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Elecciones catalanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El giro aparente de Convergència

Los políticos catalanistas, y Pujol a su cabeza, han demostrado una singular inteligencia política

Las elecciones autonómicas de Cataluña del pasado 27 han dado una respuesta al envite plebiscitario planteado por el nacionalismo radical. Los votos alcanzados por las fuerzas constitucionalistas han dejado sin fundamento la pretensión secesionista, haciendo abstracción de lo inadecuado del procedimiento seguido. Quizá sea éste el momento para preguntarse por el fundamento de las voces de los que se interrogan por las razones del aparente giro en las posiciones políticas que han acompañado a Convergència desde el inicio de la Transición. En relación a este planteamiento, es posible apuntar la hipótesis de que el giro haya sido más aparente que real. Durante un largo trecho de tiempo, la actitud de Convergència i Unió (CiU) bajo la dirección de Jordi Pujol habría sido la de recorrer el camino que nos ha llevado de la reivindicación de la autonomía al momento actual a favor de la independencia.

Parte sustancial de este camino habría sido la construcción nacional de Cataluña a través de la acción de los sucesivos Gobiernos de la Generalitat. Esta construcción silenciosa y constante habría tenido como objetivo fundamental el reforzamiento de la identidad nacional interna. "Hacer pueblo" y diferenciar a Cataluña del resto de España habría sido la meta de unos Gobiernos catalanes que en su labor constructora necesitaban tranquilizar al máximo al Gobierno central. Tanto el PSOE como el PP aceptaron este planteamiento. Y había aparentes justificaciones para ello. Mientras los Gobiernos catalanes estuvieran dispuestos a la colaboración, aunque fuese limitada, con la vida española de conjunto, no parecían darse motivos para la alarma.

Los políticos catalanistas, y Pujol a su cabeza, han demostrado a lo largo de este dilatado camino una inteligencia política singular. Se trataba de no hacer ruido, de evitar enfrentamientos, a lo largo del proceso. Se avanzaba paso a paso, afianzando las conquistas sucesivas. El campo conquistado habría de servir de punto de arranque de nuevas reivindicaciones sin cuestionar lo alcanzado. En todo caso, se trataba de no despertar el temor y la consiguiente reacción del conjunto de la sociedad española.

Insisto en que los Gobiernos nacionales tendieron a dar por buena esta estrategia nacionalista fiados en su aparente moderación y falta de estridencia. El punto de ruptura no se producirá hasta la materialización de la crisis económica y el posterior planteamiento de la crisis de la reforma del Estatuto de Cataluña. Pero llegado este momento, el nacionalismo catalán habría acumulado la fuerza suficiente para plantear los objetivos finales de su lenta estrategia. No se trataba pues en este momento de plantear unos nuevos objetivos políticos, sino de defender aquéllos que venían larvados desde el inicio de la Transición. Se trataba simplemente de un cambio de táctica posibilitado por la maduración de una estrategia mantenida con éxito a lo largo de un dilatado lapso de tiempo. Una estrategia que ha permitido la incorporación al discurso secesionista de nuevos sectores sociales de la vida catalana, con el afloramiento de un catalanismo “secularizado” en que la posibilidad de maximizar los eventuales beneficios de un "Estado del bienestar" se ha impuesto a otras consideraciones.

Las grandes fuerzas políticas españolas han reaccionado con el lógico desconcierto ante esta situación. La defensa de la legalidad y del Estado de derecho habría de ser la respuesta inicial del PP. La opción por una reforma de signo federal capaz de neutralizar la demanda secesionista, la del PSOE. La disolución tacticista, al modo leninista, la de una izquierda radical. Al fin, ante la inmediatez del desafío nacionalista catalán, parece que se abre camino la idea de la movilización política de la sociedad catalana en defensa de la integridad del Estado y la nación de los españoles. Una movilización que debe hacerse extensible a aquellos sectores del catalanismo político que no pueden sentirse identificados con la deriva radical de sus principales actores políticos. Posiblemente sea ésta la única respuesta que la actual crisis demanda y que la estrategia de CiU a lo largo de estas últimas décadas hubiera demandado a unos partidos políticos españoles más avisados.

La amenaza secesionista en Cataluña no solamente nos enfrenta a una crisis económica y política de gran magnitud. Por encima del incierto futuro que para todos, catalanes y resto de españoles, abre la actual demanda independentista, pienso que hay un superior motivo de alarma: la ruptura de un proceso de State-Making y Nation-Building que España inició con la modernidad y que hoy vemos en riesgo de interrupción. Siendo optimistas, podemos pensar que España y Cataluña podrían superar los riesgos económicos inherentes a la ruptura. Lo que resulta más difícil de superar es la crisis que esa ruptura abriría en una sociedad española de la que Cataluña forma parte indisoluble. Son los lazos económicos, sociales y culturales generados a lo largo de cinco siglos los que se oponen con más fuerza a una hipótesis secesionista. Son, en definitiva, el pasado, el presente y el futuro de Cataluña y España los obstáculos insalvables a la voladura del Estado y la nación comunes.

Es urgente que el nacionalismo catalán acepte una negociación realista con el conjunto del país que garantice su incorporación armoniosa al conjunto de España. Hay que confiar, en última instancia, en que los resultados electorales del pasado domingo supongan el inicio de esa negociación.

Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado en la UNED.

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