América vuelve a ser grande
Si se quiere entender el lanzamiento de los 59 misiles tomahawk sobre la base aérea siria próxima a la ciudad de Homs desde dos destructores norteamericanos fondeados en el Mediterráneo de nada servirá sorprenderse por los tuits de Donald Trump en agosto de 2013 cuando Barack Obama estuvo a punto de bombardear Siria como respuesta al ataque con gas sarín en Ghouta que provocó al menos 281 muertos.
En efecto, esos mensajes –y los posteriores durante la campaña de Trump en las presidenciales del 8 de noviembre de 2016- decían lo contrario de lo que ahora acaba de hacer.
Pero es que ahora mismo, apenas unos días antes de ordenar el ataque del jueves, la Administración Trump mantenía aquella línea de acción, según la cual Estados Unidos, que ha financiado y alimentado con armas a algunos de los diferentes grupos de la oposición, no tenía como programa el cambio de régimen del dictador Bachar El Asad.
La secuencia de los hechos nos da alguna clave del vuelco de la política de Estados Unidos.
El jueves, día 30 de marzo, el secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson, declaró que el futuro de Asad es algo que debe decidir el pueblo sirio. El mismo día, Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, explicó: “Nuestra prioridad ya no es sentarnos allí a esperar y centrarnos en conseguir quitar a Asad”.
Al día siguiente, ante la proliferación de críticas que ambas declaraciones concitaron en Washington, habida cuenta de que hasta entonces la política norteamericana pasaba por persuadir a Asad de que abandonara el poder, el portavoz de la Casa Blanca, sin embargo, apoyó a Tillerson y a Haley.
Sean Spicer dijo sobre la permanencia de Asad: “Hay una realidad política que tenemos que aceptar dado donde estamos ahora mismo. Barack Obama ha sido incapaz de convencer a Asad para que abandone el poder”. Añadió: “Tenemos una oportunidad y necesitamos centrarnos en derrotar a ISIS. EE UU tiene prioridades fundamentales en Siria e Irak. El contraterrorismo, en especial la derrota de ISIS, es la principal de nuestras prioridades”.
Tres días después, del 3 al 4 de abril, un ataque con armas químicas en el pueblo de Khan Sheikoun, en la provincia de Idlib, la única que no controla el gobierno de Asad, provocó alrededor de 69 muertos. Trump y otros líderes responsabilizaron de la acción a la Fuerza Aérea de Asad.
El ataque contra el pueblo de Khan Sheikoun ha sido una reedición, según se ha apuntado, de una operación similar desencadenada cuatro años antes en Ghouta. Obama preparó una represalia contra Asad y justificó la inminente acción con el argumento de que el gobierno sirio había traspasado la "línea roja" que su Administración había trazado.
Un acuerdo in extremis con Rusia abrió una negociación con Asad e hizo entrega -aparente- del arsenal de armas químicas. Obama decidió no atacar.
En los momentos en que Obama sopesaba el ataque, Trump lanzó numerosos tuits en los que pedía a Obama que no interviniera.
Uno de ellos decía: “Presidente Obama, no ataque Siria. No hay ninguna ventaja y tremenda desventaja. Guarde su `pólvora´ para otro (y más importante) día”.
Aunque tanto la autoría del ataque del pasado 3/4 de abril como el gas empleado no han tenido hasta el momento confirmación, el gobierno de Asad aparece como el responsable más probable, habida cuenta de que ya ha empleado estas armas en el pasado.
¿Por qué volvería Asad y su estado mayor a atacar con armas químicas y correr riesgos de violar los acuerdos de 2013 cuando, al tiempo, el gobierno sirio parece ir consolidando sus avances sobre los rebeldes?
Da toda la impresión de que las declaraciones de los dos altos funcionarios de la Administración Trump –Tillerson y Haley- y el respaldo de la Casa Blanca a la continuidad de Asad, envalentonaron a éste y a su círculo a la hora de desencadenar el ataque del lunes 3 de abril para consumar la derrota de los rebeldes.
¿Por qué decidió Trump hacer uso ahora de lo que en 2013 llamó la `pólvora´ almacenada por Obama al no atacar Siria?
Porque el “otro y más importante día” para la Administración Trump había llegado con el ataque en Idlib.
Por una variedad de razones.
Porque Trump está siendo objeto de una investigación en EE UU sobre sus relaciones con Putin durante la campaña electoral; porque su gabinete está hecho unos zorros con facciones rivales –Bannon versus el yernísimo Kushner- que se disputan el poder de influencia sobre el presidente; porque se ha embarcado en el viaje de mostrar a Corea del Norte y a China quién manda de verdad, y la oportunidad estaba servida para hacer el despliegue de fuerza durante la cena, en su residencia y club privado de Mar –a- Lago, Florida, con el presidente chino Xi Jimping.
Y last but no least porque, también, necesitaba superar su mala acogida en una Unión Europea clintoniana.
Trump ha introducido una brecha en la gran hostilidad que los medios de comunicación de Estados Unidos le han profesado desde el día de su proclamación, el 20 de enero de 2017, y ha logrado el apoyo de la Unión Europea.
¿Y Rusia? Antes de empezar el ataque a la base aérea siria, según ha informado el Pentágono, las autoridades militares estadounidenses tomaron medidas para “minimizar el riesgo del personal militar de Rusia y Siria presente en las instalaciones”. Es decir: se avisó al parecer noventa minutos antes de desencadenar el ataque. Este detalle puede dar pistas sobre los límites de la reacción de Rusia.
“Hagamos que América vuelva a ser grande ”, fue el eslogan de Trump en la campaña electoral de 2016.
En un parpadeo: con solo apretar el botón y disparar los 59 misiles tomahawk.
Trump imita al inefable Frank Underwood de House of Cards. Lo que ocurra con la guerra en Siria, eso ya es harina de otro costal.
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