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Los rastros perdidos del imán de Ripoll

Las huellas en la localidad marroquí en la que nació el inspirador de los atentados son confusas

Juan Diego Quesada
Vista exterior de la mezquita de Bab Taza, cabeza de la comarca de Tinghaya.
Vista exterior de la mezquita de Bab Taza, cabeza de la comarca de Tinghaya. Javier Otazu (EFE)

El rastro del presunto cerebro de los atentados de Barcelona conduce a una pequeña aldea montañosa rodeada de cultivos de kif. La madre de Abdelbaki es Satty, el imán de Ripoll acusado de adoctrinar a una decena de adolescentes que cometieron el mayor atentado yihadista en España desde el 11-M, se resguarda de la mirada de los curiosos en una casa de dos plantas empotrada en una ladera, a un lado de una carretera de cabras. En la parte trasera, el único de sus hijos que todavía vive con ella ha encendido una hoguera. Los pocos que quieren decir algo sobre su tristemente célebre vecino creen que la familia está echando al fuego los pocos recuerdos que tienen de alguien que nació en este lugar remoto hace más de 40 años.

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En la puerta principal de la casa hay apostada una patrulla militar que obliga a dar media vuelta a todo el que ha subido hasta aquí. El ambiente en esta población cuya cabecera municipal está a unos 20 kilómetros cuesta abajo, Bab Taza, está enrarecido desde que se hizo público que las autoridades creen que Es Satty, muerto en una explosión en una casa de Alcanar (Tarragona) horas antes de los atentados, es el ideólogo y el reclutador de la célula que sembró el terror en Cataluña. “Se fue hace 10, 12 años, no sé con seguridad. No lo recuerdo de nada en particular, no se dedicaba a nada. Se volvió a hablar de él cuando lo detuvieron por droga pero eso no es nada raro por aquí”, explica Mohammed frente a un tenderete de cargadores de móviles.

Las huellas del imán están presentes en varias ciudades del norte de Marruecos como Tetuán, Tánger y Rincón. Casado en Marruecos con una mujer a la que abandonó cuando emigró, dejó seis hijos que apenas tenían contacto con él. Algunos vecinos —que aseguran haberle visto por aquí cada par de años y lo describen como alguien callado y enigmático y no especialmente religioso— creen que desde esta zona, donde hay vendedores de cannabis hasta debajo de las piedras, ideó cruzar con 136 kilos de hachís de Ceuta a Algeciras, lo que le llevaría a prisión. Era el primer día de 2010 y, si se hace caso a su documentación oficial, ese día celebraba su cumpleaños.

Uno de los hombres apostados en la vereda del pueblo dice haberlo conocido de niño. ¿Jugaba con Es Satty? “Sí, claro. Ya estaba entonces un poquito loco”, prosigue su relato con un español que aprendió durante los tres años que asegura haber vivido en Málaga. ¿Lo reconoció al verlo en el telediario? “Sí, sin duda”, responde. ¿Esta misma foto?, le pregunta este periodista mientras le enseña la de otro de los yihadistas. “Sí, claro, ese es mi amigo Abdelbaki”.

No, no lo es. Muchas de las pistas son igual de confusas. El imán decía tener nueve hijos —¿dónde están los tres que faltan, quién es la madre?— y en sus documentos señalaba como su lugar de nacimiento Madchar, donde nadie dice haberlo visto nunca. Incluso su fecha de nacimiento suena escogida al azar, como la que eligen los funcionarios del registro cuando hacen el trámite de unos padres analfabetos.

“Ese hombre no importa aquí. Lo hizo en España, es allí donde vivía, no entiendo que se le quiera echar la culpa a Marruecos de lo que ha pasado”, dice el representante local de Tingayah, una especie de enlace con la alcaldía. Su discurso es el que han esgrimido todas las autoridades marroquíes para blindar el acceso al entorno de este imán próximo al salafismo, una corriente rigorista del islam que aboga por la instauración de un orden islámico. Ni en la mezquita de su municipio ni en las del resto de ciudades de alrededor dicen haber tenido ningún contacto con él. Abdelkabi es Satty es una sombra y si lo que queda de su recuerdo está ardiendo en el patio trasero de su madre, solo queda buscar entre humo.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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