La solidaridad despiadada
Solidaridad, qué demonios hemos hecho con tu nombre, puesto en manos de cualquiera que para expresarte añade dolor al ya sufrido
La imagen de La Rambla era, por ejemplo, Gabriel García Márquez a medianoche, comprando un periódico en un kiosco lleno de flores. O Juan García Hortelano riendo con sus amigos de Barcelona, Juan Marsé, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, hasta la estatua de Colón, riendo. Ahora la imagen se mancha de sangre y es el grito, la espantada. El cuadro de Munch pintado de pronto en una de las vías más hermosas del mundo.
En el minuto siguiente, los 140 caracteres se llenaron de estupor, de expresión de miedo; las radios, los periódicos instantáneos, las personas perplejas fueron todas las personas perplejas y aturdidas por la mano del mal, ese sudor implacable de los hombres que quieren más la muerte que la vida de los otros.
Y dos minutos después, cuando todavía la policía buscaba rostros vivos en medio de la matanza que ensangrentó esa bella vía de amantes, pájaros y diarios, las redes se llenaron de soledad y de solidaridad, la de veras, la solidaridad de veras, la que ofrecía información y mensajes de socorro, la que se ocupaba de las personas vivas y de los muertos, y también la otra solidaridad. La solidaridad despiadada.
Seres humanos de sangre y huesos y ojos y respiración, provistos de elementos para retratar, grabaron la inutilidad terrible de la muerte, y se quedaron ahí, con el adminículo colgando, mientras delante se administraba cruel el medicamento terrible de la evidencia: están muertos, están malheridos, esta que ves es la sangre. Descuidadamente, como si estuvieran haciendo fotos de primera comunión, los desalmados de la instantánea subían a la red el botín morboso de sus cámaras.
La solidaridad despiadada, gatos maullando oscuros documentos. Y la soledad despiadada fue también, en seguida, la de los matones españoles que aprovechaban la ocasión para decir que ya lo habían dicho, que era por esto y por lo otro, y de pronto una horda de acusadores de todo se subió a la chepa del terror para aumentarlo con sus invectivas. Hubo hasta quienes, desdichadamente, invocaron nuestra historia española de intolerancia y expulsiones para hablar del Islam como la fuerza del mal que habría que echar de España otra vez.
Solidaridad, qué demonios hemos hecho con tu nombre, puesto en manos de cualquiera que para expresarte añade dolor al ya sufrido, con la palabra, ese bello objeto que debería servir para curar, no para herir más, no para matar la esperanza de una vida distinta, más tolerable, hermosa como el canto de los pájaros que acompañaban a reír a Hortelano y a Gabriel García Márquez.
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