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Un pasado sin resolver

Esta campaña hará historia en ese mundo porque marca las fronteras

Luis R. Aizpeolea
Los candidatos a lehendakari  el debate electoral organizado por ETB.
Los candidatos a lehendakari el debate electoral organizado por ETB.Luis Tejido (EFE)

Los flecos del fin del terrorismo —víctimas, memoria, desarme, presos...— ocupan poco espacio en esta campaña electoral porque, desaparecido el terror, sus consecuencias apenas preocupan. Lo que demuestra que el terrorismo no tuvo causas que lo justificaran pues, de otro modo, sobrevivirían a su final.

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Hemos asistido a “una radicalidad artificial” en una sociedad próspera, suele decir Joseba Urrusolo —exrecluso de ETA que entró en la llamada vía Nanclares—, con la terrible huella de cerca de un millar de asesinatos.

La propia Bildu ha subordinado esta cuestión a lo que hoy interesa, lo socio-económico. Esta campaña hará historia en ese mundo porque marca las fronteras. De los flecos del terrorismo se ocupan, y poco, los veteranos participantes de un pasado que, además, fue mal gestionado. Hoy está claro que Bildu inoculó en los presos etarras falsas expectativas que, al no cumplirse, les ha dividido, lo que colapsa su reinserción legal y es una losa para el independentismo.

Bildu, para salvar su movimiento político ilegalizado, logró que ETA cesara definitivamente el terrorismo, algo que fue el precio exigido por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) tras fracasar el diálogo. Entonces debió reconocer la derrota de ETA, hacer autocrítica por su pasado y hacer pedagogía con sus presos. Pero, tras su espectacular resultado en los comicios de mayo de 2011 —segunda fuerza, pegada al PNV— se sintió liberada de esa responsabilidad y les desorientó.

Llegado el PP al Gobierno central, ni siquiera reconoció el papel de Bildu en el cese definitivo de ETA. Tenía otro problema. Había boicoteado el proceso dialogado del Gobierno socialista con ETA. Y, como la presión de Bildu sobre ETA hasta lograr su final era una secuela de ese proceso, no quiso reconocerlo porque suponía admitir su error.

Por eso, y por miedo a algunas asociaciones de víctimas, el Gobierno de Mariano Rajoy (PP) no ha flexibilizado la política penitenciaria ni ha acercado presos a Euskadi, como le reclaman todos los partidos vascos por razones humanitarias, una vez certificado el fin del terrorismo por la propia ETA, cuando José María Aznar (PP) lo hizo con una mera tregua. Con su inflexibilidad quiere visualizar el relato de la derrota de ETA cuando es obvia porque cesó sin lograr ningún objetivo político. Y lleva ese relato al absurdo de negarse a coordinar con el Gobierno vasco un plan de consolidación de ese final —desarme, presos, memoria—.

El PP no podrá mantener su obcecación con la nueva composición de los Parlamentos vasco y nacional. Además, a Bildu y al PP les pesa cada vez más sus evasivas a reconocer sus errores. Tras cinco años sin violencia, el tiempo subraya que los socialistas lograron su final por su acertada política antiterrorista con el inestimable apoyo del PNV. Es absurdo que el PP pretenda diluirlo.

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