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Revilla, un ‘justiciero’ de tertulia

El presidente cántabro, de gira por su nuevo libro, vuelve a demostrar en los platós sus dotes como polémico predicador de la política contemporánea

Vídeo: Ilustración: Costhanzo / EL PAÍS

Podría decirse que Miguel Ángel Revilla (Salceda, Poblaciones, Cantabria, 1943) está de promoción de su último libro —Ser feliz no es caro— si no fuera porque siempre está de promoción de sí mismo, aunque reviste bastante mérito haber logrado preservar su personaje campechano y dicharachero entre las feroces llamas de la hoguera mediática y catódica.

Se lo disputan las televisiones porque cada una de sus intervenciones sube la audiencia. A cualquier hora. Y por cualquier motivo. Revilla se desempeña oficialmente como presidente de Cantabria, pero semejante responsabilidad no contradice ni contraviene su papel de telepredicador de la política contemporánea, muchas veces acompañándose de una pizarra y de unos rotuladores que parece emplear no tanto para explicar la economía a los dummies como para entenderla él mismo, casi siempre con soluciones simplificadores, efectistas: subir las pensiones y el salario mínimo, más impuestos a los ricos y menos privilegios a la casta de la política.

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Abjura de ella recreándose en la propia honradez, pero no está claro si Revilla tiene espectadores o votantes. Tampoco ha necesitado demasiados de estos últimos para gobernar a su gente desde su Partido Regionalista. Consiguió hacerlo incluso como tercera fuerza política (elecciones de 2003) y como segunda (comicios de 2007 y 2015), de forma que el lenguaraz economista cántabro ha completado una década en el poder y podría estar otra más, en vista de su popularidad y de la proyección que ha alcanzado en la política nacional desdoblándose en los papeles de tertuliano, polemista, misionero iconoclasta, confesor y autor de libros superventas.

El último podría titularse El monje que vendió su Ferrari si no fuera porque ya está amortizado entre los hitos de la colecciones de autoayuda, pero puede decirse que Revilla frecuenta el mismo repertorio de la autoestima y que se emplea denodadamente en proporcionarnos los placebos de la sabiduría popular. Que si tener salud, que si pescar unas truchas, que si jugar al tute con los amigos, que si recoger setas en mayo, que si contemplar desde la estupefacción una puesta de sol en los Picos de Europa.

El dinero no da la felicidad, decía Woody Allen, aunque se parece sospechosamente ella. Revilla discrepa de semejante materialismo en beneficio de los pequeños hallazgos cotidianos y de la resistencia a las grandes tentaciones. “Si la ambición te ciega, te desliza inexorablemente a meter la mano. Así se llega a la corrupción. Y en esta materia, todo es empezar. Siempre hay un primer día”, escribe Revilla en su tratado.

Expresa lo que piensa con palabras más llanas que esdrújulas y dice lo que la gente quiere escuchar

Y evoca por idénticas razones el año (1987) en que quiso corromperlo un empresario de Cantabria. Denunció la fechoría en una rueda de prensa pública en la que repercutió su primer lanzamiento al estrellato. Vino a saberse entonces que Revilla, o Revilluca, como lo conocían en su “casa”, había pertenecido al sindicato vertical franquista en Torrelavega, había fundado el Partido Regionalista de Cantabria (1978), había sido profesor en la Universidad y estaba dotado de grandes habilidades en la ciencia o en el arte del posibilismo. Unas veces apoyaba al PP, otras se dejaba querer por los socialistas, o los complacía sobremanera participando en un mitin de la campaña presidencial que Zapatero terminó ganando en 2008.

Ya era entonces Revilla un personaje familiar en los hogares y una referencia catódica en cuestiones de audiencia. Andreu Buenafuente lo reclutó en La Sexta, como luego lo hizo Ana Rosa Quintana en Tele 5, la misma cadena que le proporcionó un programa televisivo no ya propio, Este país merece la pena, sino propicio a exagerar su identificación con los españoles currantes bien desde el carisma, bien desde su vocación justiciera o bien desde el populismo. Revilla siempre ha tenido la facultad de expresar lo que piensa con palabras más llanas que esdrújulas y de decir lo que la gente quiere escuchar, sin miedo a meterse con Angela Merkel, llamar Juancar al Rey emérito, cortejar la demagogia y convertirse en un vendedor de crecepelos con soluciones para todos los gustos y bolsillos.

Un tipo listo, intuitivo y despierto es Revilla. Mucho más listo e intuitivo de cuanto sospecharon unos señores de la alta sociedad de Cantabría que lo habían invitado a cenar para explorar a un hombre del pueblo, más o menos como si se tratara de una escena extemporánea de La escopeta nacional. Contaban que Revilla les divirtió con sus toscos ademanes y que les hizo desternillarse aún más cuando devoró unas orquídeas en un trance estrafalario de la velada, aunque no está claro —o sí lo está— si fue Revilla quien se rio de ellos y quien los retrató en su arrogancia de clase.

Revilla es del pueblo. Indulgente con los ladrones de pan, implacable con los corruptores

Revilla es del pueblo y para el pueblo. Indulgente con los ladrones de pan, implacable con los corruptores de la cosa pública. Sostiene que la justicia discrimina entre los ricos y los pobres, es incapaz de guardar un secreto de Estado y aloja en su mesilla las obras completas de Manuel Llano. Un apellido hecho adjetivo. Y un escritor que en 1930 le dejó en herencia el manual del buen gobierno en la forma y en el fondo: “La palabra tiene que estar de acuerdo con la conciencia y el discurso con el ejemplo. Ser en la calle la personificación exacta, el reflejo fidelísimo de lo que se dice en la tribuna o en el púlpito. Ejemplo, ejemplo… La falta de ejemplaridad es la engendradora de los grandes fracasos en religión y en política”.

Miguel Ángel Revilla, dos veces casado y tres veces padre, remedia con su casticismo y sus espolones el complejo de altura. Crea cortinas de humo con su habano. Y puede decir las cosas más alto, pero más claras no. Por eso las dice más alto y por la misma razón las televisiones se rifan su piel de amianto, pues no hay manera de abrasar al incombustible presidente de Cantabria.

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