Un apasionado defensor de la justicia como servicio público
Luchador constante y de convicciones fuertes, el juez exponía sus ideas con pasión
En sus inicios como corredor de maratones, cuenta Murakami que había un corredor que decía que, ya desde que empezaba a correr, y luego durante toda la carrera, no hacía más que rumiar para sus adentros una frase que le había enseñado su hermano, que también era corredor: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, depende de cada uno.
Javier Martínez Lázaro, nuestro compañero Tito, por desgracia sabía mucho de dolor y de sufrimiento. Durante la larga y penosa enfermedad, y a pesar de los dolores tan intensos, trataba de aferrarse a la vida, siempre daba la sensación de que no sufría. Lo afrontaba con gran aplomo. Hasta el último momento acudía a diario a la Audiencia Nacional, donde servía como magistrado en la Sala de lo Penal desde hacía nueve años. Y trataba de hacer una vida normal con Ana y sus hijos, así como con los amigos y compañeros.
En sus 63 años, Tito tuvo una vida muy intensa y fructífera. En los encuentros que organizábamos en Juezas y Jueces para la Democracia con periodistas siempre le gustaba recordar que él además de juez había sido antes periodista. Y sin embargo, denunciaba con vehemencia y rigor las filtraciones de los sumarios o la llamada “pena del telediario”. Luego fue abogado laboralista, en los primeros años de la reciente etapa democrática. Allí coincidió con otros compañeros —hoy jueces— en la defensa de los derechos de los trabajadores. Y más tarde se hizo juez, al igual que su mujer, hoy magistrada de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Desde su incorporación a la judicatura se asoció a Juezas y Jueces para la Democracia, donde desarrolló un activo papel en la idea de la justicia como servicio público. Él fue uno de los que participaron en la redacción de la Carta de Derechos de los ciudadanos ante la justicia. Por cierto, una iniciativa parlamentaria histórica que alcanzó por primera y única vez la unanimidad de todos los grupos políticos, eso sí, carente de fuerza de ley. Con ella se perseguía una justicia transparente, comprensible, atenta y responsable con el ciudadano y la ciudadana.
Tito era de natural optimista y creía que los problemas de la justicia sí tenían solución. Siempre fue un ardiente defensor del Pacto de Estado por la Justicia, habiendo intervenido en la gestación del suscrito entre los dos grandes partidos en el año 2001. En su etapa de vocal del Consejo General del Poder Judicial vivió dos hechos terribles que le marcarían en el futuro. Los atentados del 11-M y el asesinato del juez José María Lidón por la banda terrorista ETA. A partir de ese momento, como vocal delegado del País Vasco, fue constante su cercanía y proximidad con los compañeros allí destinados. Eran años duros y los jueces precisaban de escoltas de seguridad para desempeñar su trabajo. Ya como magistrado en la Audiencia Nacional hubo de resolver asuntos muy complejos sobre terrorismo y de gran trascendencia mediática, algunos de los cuales le valieron injustas críticas.
Tito era una persona de fuertes convicciones y un luchador constante. Defendía sus ideas de forma apasionada. Era jovial y alegre, incluso en algunos de los peores momentos de su enfermedad. Además de la justicia, era un amante de los Beatles y de la arquitectura, y de la vida, de su familia y de sus amigos. Supo vivir con dignidad y con profundo respeto hacia los demás, incluso de aquellos con los que discrepaba.
Deja un profundo vacío. Su pérdida es irreparable, tanto para Ana y sus dos hijos como para todos aquellos que hemos tenido la gran oportunidad de conocerle y de quererle. Te echaremos de menos y nunca te olvidaremos.
Ignacio González Vega es portavoz de Juezas y Jueces para la Democracia.
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