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Muere a los 102 años Víctor Garaigordobil, ‘el obispo de la txapela’ en el Vaticano II

Cercano a la teología de la liberación, participó en la asamblea de Medellín y fue prelado de Los Ríos, en Ecuador, durante 34 años

Víctor Garaigordobil, en una imagen de archivo.
Víctor Garaigordobil, en una imagen de archivo. Religión Digital

Cuando Victor (Bittor) Garaygordobil marchó en 1948 a tierra de misiones en Los Ríos, en Ecuador, partió de Vitoria junto a otros siete sacerdotes vascos convencido de que iba a tierra de infieles y desheredados, dispuesto, incluso, a morir allí, sin volver a pisar su tierra natal. “La primera impresión fue de sorpresa”, confesó en 1998, con motivo del 50 Aniversario de las Misiones Diocesanas Vascas, que había contribuido a fundar. “La información que nos habían dado era inexacta. Ni resultó ser un pueblo abandonado religiosamente ni las condiciones eran tan extremas como nos las habían descrito”. Pronto destacó por su trabajo, hasta el punto de que en 1957 fue nombrado Administrador Apostólico de Los Ríos a la muerte de su diocesano, y cuatro años más tarde Pablo VI lo hizo obispo titular. Fue su pontífice durante 34 años. Murió el martes pasado a los 102 años en el Hogar de los Sacerdotes Venerables de Begoña (Bilbao). Era el segundo obispo de más edad del mundo junto al prelado chileno, Bernardino Piñera, un mes mayor.

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Garaygordobil había nacido en 1915 en un caserío del barrio de Amatermin, en Abadiño, junto al santuario de Urkiola, y se ordenó sacerdote hace 75 años. Había participado en el Concilio Vaticano en representación del obispado ecuatoriano. Su imagen, caminando por la plaza de San Pedro luciendo una txapela sobre su cabeza mientras se dirigía a la asamblea conciliar, en contraste con la pomposidad del resto de los padres conciliares, dio la vuelta al mundo.

Tenía 19 años cuando en 1936 empezó la Guerra Civil tras el golpe militar del general Franco, y actuó de camillero en Santander, Oviedo, Teruel, Lérida y Cuenca. De regreso a casa, ingresó en el seminario de Vitoria, donde fue ordenado sacerdote en 1943. Su primer destino fue la parroquia de San Pedro de Deusto. Enviado por su obispo para formar futuros sacerdotes en el Seminario de Vitoria, pronto logró su sueño misionero. Fue uno de los ocho que en octubre de 1948 llegaron a Ecuador para inaugurar la primera Misión Diocesana Vasca.

Garaygordobil en el Vaticano.
Garaygordobil en el Vaticano.Religión digital

El funeral por Don Bittor, el obispo de la txapela, como era conocido, se ofició este mediodía en Urkiola, presidido por el obispo de Bilbao, Mario Iceta, junto a varios prelados y sacerdotes. Recibió sepultura en el cementerio del santuario, en el que el fallecido vivió durante más de tres décadas con la comunidad misionera de Urkiola hasta que a finales del pasado año fue trasladado a la residencia sacerdotal de Begoña, en la que ha pasado sus últimos meses. Lector de novelas del Oeste y gran jugador de mus, a Garaygordobil no le gustaba escribir, pero sus fieles ecuatorianos acudían a la catedral sin falta para escuchar sus homilías, de brillante oratoria. El boletín de la diócesis de Vizcaya subrayaba ayer su austeridad y sencillez. “En pocas ocasiones se le vio revestido con capisayos episcopales; dicen que cuando le robaron de su armario de la Abade-Etxea de Urkiola los recuerdos que había traído de Ecuador, se sintió aliviado de la preocupación de cuidar cosas de valor”. Entre otros homenajes una vez regresado a Vizcaya en 1998 como obispo emérito, destacan los documentales sobre su vida y sobre la historia de las Misiones Diocesanas Vascas, además de la publicación del libro Bittor Garaigordobil, cien años de solidaridad y libertad.

Cuando cumplió cien años recibió una carta de felicitación del papa Francisco. ”Que el señor te siga colmando de bendiciones», le decía. Pocos conocen mejor que el pontífice argentino la historia de los misioneros españoles por el ancho mundo, donde la Iglesia católica española es una potencia. Pese a la crisis de vocaciones que padece aquí, el catolicismo español tiene en el exterior unos 110 obispos y miles de eclesiásticos y laicos, hasta sumar un ejército de casi 20.000 personas fieles. La inmensa mayoría de esa iglesia misionera son mujeres que atienden escuelas, comedores, pequeños hospitales, bibliotecas, centros de atención a niños desnutridos o casas de acogida.

Pero los ocho misioneros vascos llegaron a Ecuador, con Garaigordobil al frente, con una misión menos heroica y evangelizadora. En realidad, el arzobispado de Quito estaba enfrentado con los sacerdotes norteamericanos (de EE UU y Canadá) en misión en el país, a los que detestaba por liberales, y no había parado hasta sustituirlos poco a poco por sacerdotes educados en un nacionalcatolicismo de Cruzada gamada, procedentes de una España sumida todavía en las cartillas de racionamiento, el hambre entre las clases populares y una represión política brutal.

El obispo Garaygordobil, muchos años más tarde, acabó incluso dudando de haber hecho lo justo cuando aceptó ser el obispo de su diócesis, viajando a Roma, incluso, como representante del episcopado ecuatoriano en el Concilio Vaticano II, entre 1964 a 1965. Lo confesó en 1982 cuando presentó su renuncia para regresar al País Vasco. “La idea que existía entre nosotros era que el obispo fuese un nativo. El camino no es solo evangelizar, es establecer la Iglesia nativa, y esta no se establece sin clero nativo ni obispo nativo”.

Las intervenciones de Garaigordobil en el Concilio Vaticano II no pasaron desapercibidas, frente a la intrascendencia de las del episcopado que llegaba de España, salvo contadas excepciones. Es famoso lo escrito por el teólogo Yves Congar, uno de los grandes peritos del concilio. Cuando en el plenario se anunciaba alguna intervención de obispos españoles, los padres conciliares aprovechaban para salir al servicio, apuntó en su diario. No era el caso de Garaigordobil, que intervino en la Asamblea, entre otros motivos, para argumentar en favor de la creación de Consejos Presbiterales en cada diócesis.

Muy comprensivo con la teología de la liberación, que conoció muy de cerca en Medellín (Colombia), era notoria su preferencia por los pobres. Este miércoles el periódico Religión Digital recuperaba una entrevista que concedió en 1998 a Txenti García sobre su participación en la asamblea del episcopado junto a Pablo VI en Medellín. “Marcó profundamente la pastoral en Latinoamérica. En las conclusiones surgieron propuestas como la de ordenar sacerdotes a hombres casados. La Teología de la Liberación nace en Medellín. Nosotros no aceptábamos el marxismo con su contenido ideológico, sino por su contenido experimental. Lo que Medellín aportó fue la opción preferencial por los pobres. La principal denuncia desde la Teología de la Liberación es que los mártires ha sido producidos no por los comunistas ni por los paganos, sino por los llamados católicos que detentan el poder político y económico”.

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