos lejanos y todo el mundo es bueno. En su discurso de despedida, Rajoy se reveló una vez más, la última, como el más normal del PP, y mucho más su mujer. La jornada fue nostálgica, una tregua antes de la pelea de hoy.

Sáenz de Santamaría y Casado, entretanto, se vigilaban de reojo, separados por dos butacas. Mientras Cospedal hacía su último discurso como secretaria general, ella lanzaba miradas de complicidad a Martínez Maíllo, subiendo los ojos con intención. Casado escuchaba tranquilo, más relajado, ella no paraba quieta, entre el abanico, el móvil y una sonrisa descaradamente intrigante, como si quisiera hacer saber a todos que sabía cosas que los demás no saben.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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