La primavera democrática

Es posible, solo posible, que la oportunidad perdida tras las elecciones del 20-D para formar un gobierno de carácter transversal presidido por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en sustitución del gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy, sea más lamentada con el paso del tiempo, y no menos. Es posible, solo posible, que el escenario endiablado posterior al 20-D sea, después del 26-J, todavía peor y no mejor, para plasmar el cambio de gobierno.
Hay un aspecto como mínimo en el que la estrategia de Pedro Sánchez pecó de falta de pedagogía, aunque su presencia como tal no garantizara, por sí sola, un resultado distinto al fracaso de su investidura, y es la dificultad de explicar qué buscaba más exactamente en el acuerdo con el partido Ciudadanos de Albert Rivera.
La idea implícita era aprovechar la apertura de una vía de agua en la derecha, el fraccionamiento de la base electoral del Partido Popular, para apartarla del gobierno. Lo que latía era considerar este fraccionamiento como un hecho mayúsculo en la situación política española, reflejo de la crisis de una mayoría absolutísima generada a su vez por el hundimiento del PSOE el 20 de noviembre de 2011.
La apuesta por la transversalidad no fue el reflejo de una derechización del PSOE. Si se trataba de eso, de una derechización, ya puestos ¿por qué no ir a una gran coalición con el Partido Popular?
El fraccionamiento de la derecha abrió la posibilidad, pues, de formar un gobierno de transición, débil sí, pero con unas tareas concretas posibles. Y entre ellas se podía acometer, sin pedir permiso a nadie, una serie de medidas urgentes que hubieran podido asimilarse a una primavera democrática. Corta, breve, es posible. Todo lo que se quiera. Pero primavera al fin.
Por primavera en términos políticos todo el mundo entiende casi lo mismo. No hace falta mirar lejos. La Comunidad Valenciana experimenta esa situación, después de décadas de gobiernos del PP. Se trataba desde La Moncloa y desde Las Cortes de revitalizar la democracia con un impulso central -que acompañara el ya iniciado en varias comunidades autónomas y ayuntamientos- tras cuatro años de vetos diarios "al otro" practicados sin piedad por el gobierno del PP.
Es probable, solo probable, que el sentimiento de frustración de esta posibilidad aumente en lugar de disminuir con el tiempo.
El ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García Margallo, tiene la costumbre de citar a los clásicos y suele decir que leyendo Historia de la revolución rusa de Trotsky era fácil deducir la conducta de Pablo Iglesias tras el 20-D.
No deja de ser una pintoresca aproximación.
El diagnóstico que hizo el partido Podemos sobre la posibilidad de formar un gobierno de tareas urgentes privilegió la lucha por la hegemonía en el campo de la izquierda -la vieja consigna del sorpasso- y la denuncía del PSOE, el partido menchevique, como si España atravesara un periodo revolucionario y Podemos fuera el partido revolucionario, el bolchevique, capaz de capitalizar el proceso.
Como si, diría García Margallo, el 20-J se hubiese abierto una revolución de febrero y ahora estuviésemos abocados al comienzo de la revolución de octubre (Rusia), con la victoria de Podemos el 26-J. O con su triunfo sobre el PSOE al menos.
Pero los datos de la realidad nada tienen que ver con estas proyecciones y fantasías. La revolución, parafraseando al general Sabino Fernández Campo sobre el golpe del 23-F, no está ni se le espera.
Dejemos de lado las encuestas de estos días. Entre otras cosas porque es la primera vez que se repiten elecciones. Por tanto, si ya es difícil, como se ha demostrado, vaticinar en elecciones normales, más lo es en un caso excepcional. Pero hay una cosa, empero, con la que parece difícil disentir: el suelo electoral que ha cimentado el PP sigue siendo muy alto.
Aquellos que aguardan de buena fe el aldabonazo, es decir, un golpe de corrupción que aumente de manera notable el fraccionamiento electoral del PP sueñan. El incremento acumulativo de los casos de corrupción, que ya es sistémica desde hace tiempo en el PP, no va a cambiar sustancialmente las cosas.
Además, el PP cuenta con un recurso: el cansancio de la gente ante la lluvia de casos. Hay una especie de parasitismo de la corrupción. Un caso fagocita al otro. Y al siguiente.
Solo la captación de la idea de transversalidad, es decir, la idea de una coalición que supere a las fuerzas de la izquierda como tal puede canalizar la situación política y democrática hacia un cambio de gobierno. Fue así después del 20-D; es probable, solo probable, que vuelva a serlo después del 26-J. Incluso con un cambio en el orden de los factores, no se alterará el producto.
Ahora, hay una pregunta que tiene interés hacer e intentar contestar.
¿Por qué el partido que dirige Pablo Iglesias se muestra tan comprensivo con el partido Syriza que dirige Alexis Tsipras en Grecia en la actualidad? No es difícil entender que Podemos se haya inspirado en Syriza, a saber, un partido que aspiraba a sustituir, como ha conseguido, a los socialdemócratas helenos, el PASOK.
Pero aumentemos la lente. El tiempo pasa volando. Pero todavía no hace un año de la vuelta de tortilla más espectacular de la política contemporánea. Ocurrió en Grecia, sí.
Las elecciones del 26-J en España tendrán lugar prácticamente un año después de que el gobierno de Syriza convocara, el 27 de junio de 2015, el famoso referéndum. El Syriza realmente existente, el del primer ministro Tsipras, quería, en teoría, que el referéndum del 5 de julio de 2015 permitiera a los ciudadanos decidir sobre el plan de rescate propuesto por la Troika. El Banco Central Europeo (BCE), al conocer la convocatoria, cortó el grifo del crédito y la Troika amenazó a los griegos con el fantasma de que ya podían buscarse otra moneda para sustituir al euro si votaban contra las medidas exigidas.
Un 61% de los griegos, contra la previsión de sus promotores, se opuso el rescate. Y Tsipras en lugar de cumplir dicho mandato hizo lo contrario: firmó el tercer rescate. Ni siquiera estimó que no estaba en condiciones de cumplir el mandato de sus ciudadanos. Incumplió el mandato de las urnas. Luego maniobró con su dimisión, se presentó a las elecciones y ganó. ¿Para qué? Para cumplir el compromiso firmado con la Troika. Y en eso están Tsipras y Syriza...
Bien.
La comprensión de Iglesias con Syriza y Tsipras dura hasta el día de hoy aunque Syriza tenga ahora el mismo comportamiento que los socialdemócratas del PASOK en el gobierno con los rescates anteriores.
¿Es coherente esta actitud ante el Syriza, realmente existente, insistimos, con la decisión de Podemos, no ya de no respaldar sino de ni siquiera contemplar seriamente una abstención que facilitara una alianza transversal difícil, pero posible, de fuerzas para apoyar la formación de un gobierno de Sánchez en sustitución del PP?
No lo parece.
Esta descripción de la actitud de Podemos no puede borrar, a su vez, la conducta del PSOE en la formación del gobierno que estaba al alcance de la mano. Que consistió en ponerle una camisa de fuerza a Sánchez en sus negociaciones con el partido de Pablo Iglesias. Y bombardear cada uno de sus movimientos. Podemos amoldó su calzado a la horma que aportó un sector poderoso del PSOE.
A falta de conocer la evolución de las confluencias y sus proyectos de partidos instrumentales para conseguir lo que no lograron tras el 20-D, los grupos parlamentarios propios, Podemos ya es el único partido que se va a presentar con una gran novedad el 26-J.
Iglesias despreció las ofertas de Alberto Garzón e Izquierda Unida ante las elecciones del 20-D. Lo que Podemos quería entonces era a lo sumo, para usar la jerga financiera, una fusión por absorción. O simplemente que los dirigentes de IU entraran en Podemos de uno en uno y en fila india.
Ahora el acuerdo con IU, que está hecho, pero que se va a presentar con una buena dosis de suspense y pompa, es una necesidad vital para Podemos. Porque se trata de enmascarar, camuflar, o simplemente compensar, la decepción que la conducta de Iglesias ha podido provocar en las expectativas de sus votantes después del 20-D y en la frustración por el fracaso en el cambio de gobierno.
Pero, quién sabe, quizá por carambola, puede que llegue a rozar su cálculo de sobrepasar al PSOE.
¿Y qué?
Esa carambola, que está por verificar, puede dar lugar a la siguiente paradoja: las pérdidas de Sánchez desencadenarían una operación mil veces anunciada y llevar al PSOE "renovado", ante una nueva encrucijada tras el 26-J, a la abstención como forma de facilitar la "gobernabilidad".
Léase: gobierno del PP.
¿Cuánto peor mejor?
Por eso, por si hiciera falta, recordemos, de qué no va todo esto.
No va de la revolución de octubre.
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