‘Made in America’
¿Es posible importar una pieza del mecanismo electoral de EE UU y lograr que funcione?
Tan americano como la tarta de manzana. Tan americano como Hollywood. Tan americano como las primarias… salvo que no: el proceso de selección de liderazgo genuinamente estadounidense rompió las fronteras hace tiempo. Las primarias ya no son solamente americanas. Las hay en varias democracias —en Francia, en Italia, en España, en más de media docena de países latinoamericanos— en las que, de una forma u otra, se buscan fórmulas de renovación de la política anquilosada y distante de la gente.
El sistema de representación indirecta (la selección de delegados que, a su vez, elegirán al candidato en la convención presidencial) de las primarias — y de los caucus, encuentros de vecinos en casas particulares que toman el nombre de la palabra india que significa reunión de líderes tribales— no figura en la Constitución estadounidense. Da igual: la política norteamericana no se entiende sin primarias.
El sistema nació al socaire de la filosofía de progreso que recorrió la sociedad de EE UU a finales del siglo XIX y principios del XX, y que se consolidó en un movimiento político liderado por Theodore Roosevelt tras haber pasado por la Casa Blanca. Cada Estado —y cada partido— tiene fórmulas y reglas distintas para estas elecciones, que se celebran entre enero y junio del año que hay presidenciales. Pero la dinámica básica es la misma: en las primarias se pelea por los votos propios; están protagonizadas por los activistas más entusiastas, y es inevitable el conflicto fratricida. Una vez terminadas y seleccionado el candidato, hay que dejar la poesía e ir a la prosa. En las elecciones generales se pelea contra el adversario por los votantes, y hay que buscar el centro.
Entonces, ¿hasta qué punto es posible trasplantar una pieza de una cultura política a otra muy distinta? En las primarias americanas, los ataques son feroces, destructivos: no se ahorra nada. Pero la capacidad de que cicatricen las heridas es elevada, y la reconciliación de los enfrentados —tampoco hay que idealizar: muchas veces es imposible— forma parte del juego. El partido no se rompe: la Convención une lo desunido y la reconciliación prepara el asalto electoral definitivo.
Ordenan el proceso político, ayudan a forjar y el relato del candidato y le obligan a someterse al escrutinio público
En un sistema con diversas averías —divorcio entre representantes y representados, poder excesivo de los grupos de presión sobre los legisladores, rechazo de los mejores y más capaces a dedicarse al servicio público— las primarias tienen además una función básica: ofrecen la ilusión de la participación popular en el arranque de la carrera que concluye en la Casa Blanca; facilitan la retail politics, la política al por menor, la atención a lo local y a lo personal, las campañas en las que los candidatos conectan personalmente con la mayor cantidad posible de votantes: hablar con la gente, ir a buscarla, escuchar sus historias, estrechar la mano… Es cierto que todo está diseñado al milímetro, que los asesores y expertos marcan el camino, pero siempre hay espacio para lo imprevisto, para lo espontáneo, para que esa exposición a la gente tenga eficacia e incluso cambie la forma de ver las cosas del candidato: “Hacer política de puerta en puerta también te hace reflexionar acerca de los mundos tan distintos que un político debe reconciliar”, escribió Michael Ignatieff en Fuego y cenizas, sobre su dura experiencia en la política canadiense.
Las primarias, con más de un siglo de presencia en la mecánica electoral estadounidense, están muy arraigadas: cada cuatro años se ponen en cuestión —¿qué sentido tiene que Iowa, con un 92,5% de población blanca (en EE UU, 77%), un 5,5% de hispanos (frente al 17% general) y un 3,3% de negros (13% en el país), dé el pistoletazo de salida del proceso de selección de delegados?— pero siempre sobreviven, porque tienen un papel: ordenar el proceso político, ayudar a forjar y definir los relatos de cada candidato y obligar a someterse al escrutinio público a la persona que aspira a ocupar el —todavía— puesto político de mayor poder global. La pregunta es: ¿sirve todo esto para los países que han importado el sistema de primarias?
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