“Lo que hay detrás de la hostilidad al turismo es xenofobia”
"Hasta ahora, los incidentes no han tenido mucho impacto en la imagen exterior de España", asegura
Carlos Espinosa de los Monteros (Madrid, 1944), alto comisionado de la Marca España, recibe una nota cada vez que la prensa extranjera se hace eco de los actos de hostilidad contra el turismo en España. La última ha sido la suiza. De momento, cree que estos incidentes “no tienen mucho impacto” en la imagen exterior de nuestro país, a pesar de que “en verano las noticias escasean y se exageran un poco incidentes de este tipo”. Pero “son [como] gotas de agua, si esto siguiera, podría tener un efecto dañino para el turismo y la economía española”, advierte en una conversación con EL PAÍS.
“Hay que distinguir las protestas de los vecinos de determinados barrios por las molestias que puede causar el turismo, que son legítimas y a las que hay que encontrar cauces de solución, de las manifestaciones violentas que intentan aprovecharse de ese descontento y a las que hay que condenar rotundamente. Lo que hay detrás de esos movimientos es xenofobia, sin ninguna duda”, sentencia. Y es preocupante, agrega, “porque este país no ha rechazado al extranjero ni siquiera cuando sufrió niveles escandalosos de desempleo”.
"Me da un poco de risa el cupo de 623.624 visitantes fijado por Baleares"
"No hay una burbuja turística en España. El sector tiene bases sólidas"
Sí admite que, más allá de las protestas, hay un debate sobre el modelo de desarrollo turístico, basado en batir año tras año el récord de visitantes. “Es inevitable sacarle jugo a las cifras, sobre todo si van creciendo, y probablemente este año vamos a oír que llegamos a los 84 millones, que es la estimación que tenemos, pero yo creo que la industria turística se está reorientando, es cierto que despacio, muy despacio, hacia lo cualitativo más que lo cuantitativo”.
Sin embargo, no es partidario de imponer un cupo máximo de turistas y confiesa que le da “un poco de risa” cuando oye que Baleares ha fijado en 623.624 el tope de visitantes. “¿Cómo se ha llegado a esa cifra? ¿Cómo se va a diferenciar quién es turista y quién no?”, se pregunta.
“Cuando leo que ya no caben más turistas en España me parece un poco simplista. Lo que hay es una concentración muy grande en media docena de lugares y en solo 50 días, entre julio y agosto, cuando viene un tercio del total de visitantes. El resto del año no hay problemas de saturación en ningún sitio”.
Tampoco comparte la idea de que haya una burbuja turística en España, debido a la caída de otros mercados competidores por la inseguridad generada tras la Primavera Árabe. “Estimamos que los que han dejado de ir a Túnez o Egipto para venir a España son 500.000 personas como máximo y esa magnitud es muy pequeña comparada con 84 millones. Solo la isla de Mallorca tiene más camas que todo el Mediterráneo, con la excepción de Francia e Italia. La industria turística tiene una base muy sólida, lo que está haciendo es modernizarse”.
La modernización pasa por dos palabras clave: desestacionalizar y diversificar. Ya apenas se hacen campañas de promoción en los tradicionales emisores europeos de turistas. El objetivo ahora está en Rusia, el golfo Pérsico y Asia; en particular, China. Un mercado en el que España está todavía poco presente y con un espectacular potencial de crecimiento. “De los 1.200 millones de turistas que hay en el mundo, 100 millones son chinos. En diez años serán 200”, vaticina.
No solo son muchos, sino que su nivel de gasto medio triplica al europeo, sus estancias son más largas y, eso sí, no vienen atraídos por el sol y playa. “Diversificar mercados nos haría menos dependientes de la situación de Europa”, subraya.
Más allá de apoyar la proyección exterior de las empresas, Carlos Espinosa, empresario durante la mayor parte de su carrera profesional, es renuente a que el Estado tome la iniciativa y siente a comunidades autónomas y Ayuntamientos a la mesa para ordenar el sector y regular los apartamentos turísticos, cuyo aumento exponencial está en el origen de la turismofobia.
“Las mesas están muy bien para intercambiar experiencias, pero soy poco amigo del intervencionismo. De lo que soy partidario es de que se cumplan las normas y si una dice que a determinada hora hay que apagar la música, se respete; y si alguien causa destrozos, se le castigue. Creo que los Ayuntamientos están mucho más cerca de la realidad, saben lo que los vecinos reclaman y tienen los instrumentos para actuar”, remacha.
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