Leopoldo Rodés: las tareas y los bienes
Siempre lo he visto a la cabeza de las causas no sólo justas, sino de largo plazo. Tenía el instinto metódico, esa virtud clásica
Nunca le dije a Leopoldo Rodés que la nota que escribió a la muerte de Emilio Botín tenía la certidumbre de lo sobrio y la virtud de lo breve. La fácil elegancia de Leopoldo lo eximía de cumplidos. Su buen humor y amable inteligencia hacían hospitalario cualquier encuentro, aun en los debates que él y Ainhoa Grandes, su mujer, convocaban en su casa para ventilar los temas más ardorosos, desde el independentismo nacionalista a la legitimidad del sistema entre la corrupción y el populismo. Leopoldo era experto en las pausas, donde la discusión respira y vuelve el diálogo. Contra el martirio, martinis.
La verdadera causa son los otros, debió ser su divisa, porque siempre lo he visto a la cabeza de las causas no sólo justas sino de largo plazo. Vino a Brown acompañando a un amigo, de pronto amenazado en las mismas fechas en que recibía un homenaje. Aunque Leopoldo diría que lo casual es sólo la lógica de los afectos.
Y seguramente no aceptaría que la madre España prodiga esas ironías, como si no hubiese honor sin dolor. Era, como decía Alfonso Reyes de otro amigo, más liberal que español. Hace ya muchos años, en un homenaje a Joaquín Marco por su jubilación de la Universidad de Barcelona, que organizó Jordi Gracia, me pidieron hacer un brindis en la comida, y puse a prueba el protocolo recordando que la Universidad de Barcelona era la única Universidad importante de España que no tenía todavía una cátedra de Literatura Latinoamericana.
Cuando se lo conté, Leopoldo midió la extensión de ese reclamo, considerando, sobre todo, que Barcelona era, había sido, o fue la capital de la literatura latinoamericana; esto es, una urbe cosmopolita. De inmediato, se ofreció a apoyar, con su propia gestión, la creación de esa cátedra.
Como siempre, me arrepentí. Temí empezar otra paliza española (no en vano la novela en España es una paliza permamente, desde la picaresca y el Quijote), dándole más trabajo a los amigos (defecto atrozmente latinoamericano, creer que todo está por hacerse). Pero no contaba con que Leopoldo tenía el instinto metódico, esa virtud clásica. Esa cátedra podríamos convocarla en la Universidad Ramon Llull, me dijo, donde tengo algo que ver. Pero como poseía el raro don de sumar, añadió: Podríamos llamarla "Cátedra Latinoamericana Carmen Balcells". Celebré esa suma latinoamericana, catalana y española.
Hace menos de un mes, Leopoldo convidó a tres buenos amigos para persuadir a uno de ellos de aceptar un tributo público por sus muchos trabajos de amistad atlántica. Plácidamente este amigo agradeció el entusiasmo pero se excusó, abrumado por el exceso de atención. Los tres nos fuimos un tanto melancólicos porque nada es más vivificante que dar las gracias, la más bella palabra del idioma. Leopoldo, sin embargo, me dijo: Lo convenceré.
Nos veríamos en octubre en Barcelona con el Foro Iberoamericano, del que sería anfitrión, y luego en Brown, donde Ainhoa daría unas charlas sobre el MACBA y la pintura catalana. Otros que lo conocieron más, darán testimonio de sus muchos trabajos y virtudes. Otros podemos darlo de los proyectos que con gusto por el optimismo desplegábamos al buen tiempo por venir.
Esa dimensión creativa y generosa de Leopoldo Rodés dice mucho de su pasión por la cultura como base del futuro democrático. Nunca lo he visto más feliz que inaugurando una gran exhibición en el MACBA. Es su lección más generosa. Nos ha hecho sentirnos bienvenidos, a nombre de las tareas y los bienes venideros.
Julio Ortega es un escritor literario peruano que reside en EE UU, donde imparte clases en la Universidad de Brown.
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