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Los peligros del voto online

Tras la propuesta de la Junta Electoral Central, los expertos advierten de los riesgos

Juan José Mateo
Colas para votar.
Colas para votar. J. F.

En unas elecciones en las que se permitiera el voto por internet, ¿cómo impedir que, por ejemplo, su jefe se plante junto a usted y le obligue a votar lo que usted no quiere cuando el único testigo de esa coerción es la pantalla del ordenador? ¿Cómo evitar que los hackers corrompan el sistema según sus intereses? ¿Y cómo lograr que el partido que pierda las elecciones no las impugne porque no se fía? Esas son las dudas que ha despertado entre los expertos la propuesta de la Junta Electoral Central para sustituir el voto rogado de los españoles residentes en el extranjero por la opción de que voten online, desde donde quieran y a través de una plataforma digital accesible desde ordenadores y móviles. Un cambio valorado en un mínimo de 30 millones de euros, según fuentes del sector.

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“El principal problema en el voto electrónico remoto es la coacción, porque no se puede saber si alguien le está poniendo una pistola en la cabeza al votante”, razona Jacobo van Leeuwen, de Evicertia, una compañía especializada en certificar operaciones online. “Proponemos que el votante pueda votar tantas veces como quiera y que solo cuente el último voto”, sigue. “La segunda medida es priorizar el voto presencial frente al electrónico. Eso significa que si alguien ha podido tener dudas sobre si su voto ha sido contabilizado, se le da la oportunidad de votar en un colegio electoral”, añade este experto, que ofrece tres opciones para darse de alta en la plataforma digital que gestionaría el voto: o desplazarse físicamente para pedir hacerlo ante la autoridad competente; o emplear el DNI electrónico; o usar una combinación de claves, direcciones de email y videoconferencias como las que ya piden muchos bancos para abrir cuentas corrientes sin pasar por ninguna sucursal. Además, afirma van Leeuwen, los sistemas de verificación criptográfica permiten al votante comprobar su voto y preservar su seguridad.

Las autoridades buscan alternativas al sistema del voto rogado, que desde 2011 obliga a declarar su deseo de votar con antelación a los casi dos millones de españoles residentes en el extranjero con derecho a sufragio. Los efectos en la participación electoral han sido irrefutables. En las elecciones generales de 2008, últimas antes de la aprobación de la nueva normativa, votaron el 31,88% de los expatriados. En los comicios de 2011, 2015 y 2016 lo hicieron el 4,95%, el 4,73% y el 6,30%, respectivamente. La Junta Electoral propone al Ejecutivo que legisle para permitir el voto online, “una medida excepcional, únicamente para este tipo de electores y alternativa a otras vías convencionales, que, mejoradas, deberían mantenerse a disposición del elector”.

La ejecución de la propuesta, sin embargo, es extremadamente compleja. Primero, los partidos tendrían que pactar una reforma de la Ley electoral. Luego el Gobierno tendría que firmar un contrato millonario con una compañía que ofreciera el servicio, que a su vez debería ser auditado y atacado por especialistas informáticos hasta demostrar su fiabilidad. El siguiente paso sería financiar una intensa campaña publicitaria para impulsar un cambio cultural de proporciones incalculables explicándole a los votantes cómo usar la plataforma online y que ya no es necesario que marquen un papeleta en su colegio electoral. Durante ese tiempo sería necesario emplear a decenas de especialistas en un centro de consultas desde el que pudieran atender a las dudas de millones de usuarios residentes en decenas de países con husos horarios distintos. Un reto mayúsculo del que apenas hay ejemplos.

En Europa solo Estonia y Suiza usan en todas sus elecciones el voto online no presencial. La buena acogida con la que sus ciudadanos han recibido el sistema, reflejada en los índices de participación, ha ido en paralelo a los problemas que han tenido que resolver sus gobernantes.

España ya experimento el sufragio digital en 2004

La medida que ahora propone la Junta Electoral Central para los españoles residentes en el extranjero ya se ha ensayado previamente en España. Así, según un informe de este organismo, los electores de tres mesas electorales pudieron acogerse a la modalidad del voto online en las elecciones generales de 2004. En 2005 se volvió a probar de nuevo en el referéndum acerca de Tratado constitucional europeo. "Las pruebas no fueron especialmente exitosas y la participación fue muy escasa", describen los investigadores.

“Al escoger el voto electrónico abres tu sistema [electoral] al ataque de cualquiera desde cualquier punto del mundo. El riesgo no merece la pena, especialmente después de que se haya demostrado que los sistemas de voto online son muy caros y poco fiables”, explica a través de un email Jason Kitcat, que lideró a un equipo de 25 personas que monitorizó el voto electrónico en las elecciones inglesas y escocesas de 2007. “En Estonia vimos distintas maneras que permitirían atacar los resultados”, añade este especialista en transformación digital, que formó parte de un grupo de expertos que asegura que fue capaz de instalar un programa en el sistema estonio con el que podía borrar los votos o alterar su signo. "Desde entonces, todo ha empeorado. No ha habido grandes avances en seguridad, se han descubierto más ataques a sistemas gubernamentales y comerciales y se han creado más redes de robots para realizar esos ataques", cierra.

Esos riesgos potenciales de seguridad han hecho que el voto online no haya pasado a usarse a gran escala en Dinamarca, Francia, Reino Unido u Holanda, que ya han hecho pruebas en distintas citas electorales. La polémica ha perseguido incluso a los sistemas electrónicos de voto presencial, que por ejemplo se usan en Estados Unidos, donde la leyenda negra de su fácil manipulación ha acompañado sin ninguna prueba a la victoria de Donald Trump. Finalmente, gurús de la informática como Bill Gates, fundador de Microsoft, o Jimmy Wales, de Wikipedia, han alertado de los peligros de esta opción.

Y, sin embargo, en un periodo marcado por la desafección de los jóvenes hacia la política, hay expertos que creen que podría facilitar su participación en las elecciones. Su argumento: no se puede seguir votando en el siglo XXI como en el siglo XIX.

“No podemos esperar que la tecnología sea el factor clave para animar la participación, aunque la puede facilitar. Al emigrante no le va a resolver el problema de voto, movilizándole, dependiendo de su edad”, razona Ángel Valencia, catedrático de ciencia política, sobre la brecha tecnológica que se ha abierto entre aquellos que nacieron en un mundo predominantemente analógico y los que lo han hecho en uno plenamente digital. “Pero la democracia electrónica es una via interesante para el presente y un futuro no muy alejado, por los colectivos jóvenes y los de las áreas dispersas, donde es mucho más difícil acudir a los colegios electorales”.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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