Contrapunto a la vía catalana
El lehendakari Ibarretxe y el presidente Mas han logrado que los nacionalismos vasco y catalán resulten antipáticos en España
En la pasada década el lehendakari Juan José Ibarretxe y en la actual el presidente Artur Mas han logrado que los nacionalismos vasco y catalán resulten antipáticos en España. La división que sus planes soberanistas ha generado en sus comunidades y su desafección hacia España explican esa antipatía, aunque, en el caso catalán, los comportamientos de algunos partidos e instituciones nacionales estimularon esa desafección.
Con esta losa, la colaboración entre el lehendakari Iñigo Urkullu y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, va a encontrar una buena carga de escepticismo en el panorama político español e, incluso, puede ser utilizada electoralmente contra Sánchez desde el PP, habida cuenta de que Mariano Rajoy no ha hecho nada para entenderse con Urkullu en la legislatura. El lema de “a los nacionalismos ni agua” puede vender bien en campaña. Sin embargo, hay que poner en valor esta relación. Urkullu, desde que inició su legislatura, ha mostrado que su hoja de ruta no es la de Mas. Sus prioridades son otras: la salida de la crisis y la consolidación de la paz, tras el fin del terrorismo. Pretende un pacto de Estado para abordar la crisis institucional, que Rajoy desoyó, y está dispuesto a participar en una reforma constitucional.
En clave interna, plantea un avance en el autogobierno vasco pactado entre nacionalistas y no nacionalistas siguiendo pautas constitucionales, distanciado del soberanismo catalán. Es una reforma del Estatuto de 1979 que Euskadi tiene pendiente desde el fracaso del plan Ibarretxe y que debate una ponencia en el Parlamento vasco. El encaje de la propuesta de autogobierno que surja a fines de 2016 de la ponencia con una reforma constitucional española será uno de los campos de colaboración entre Urkullu y Sánchez.
La apuesta del lehendakari por el pacto entre nacionalistas y no nacionalistas, alejada de la aventura soberanista catalana, es sincera. El 24-M la ha reafirmado al lograr sus mejores resultados en 30 años y pactar con el PSE los gobiernos de diputaciones y Ayuntamientos. Urkullu ha aprendido de la aventura soberanista de Ibarretxe, que hizo perder al PNV la centralidad y el Gobierno, y está marcado, también, por la necesidad de consolidar el fin de ETA pudiendo encontrar en Sánchez la interlocución que no ha tenido en Rajoy. Cuenta con el precedente de su colaboración con el tándem Zapatero-Rubalcaba en la gestión del cese definitivo de ETA.
Si Sánchez logra profundizar en la colaboración con Urkullu, tal como hoy se le plantea, sobre todo en política territorial, su pauta puede servir de contrapunto al espectáculo del soberanismo catalán. Y, además de poner en valor su plan de reforma constitucional, puede ser un referente de que las relaciones con los nacionalismos son posibles si el diálogo predomina sobre los gestos para la galería. Para ello tendrá que esforzarse por hacer pedagogía frente a la política electoralista y de brocha gorda, tan extendida hoy en Cataluña y en España.
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