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OBITUARIO

Muere Alberto Iniesta, el obispo que irritó a Franco y desesperó a Tarancón

Fue prelado 26 años en Vallecas y evitó la cárcel por una homilía 'huyendo' a Roma

Alberto Iniesta, el obispo rojo.
Alberto Iniesta, el obispo rojo. © Joaquín Amestoy

El cardenal Vicente Enrique y Tarancón relata en sus memorias, que tituló Confesiones –más Rousseau que san Agustín-, los muchos disgustos que le causó Alberto Iniesta Jiménez, su obispo auxiliar para la Vicaría de Vallecas. “Nos ponía a todos en un brete”, llega a escribir. Sin embargo, no oculta un cierto regocijo cuando detalla algunos de los conflictos. Si la Iglesia romana salió viva de su hermanamiento con el caudillo Francisco Franco fue porque prelados como Iniesta y el propio Tarancón cumplieron la orden del papa Pablo VI de irse distanciando, a veces sin contemplaciones, del nacionalcatolicismo franquista. Iniesta falleció la noche del sábado en la residencia sacerdotal de Albacete, un día antes de su 93 cumpleaños. Hoy ha sido enterrado en la Colegiata de San Isidro de Madrid, con el arzobispo de la archidiócesis, Carlos Osoro, como oficiante. Hace algo más de un año, nada más tomar posesión del cargo, Osoro se entrevistó largamente con quien fue obispo auxiliar en la capital entre 1972 y 1998. Nacido en Albacete en 1923, había estudiado en la Universidad Pontificia de Salamanca y fue ordenado obispo en octubre de 1972.

Nada más conocerse la noticia del fallecimiento, arreciaron en los medios ultra católicos gruesos improperios contra el emérito de Vallecas, con las acusaciones que se le hicieron en vida y la misma brutalidad, nada cristiana. Lo tachan de “comunista y ateo”, e incluso de “agente del KGB”. También lo llaman “el obispo del esperpento”. “Ojalá esté ya en los infiernos”, llega a escribir un analista. Sin embargo, en el digital Infovaticana, su comentarista más popular, Francisco José Fernández de la Cigoña, subraya que al prelado “se le veía no poco tiempo en la capilla de la residencia sacerdotal de Albacete en recogida oración ante el Santísimo”.

Iniesta nunca entendió tanta virulencia, pese a que algunas de sus actuaciones causaron gran alboroto, la más sonada la convocatoria en 1974 de la Asamblea Conjunta de Cristianos en Vallecas. El Gobierno la suspendió sin contemplaciones antes de iniciarse, con gran irritación de Tarancón y del Vaticano. Lo contó el mismo Iniesta en el libro Recuerdos de la transición, publicado en 2002 e imprescindible para entender la muy lenta transición de la Iglesia católica hacia la libertad de conciencia. “En muchas ocasiones más bien me parecía estar haciendo de bombero que de obispo. ¡Cuántas veces tuve que dialogar o enfrentarme con la policía que rodeaba un local de la Iglesia para evitar que detuvieran a los que estaban dentro! El problema era siempre al salir", escribe en el capítulo Historias para no dormir: de policías... ¡y cristianos! El apartado más explícito es el dedicado a los "encierros, encerronas y curas presidiarios". "Hubo una época en la que tuve que dedicar las mañanas de los jueves a visitar a mis curas en [la cárcel de] Carabanchel, porque mientras unos salían, otros entraban, y siempre tenía algunos encarcelados como delincuentes, siendo como eran hombres sacrificados por defender a los más necesitados".

"¿Qué habría sido de la transición hacia la democracia si el episcopado se hubiera mantenido en actitud intransigente y reaccionaria ante los cambios?", se pregunta Iniesta. Los obispos habían bendecido sin tapujos el golpe militar de Franco en 1936, bautizaron como Cruzada la guerra incivil e introdujeron al dictador bajo palio en el santoral de los salvadores del catolicismo, rezando por él cada domingo o cantando brazo en alto el Cara al sol. "Como se decía en broma por entonces", escribe Iniesta sobre esa España ensotanada, “en nuestras reuniones con Franco, el caudillo hablaba de Dios y de la Iglesia, y los obispos hablaban de política”. Especial relevancia tiene el capítulo dedicado por Iniesta a explicar el ominoso silencio de la Conferencia Episcopal la noche del fracasado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Los obispos estaban ese día reunidos en asamblea general, y Tarancón acababa de dimitir. “Estábamos sin dirección, como rebaños sin pastor", justifica el prelado.

Iniesta también relata, coincidiendo en casi todo con los recuerdos que narra Tarancón en Confesiones, cómo se diseñó la estrategia para distanciarse del franquismo. Ocurrió hace 50 años, en los días previos a la clausura del concilio Vaticano II. La decisión, filtrada muy pronto a Franco, irritó sobremanera al régimen y a la extrema derecha eclesial, que abundaba. “Camilo, no te comas a los curas, que la carne de cura indigesta", tuvo que advertir Franco a su ministro de la Gobernación, el capitán general Camilo Alonso Vega. Era el año 1969, cuando la revuelta de cientos de clérigos acabó en una prisión construida en Zamora solo para sacerdotes. Si el obispo Iniesta se libró de entrar en esa cárcel –peor aún, según Tarancón: de ser asesinado por nacionalcatólicos exaltados- fue porque el cardenal de Madrid lo escondió primero, y más tarde lo envió a Roma una temporada, hasta que se calmaran los ánimos del Gobierno y de los anticlericales de derechas –rara especie, desconocida hasta entonces. “El Gobierno -al menos algunos ministros, muy ofendidos- estaba dispuesto a hacer un escarmiento, pero cuando se entera de que Alberto ha salido para Roma se produce un auténtico desconcierto. Algunos ministros me acusan de que les he hecho una mala jugada apartando a Iniesta para que no se puedan meter con él; algún periódico increpa al Gobierno porque se ha dejado escapar al delincuente”, escribe el cardenal (página 859 de Confesiones).

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