Pepe Perales, doctor, amigo, ejemplo
El jefe del servicio de medicina interna del Hospital Ramón y Cajal fue un modelo de entrega a la sanidad pública
Viví una de las etapas profesionales más enriquecedoras y gratificantes durante el tiempo que desempeñé responsabilidades de dirección y gerencia al frente del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Y lo fue por muchas razones, pero fundamentalmente por la calidad humana y la pasión vocacional por el servicio público y la sanidad de todos los que formaban parte de ese extraordinario hospital, que sigue siendo un referente sanitario en España. Entre ellos, quien entonces era su director médico y posterior jefe del servicio de Medicina Interna, Pepe Perales (1945), cuyo fallecimiento el pasado día 6 en Berlín me lleva ahora a recordar qué importantes son esas personas que hacen mejores a cuantos rodean y qué privilegio, como el que la vida me regaló, de tenerlas cerca.
Eran muchos Pepes en uno, como esos insólitos renacentistas que aparecen seis siglos después para mostrarnos algunos caminos que el ser humano no debe dejar de transitar jamás. El camino de la vocación y de la pasión por lo que sientes, como hizo con la medicina, licenciándose con brillantez y especializándose en Medicina Interna. El camino de la gestión, ayudando siempre a sus compañeros y al hospital al que, desde su inauguración hasta su jubilación, siempre permaneció, con una virtud en cuyo manejo fue un maestro consumado: la de saber escuchar, la de comprender y empatizar, la de dejar siempre abierta la puerta de su despacho para que salieran como soluciones lo que entraba como problemas. El camino de la dedicación al servicio público sanitario y al interés general, desde la asistencia, la docencia y la investigación. Un lujo.
Caminos como los muchos que Pepe recorría en Navarredonda de Gredos y en la sierra de Madrid, siempre rodeado de amigos, pensando en el diseño de quién sabe qué objetos o edificios, otra de sus inquietudes, o en lo que el último libro le había enseñado o en el siguiente ensayo que disfrutaría, como buen lector que era, a ser posible —lógico para un empedernido melómano— arrullado bajo los acordes de cualquier pieza de J. S. Bach, su compositor favorito.
Aprendí de Pepe el valor del compromiso, como el que él tuvo hacia su hospital y hacia la sanidad pública; de entregarse con sensibilidad a quienes buscan respuestas, como hizo con sus pacientes; de estar siempre a la altura y en hora frente a las circunstancias, por difíciles que fueran; de no dejar de aprender jamás, seguro que estimulado por esa cita del vestíbulo del hospital en la que Ramón y Cajal nos recuerda que “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
Nos ha dejado un gran escultor de las cosas importantes de la vida. Sé que, por dolorosos que sean estos días, Lupe, Pablo, Isabel y Teresa y sus nietos han tenido la fortuna y el privilegio de compartir su vida con un hombre excepcional. Pepe Perales, doctor, amigo, un ejemplo. Hasta siempre.
Rafael Catalá Polo es ministro de Justicia.
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