La democracia directa no es la solución
El referéndum o la consulta a las bases son recursos menos honestos de lo que parecen
Las consultas y referéndums tenían buena fama en España en 2012. Un año después del 15-M, España era el segundo país europeo —tras Chipre— que más vinculaba las consultas a la calidad de la democracia, según la Encuesta Social Europea.
En la última legislatura, Podemos y el PSOE recurrieron a consultas a las bases para saber su opinión sobre los pactos que debían firmar. En ambos casos ganó con diferencia la opción defendida por la cúpula. Pedro Sánchez, el líder socialista, decía al principio de la campaña que “volvería a hacerlo”. Sin embargo, el referéndum británico le restó algo de pasión por las consultas: "El referéndum solo traslada a los ciudadanos problemas que deben solucionar los políticos”, dijo en la Cadena SER.
Como Sánchez, los ciudadanos españoles que en 2012 creían que más consultas son buenas, ahora prefieren lo contrario: un 73% opta por que el partido al que votó decida con quién es mejor pactar, según Metroscopia. En abstracto, los españoles prefieren consultas. Pero cuando la pregunta es difícil, prefieren que sean los políticos quien la asuman. Para eso les pagan.
¿Por qué entonces los políticos recurren a este instrumento? Hay al menos cuatro motivos:
1. Es un truco. Hay una verdad bastante demostrada en política que se olvida a menudo: si un político hace algo es para lograr o mantener el poder.
Las consultas a las bases o un referéndum como el Brexit son optativos. Ningún político está obligado a convocarlos. Es un riesgo voluntario. “¿Por qué un político permite perder parte de su control? Suele ser por motivos egoístas”, dice Braulio Gómez Fortes, investigador de la Universidad de Deusto.
El organizador tiene ventaja siempre. Formula la pregunta, escoge quién puede votar, decide cómo se puede votar y establece qué día se vota. Ningún político convoca un referéndum o consulta con todas esas variables para perder: ni David Cameron ni Pedro Sánchez ni Pedro Iglesias.
2. La democracia ratificativa no es democracia directa. “No hay consulta hasta que los líderes deciden qué se quiere hacer”, dice Máriam M. Bascuñán, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, acerca de los posibles pactos postelectorales. Este lunes se daba por hecho que la posición preferida de Sánchez seguía siendo un no a Rajoy y a una posible abstención.
Si esa es su posición pública y hay consulta, las bases van a tener que afrontar un plebiscito y los plebiscitos se ganan porque las condiciones las pone el organizador. “El problema es que se instrumentaliza la consulta. Ya no es democracia participativa sino democracia ratificativa”, dice Bascuñán.
El PSOE se enfrenta ciertamente a una decisión compleja. Pudiera ser que los dirigentes confiaran a la militancia una decisión así de difícil. Pero tal maniobra requeriría el silencio del secretario general: “Si llama a las bases será para que apoyen su decisión. No veo al secretario general en situación de neutralidad”, dice Gómez Fortes.
3. La base de un partido no son sus militantes. Los militantes son una parte pequeña, y a menudo más extrema, de los simpatizantes y votantes de un partido. Eso no impide que un político presuma de tener el apoyo de “las bases”. ¿Qué disidentes van a enfrentarse a eso? El recurso de las bases se usa para acallar voces críticas.
4. Las consultas deben ser un bien escaso. La democracia representativa está montada para que unos empleados de los ciudadanos -los políticos- dediquen su tiempo a representarles y decidir.
Hay ocasiones en las que un referéndum puede ser una solución, pero son casos puntuales que reúnen al menos tres condiciones: tiene que interesar a la gente, debe haber un problema que divida a la sociedad o un cambio de reglas. En el caso de Reino Unido, no se daban: “Europa no estaba ni entre los diez primeros problemas de los británicos y ha habido una parte a la que le interesaba mucho y otra -los laboristas- a quienes les costó reaccionar”, dice Gómez Fortes.
El problema británico no fue por tanto de ignorancia. “La información no debe ser un requisito mínimo para introducir la voz de los ciudadanos en la toma de decisiones”, añade Gómez Fortes. En un referéndum los votantes buscan atajos informativos que les faciliten respuestas: qué dice su partido, su político preferido, algún famoso.
“Siempre hay asimetrías de información y son más fuertes en la democracia directa que en la representativa porque ahí se delega la responsabilidad de informarse al representante”, dice Jorge Galindo, investigador de la Universidad de Ginebra y editor de Politikon. Eso nos llevaría sin embargo a un reto de pura ciencia política: “No sé si es posible la democracia sin representación. ¿Existe la democracia directa pura?”, añade Galindo.
Igual que nadie lee los programas de los partidos, nadie debía calibrar todas las consecuencias del Brexit para votar. Pero eso no significa que la convocatoria de la pregunta sea un error democrático.
Dicho esto, un referéndum tiene al menos tres problemas y por eso debe ser un bien de uso escaso: las minorías se quedan sin voz; aumenta la desigualdad de participación porque la gente de menos recursos lo percibe como más complicado y se abstiene más, y su uso puede ser plebiscitario.
Es peligroso que la consulta sirva para refrendar la opción de un político: “Es buscar el apoyo rápido y una legitimidad sin tener en cuenta el proceso democrático de toma de decisiones. Solo para recobrar tu poder. Es algo que hacen tanto las democracias como las dictaduras”, dice Gómez Fortes. Pedro Sánchez dijo ante el referéndum británico que nada de ”un sí o un no frente a problemas complejos" y que prefería “reforzar la democracia representativa”. Ahora puede demostrarlo.
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