La insoportable banalidad del mal
En el diálogo "intrepido" que he mantenido con Baltasar Garzón este viernes en el Teatro Fernando de Rojas, cortesía del escritor Manolo Rivas, director del Festival Eñe, conté una peripecia personal. Quizá la inspiración fuese el 20 de noviembre. Me refiero a ese otro 20-N, el de 1945, la fecha en la cual comenzaron los juicios de Núremberg. El caso es que mis padres emigraron de Buenos Aires a Israel en 1949, teniendo yo meses. Regresamos seis años más tarde. En mayo de 1960, una noticia conmovió a la comunidad judía y a los círculos sionistas. Adolf Eichmann, el criminal nazi, responsable de enviar a los judíos a los campos de concentración para su exterminio, había sido capturado por una célula del servicio secreto israelí, el Shin Bet, en la zona norte del Gran Buenos Aires donde residía. El juicio se celebró durante ocho meses, en 1961, y Eichmann fue condenado a morir en la horca.
He recordado, pues, que en la comunidad judía de Buenos Aires se siguieron las noticias de la vista oral. Pero sobre todo hubo un acontecimiento que provocó gran indignación. Desde Nueva York, las organizaciones judías, transmitieron la necesidad de condenar sin piedad las crónicas del juicio por parte de la filósofa y escritora alemana de origen judío Hanna Arendt (en la foto, la actriz Barbara Sukova interpretando a Arendt en la película de Margarethe von Trotta) enviada a Jerusalén por el semanario New Yorker, las crónicas de esa self hating jew, de esa judía, decían, que se odiaba a sí misma, que profesaba sentimientos antisemitas.
En esas crónicas, publicadas más tarde como libro bajo el título Eichmann en Jerusalén, un informe sobre la banalidad del mal, Arendt desplegaba una crítica sobre el comportamiento de muchas organizaciones judías en la fase en la que la maquinaria nazi obtuvo de ellas informaciones a la hora de preparar la Gran Deportación. Esto, lógicamente, provocó una violenta reacción de la poderosa comunidad judía y del Estado de Israel.
Quizá este brutal enfrentamiento contribuyera a echar tierra sobre la idea fundamental de Arendt, que daba subtítulo a su trabajo: la banalidad del mal.
Eichmann, según Arendt, no era tanto el representante de una ideología racional o coherente sino una persona que estaba participando en una gesta, en unos acontecimientos extraordinarios, únicos, que hacen historia. Es posible que Arendt tuviera, previamente, la idea, inspirada en el comportamiento del pueblo alemán bajo el regimen nazi, de que personas normales pueden convertirse en asesinos despiadados. Y forzara en Eichmann a su arquetipo.
Pero más allá de si el personaje respondía, con mayor o menor exactitud, a la idea, Arendt nos ha legado un concepto de gran modernidad. Y que se aplica tanto a los organizaciones que ejercitan la guerra y el terror como a los estados que promueven la guerra y el terror o entran en la dinámica de la guerra y el terror.
Esa banalidad del mal es lo que yace debajo de la guerra contra el terror, o contra el terrorismo, al menos desde septiembre de 2001. Es ya una operación burocrática, administrativa, que diría Arendt, practicada sin fisuras a lo largo de casi catorce años. Ayer el presidente George W. Bush; hoy el presidente François Hollande.
Aunque la verdad es que Francia viene bombardeando Irak y Siria desde hace largos meses, desde septiembre de 2014, en lo que ha sido un viraje de la política exterior francesa respecto de la etapa Chirac-Villepin de 2003 -oposición sin ambages a la invasión de Irak-, que Sarkozy inició con el "liderazgo" asumido en la destrucción de la Libia de su presunto financiador electoral, el coronel Muamar el Gadafi.
Catorce años en los cuales la única confesión, matizada y casi a regañadientes ha salido de los labios de uno de los promotores intelectuales de esa guerra, Tony Blair, quien admitió el pasado 26 de octubre que el Estado Islámico (ISIS) se ha nutrido de la invasión de Irak en 2003.
La admisión de Blair no es un asunto moral. Blair no solo promovió quizá con mayor capacidad intelectual que Bush -y mentiras como aquella contenida en un dossier del servicio de inteligencia británico según el cual Sadam tenía capacidad para activar una respuesta con armas químicas en cuarenta y cinco minutos- la guerra contra el terror sino que durante ocho años, hasta junio pasado, ha sido el enviado especial del llamado Cuarteto (EE.UU, Unión Europea, ONU y Rusia), su representante para Oriente Próximo.
En otras palabras: Blair tras promover con Bush una situación que ha dado nacimiento al Estado Islámico ("hay algo de verdad" ha dicho sobre el nacimiento de ISIS en la guerra y posguerra de Irak), ha podido apreciar en persona su crecimiento y expansión a posteriori sobre el terreno de Siria e Irak.
Y, sin embargo, la respuesta sigue siendo la burocrática y administrativa guerra contra el terror con los aliados de siempre: Arabia Saudí, Qatar y Kuwait.
Es decir, de aquellos que han canalizado las armas, previamente adquiridas a países como EE.UU y Francia, y el dinero, para el diabólico plan de aprovechar la resistencia y movilización del pueblo sirio contra el gobierno de Bashar al-Assad y capitalizarla a favor del terrorismo asesino de Al Qaeda y del Estado Islámico (ISIS).
Sí, la insoportable banalidad del mal.
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