El SOS de Iglesias
El líder de Podemos pide ayuda al PSOE para encubrir su fracaso, mientras Ábalos se estrena como un portavoz lúcido e implacable
Enternecía la condescendencia de Pablo Iglesias hacia el PSOE. Sorprendía incluso el esmero con que vo-ca-li-za-ba. Parecía la versión masculina de Siri. Y se hubiera agradecido un ambiente a media luz, acaso más propicio a la intimidad de teatrillo que el líder de Podemos quería conceder a su obscena estrategia de seducción.
Iglesias mantiene o cultiva una relación patológica hacia el Partido Socialista. Lo ha maltratado siempre en la dialéctica de la marea. Y lo hizo más que nunca cuando frustró la investidura de Sánchez en marzo de 2016, de forma que la única razón para tender la mano ahora radica en la angustia del náufrago y en el aislamiento que remarca el gatillazo de la moción de censura. Pablo Iglesias está solo. O mal acompañado, pues la adhesión de ERC y Bildu representa el lastre de una embarcación a la deriva. Y refleja la vía de agua que el portavoz Ábalos aprovechó para recelar del acercamiento de Iglesias, convertido Iglesias en sirena y en murmullo de naufragio.
El líder de Podemos necesita al PSOE para encubrir el fracaso de la moción de censura, incluso pretende someterlo o constreñirlo a un ejercicio de amnesia. No ya por las antiguas cuitas en la hegemonía de la izquierda, sino por la estrategia de las últimas semanas. La moción misma había sido diseñada contra los socialistas. Pensando que Susana Díez ganaría las primarias y restregándoles el apoyo implícito al Gobierno de Rajoy en el nombre de la diabólica triple alianza (PP, PSOE, Ciudadanos).
El cambio de escenario les sorprendió a contrapié y requirió una improvisación táctica. La mencionó el propio Ábalos en su intervención, trayéndose a la tribuna de oradores el documento "clandestino" donde se Podemos reflejaba la amenaza de Pedro Sánchez y la necesidad, la emergencia, de neutralizarlo como enemigo electoral.
Esa es la mano que ofrece Pablo Iglesias. Y esa es su credibilidad como aliado en la deflagración del marianismo. Iglesias no busca un acuerdo con el PSOE, ni siquiera un armisticio. La propia parodia de la moción de censura aspiraba a consolidarle como líder de la oposición. No ya aprovechando la ausencia de Sánchez y el papel de figura extraparlamentaria en que se encuentra el líder socialista, sino prolongando cuántas horas hiciera falta el antagonismo perfecto con Mariano Rajoy.
Por mucho que Iglesias se remangue la camisa -lo hizo en la jornada del miércoles-, no puede disimular los trucos de tahúr decadente. Hasta resultaba embarazoso su timbre melifluo y su prosa edulcorada, sentimental. Porque el cinismo se le escapaba entre las sílabas. Y porque Iglesias no ofrecía una mano. Pedía ayuda, la necesitaba, le urgía que el PSOE acudiera a rescatarlo en nombre de una emergencia nacional.
No cayó en la trampa José Luis Ábalos. Y se destapó como un portavoz ameno, cálido, verosímil, lúcido. Sentía lo que decía. Y se distanciaba del embaucador. No sólo cuestionando su modelo de Estado y el sindiós de la plurinacionalidad, sino recordándole que el monstruo de Rajoy bien pudo haber sido desahuciado hace un año, cuando Iglesias hablaba italiano en la superstición del sorpasso.
"A veces abstenerse no es tan malo". Parecía referirse Ábalos al camino neutral que Iglesias no emprendió en marzo de 2016, pero el enigma tiene otras lecturas. La abstención del PSOE a la investidura de Rajoy. O la abstención del grupo socialista a la moción de censura que Iglesias ha convertido en un fracaso político en propia meta.
Así queda reflejado en el recuento de los votos para gloria del marianismo en la balcanización de los rivales. El aislamiento aritmético de Podemos es tan significativo como la hostilidad que su jefe ha encontrado o inducido entre casi todas las fuerzas parlamentarias. Herido Iglesias, el PSOE no tiene razones para socorrerlo, sino motivos para desenmascararlo.
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