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Militares españoles en la antesala de la batalla de Mosul

Un equipo de boinas verdes se despliega en el norte de Irak para instruir a los comandos especiales de Bagdad contra el ISIS

Un instructor español observa a dos militares iraquíes en un ejercicio de tiro en Besmayah.Vídeo: Iñaki Gómez
Miguel González
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The Spanish green berets’ training role in the upcoming battle against ISIS

La toma de Faluya, en junio pasado, llevó 36 días. La de Qayara, a finales de agosto, solo dos. Las tornas han cambiado en Irak. El Daesh (ISIS por sus siglas en inglés) que en 2014 se hizo con la cuarta parte de Irak, poniendo en desbandada al Ejército regular, se bate ahora en retirada. Ha perdido el 40% del territorio ocupado hace dos años y solo conserva en su poder una ciudad importante: Mosul, que antes de la guerra era la segunda más poblada del país. “A finales de este año se estará combatiendo en Mosul, eso seguro”, vaticina el teniente coronel al mando del contingente de operaciones especiales desplegado por España en Irak. “Estamos preparados para liberar Mosul. El cómo, el cuándo y el quién es una decisión política”, proclama el coronel Mustafá, jefe adjunto de la Escuela de la ERD (División de Respuesta de Emergencia).

El vuelco de la situación bélica en Irak es un éxito que se atribuye la operación Inherent Resolve, una coalición de más de 40 países encabezada por Estados Unidos para erradicar al Daesh de las zonas de Irak y Siria donde ha instaurado su califato de terror. La estructura de la coalición se ilustra con un gráfico de intersección de conjuntos: hay países que colaboran en la campaña en Irak y Siria y otros que solo hacen en Irak, como España; algunos participan en los ataques aéreos y otros se limitan a instruir al Ejército iraquí, como España. Y dentro de estos últimos, los hay que asisten y asesoran a los militares iraquíes en sus operaciones, con medios de inteligencia (como los drones) y planeamiento, y los que hasta ahora solo les adiestran, como España. La cosa se complica porque cada país pone sus propias limitaciones (caveats): España, por ejemplo, instruye al Ejército iraquí pero no a las milicias kurdas. “Es normal que te hagan salir de una reunión cuando se va a abordar un asunto en el que no participas”, reconoce un oficial español.

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Parece un puzle difícil de encajar, pero aparentemente funciona. No es el mayor quebradero de cabeza con el que tiene que bregar el general estadounidense de tres estrellas Steven J. Townsend, desde el cuartel general de la operación en Kuwait. El cese del ministro de Defensa iraquí, a principios de septiembre, le dejó sin interlocutor; y el primer ministro iraquí, Haider Al Abadi, cuya situación es más que precaria, ha prohibido a las tropas extranjeras que circulen por carretera, por lo que solo pueden moverse en helicóptero y durante la noche, para que la población local a la que en teoría han venido a ayudar no las vea. Otra paradoja: la coalición internacional ni siquiera dispone de un SOFA (Estatuto de Fuerzas), un marco legal que regule su presencia en Irak, como sucede en todas las operaciones militares. A Estados Unidos no le afecta, pero a otros socios de menos peso, como España, les obliga a pedir permiso antes de dar el menor paso. Un verdadera carrera de obstáculos burocrática.

La descoordinación y corrupción que carcomen la Administración iraquí dan pie a situaciones surrealistas, como la del Hércules del Ejército del Aire español que a principios de septiembre permaneció ocho horas retenido en el aeropuerto de Bagdad porque el responsable nocturno de la torre de control no le autorizaba a recorrer los 100 metros que le separaban de la terminal estadounidense. “Irak ya era un caos sin necesidad del Daesh, con el Daesh ni te cuento…”, confiesa un mando español.

Escarmentados por las guerras de Irak y Afganistán, la pasada década, los países occidentales rehúsan arriesgar la vida de sus soldados poniendo botas sobre el terreno (solo algunos asesores de EE. UU. y Reino Unido acompañan a las tropas iraquíes al combate), por lo que es el Ejército local el que pone la carne de cañón. Y en abundancia. El temido CTS (la unidad especial contraterrorista iraquí, que depende directamente del primer ministro, y cuyos 10.000 miembros van vestidos de negro, como los yihadistas), perdió un batallón completo, unos uatrocientos hombres, en la batalla de Ramadi. Muchos llevaban toda su vida combatiendo, pero nadie les había enseñado que no basta con disparar a mansalva para batir al enemigo, sino que hay que apuntar primero; y que no conviene abalanzarse a socorrer a un compañero herido sin asegurarse antes de que el rescate no costará más bajas. EE. UU. y sus aliados tratan de enmendar contrarreloj el garrafal error que cometió en 2003 Paul Bremer, el virrey de Irak nombrado por Bush tras la invasión del país: disolver el Ejército iraquí con el argumento de que era un instrumento de Sadam.

Las técnicas que los 300 militares españoles enseñan a sus alumnos iraquíes son muy básicas. “En España, la instrucción de un soldado puede durar dos o tres años y aquí hay que comprimirla en unas pocas semanas. Así que no les puede preparar para todo, sino solo para aquellas situaciones a las que sabemos que se van a enfrentar”, explica el coronel Pedro Vázquez de Prada, jefe del BNP de Besmayah, la única base de la coalición que no está bajo mando estadounidense, por donde ha pasado casi un tercio de los 25.000 soldados iraquíes instruidos hasta ahora. Por ejemplo, se les prepara para detectar artefactos explosivos improvisados (IED), pero no para desactivarlos. Y se les advierte de que no intenten hacerlo, para no exponerse inútilmente. “Si no pueden explosionarlos, que los marquen y rodeen”, subraya el coronel. Pero no es fácil convencerles, porque la vida de un soldado tiene un valor relativo en este país.

Muchos de los reclutas que a primera hora de la mañana acuden al campo de instrucción hace tiempo que dejaron de ser jóvenes. La guerra les ha dejado sin trabajo y enrolarse en el Ejército es la forma de asegurar un sueldo comparativamente digno: entre 900 dólares al mes en una unidad regular y hasta 1.800 en las de élite. Los más torpes y barrigones sudan la gota gorda con una suave tabla de gimnasia. Y los que ascienden, según se quejan, no siempre son los más capaces y preparados, sino los que pueden pagar por ello. Pero la coalición no se ocupa de su estado de forma ni de su moralidad.

Lo que le preocupa es la infiltración del Daesh en el Ejército iraquí; Green on blue, según la terminología acuñada en Afganistán para designar a los talibanes que se alistaban para atentar contra sus mentores occidentales. “¿Tienes experiencia en combate?”, se pregunta a los reclutas antes de empezar a instruirlos. Si contestan que sí, deben explicar dónde y cuándo. Y en muchos casos la conclusión es obvia: “Entonces, has combatido contra nosotros…” Los aspirantes deben pasar varios filtros de seguridad: se toman sus datos barométricos y la imagen del iris y se comparan con los archivos de la inteligencia estadounidense. A quienes tienen antecedentes sospechosos se les descarta. Sin contemplaciones.

Hasta ahora no ha habido ningún caso probado de Green on blue, aunque un soldado iraquí fue abatido el año pasado después de que volviera su arma contra el instructor. Las normas de enfrentamiento de la coalición (Roes) permiten disparar en legítima defensa. Y los convoyes a los campos de entrenamiento se organizan como si atravesaran territorio hostil, aunque estén dentro de una zona acotada donde solo hay instalaciones militares. Para que ocultar a sus alumnos su verdadera identidad, los instructores en operaciones especiales no llevan sobre el uniforme la galleta reglamentaria con su apellido, sino un parche con su nombre de guerra: uno es Perro, por su fidelidad; otro Culebra, por su delgadez; otro Corleone por su afonía, a un capitán le llaman Dory porque un golpe en un salto paracaidista le provocó una amnesia temporal; al Ministro…nadie quiere explicar por qué le pusieron Ministro.

Lo primero que se enseña a los militares iraquíes son unas breves nociones de derecho internacional humanitario. Para advertirles de que a ellos les están vedados los bárbaros métodos de sus enemigos y que victoria no es sinónimo de venganza. Pero la labor del Ejército regular acaba con la liberación de una ciudad y son las milicias armadas de las diferentes facciones las encargadas de mantener el orden. Su propio orden. Debilitado el Daesh, algunas de ellas han tomado la iniciativa y se han lanzado por su cuenta a la batalla para asegurarse una cuota de poder frente a las autoridades de Bagdad.

La instrucción del Ejército iraquí incluye el empleo de máscaras antigás y la guerra NBQ (Nuclear, Bacteriológica, Química). El Daesh ha utilizado en Irak proyectiles cargados de gas mostaza e iperita. Aunque su técnica es muy rudimentaria y ha tenido escaso efecto en el campo de batalla, el riesgo de que los yihadistas exporten el uso de armas no convencionales a sus células en Occidente es una pesadilla para los servicios de información.

El Gobierno iraquí tiene prisa y ha ido recortando el periodo de adiestramiento de sus brigadas. Las primeras que pasaron por las manos de los militares españoles estuvieron hasta 12 semanas en el centro de instrucción de Besmayah, a 40 kilómetros al este de Bagdad. Las últimas apenas disponen de un mes. Un equipo español de boinas verdes se ha desplazado incluso temporalmente a una base próxima Mosul para que sus alumnos de los comandos especiales de Bagdad no tengan que dejar el frente para recibir formación. Se trata de ponerlos a punto para la próxima batalla. Y no hay tiempo que perder.

El general Sabah Yones, jefe de la 36 brigada de Caballería, que en septiembre ha comenzado su reciclaje con los instructores españoles, está convencido de que sus hombres estarán entre los primeros en pisar las calles de Mosul. No es seguro. Sus superiores le han quitado el mando de un batallón y él se queja de que no tiene suficiente material para equipar a los que le quedan. El general es suní y la guerra contra el Daesh apenas ha conseguido ocultar la rivalidad entre suníes y chiíes, entre las distintas facciones chiíes y de árabes con kurdos. Cuando se pregunta al coronel Mustafá su opinión sobre los peshmergas kurdos responde lacónicamente: “Luchamos juntos contra el Daesh, de lo demás no voy a hablar”.

“El Daesh está militarmente derrotado”, sentencia el jefe de los boinas verdes españoles, al que sus hombres llaman Indio. Mosul acabará cayendo, antes o después. El general John E. Novalis, número dos del mando terrestre de la coalición, se muestra más cauto. “Los estamos derrotando, pero aún no hemos vencido. Han perdido la capacidad de retener el territorio conquistado, pero los yihadistas que ahora están en Mosul [se calcula que hay 3.000] no van a esfumarse, se irán a otro sitio”, advierte. La hidra del Estado Islámico está mutando. Sus militantes se diluyen en la población de las ciudades liberadas y pasan del combate abierto a la acción terrorista. Cada día se producen media decena de atentados en Bagdad, aunque solo los más sangrientos saltan a los medios de comunicación. Está por ver si las costuras del nuevo Estado iraquí, zurcido con retales de etnias, confesiones religiosas y clanes tribales, podrán aguantar las tensiones de la posguerra. “Nadie sabe lo que ocurrirá después, cuando los distintos grupos ya no tengan un enemigo común”, advierte Indio. La guerra está ganada. El riesgo es perder la paz. Otra vez.

Un blindado Lince pisa un artefacto explosivo en Líbano

El País, Madrid

Un blindado Lince del batallón español de la Fuerza Interina de Naciones Unidas para Líbano (FINUL) resultó afectado ayer por la explosión de un artefacto mientras realizaba una patrulla en las proximidades de la base de los cascos azules españoles en Marjayún, en el sur de Líbano. Los cuatro ocupantes del Lince resultaron ilesos por la explosión, que dañó la rueda trasera del vehículo. El artefacto explotó cuando el Lince lo pisó inadvertidamente al salirse de la zona asfaltada para dar la vuelta. Defensa investiga si se trata de un ataque contra la FINUL o de un artefacto colocado durante la ultima guerra, en 2006.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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