Una moción de Martes y 13
La moción de censura de Pablo Iglesias se ha convertido en una frivolidad extemporánea y vanidosa
La moción de censura de Pablo Iglesias se ha convertido en una frivolidad extemporánea y vanidosa. Extemporánea porque estaba concebida como un contrapié a la hipotética victoria de Susana Díaz. Y vanidosa porque él mismo aspira a convertirse en presidente del Gobierno, a expensas de las dudas de sus propios camaradas —los errejonistas, Compromís— y con la estrafalaria adhesión de ERC y Bildu, o sea, las fuerzas políticas que pisotean la liturgia parlamentaria, reniegan de la unidad territorial y blasfeman sobre la Constitución.
Adquiere así la iniciativa una connotación subversiva, vocinglera, incluso malogra la bala de plata que un partido opositor tiene a su disposición para sugestionar o descoyuntar una legislatura. Nada más grotesco en la reputación libertaria de Iglesias que evocarle el antecedente de Hernández Mancha, precursor de la moción gatillazo y del calentón oportunista al que Iglesias pretende dotar de valor purgante.
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La paradoja del espectáculo que se avecina el martes 13 no radica ya solo en el simbolismo tragicómico de la fecha sino en el aislamiento político al que se expone Iglesias mismo. Es verdad que el líder de Podemos no pretendía tanto evacuar a Rajoy —lo necesita en el Gobierno, lo cultiva en la coreografía de la pinza— como exponer el apoyo implícito de los socialistas, pero el fracaso de la moción antes incluso de articularse retrata mucho más la soledad de Iglesias en su radicalidad que la de Rajoy en su provisionalidad aritmética.
La lectura ventajista de la jornada sobrentendería que Podemos es la única fuerza política que arrincona la corrupción. Ya se ocuparán Montero e Iglesias de demostrarlo con vehemencia en el reguero nauseabundo de Ignacio González, pero la beligerancia verbal y hasta las razones plausibles que amparan la moción se resienten del pecado original en que incurrió Podemos cuando realmente sí pudo haber evitado que Mariano Rajoy accediera a La Moncloa. Sería, entonces, presidente Pedro Sánchez, cuyo papel en la sesión del martes responde a una suerte de abstención astuta y polifacética. Porque se abstiene de asistir o de presentarse. Y porque la abstención le permite distanciarse de Iglesias, distanciarse de Rajoy y hasta distanciarse del antiguo PSOE, redundando en un tacticismo con el que aspira a acceder a los votantes de Podemos. Ya lo ha dicho: está cerca de ellos, pero lejos, muy lejos, de Pablo Iglesias.
Es el contexto político en el que Mariano Rajoy pretende convertir la moción de censura en una automoción y autopromoción de confianza. Sea a iniciativa suya, sea a iniciativa de sus costaleros, asistiremos a un espectáculo de propaganda y de onanismo político que justifica la superstición, la comicidad de Martes y 13. Y que, por idénticas razones, degrada la Cámara baja a una parodia parlamentaria.
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