El cemento del poder autonómico
El aparato de propaganda montado en torno a Canal 9, la exaltación de la "valencianía" y el clientelismo consolidaron la hemegonía del PP
“Una especificidad nuestra es que aquí el partido gobernante no ha tenido a nadie enfrente, no se ha encontrado con verdadera oposición”, sostiene Jordi Palafox, socialista, catedrático de Historia Económica por la Universitat de València y exmiembro del Consejo de Administración de Bancaja. Tras haber investigado a fondo la corrupción en su comunidad, el escritor y periodista Ferran Torrent ha llegado a la conclusión de que en España “las mayorías absolutas abocan a dictaduras bananeras”.
El caso valenciano acredita la propensión a reproducirse y perpetuarse en el poder de las fuerzas políticas que alcanzan el Gobierno en las autonomías. A falta de un catalizador estrictamente nacionalista, al modo vasco o catalán, el PP valenciano recreó un cemento ideológico impostado con ingredientes no muy distintos de los que utilizan los propios nacionalismos clásicos. Así, asignó a Cataluña el papel de enemigo exterior y desplegó un anticatalanismo desaforado, al tiempo que neutralizaba el valencianismo reivindicativo. “Han trabajado a fondo el terreno ideológico identitario. En cuanto llegaron al poder, hicieron aflorar el anticatalanismo de forma artificiosa y metódica a través de una propaganda muy simple, que culpabilizaba a los catalanes de muchos de nuestros problemas”, asegura Joan Francesc Mira, antropólogo, sociólogo y director del Centro de Cultura Contemporánea de Valencia.
Aunque el asunto ha sido dirimido sobradamente por los expertos lingüistas, incluidos los de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, el Partido Popular no ha dejado de alimentar la tesis de que el valenciano es una lengua diferente del catalán, particularmente en los momentos políticos clave en los que necesitaba desgastar a la oposición. La tarea de ahondar las diferencias con sus vecinos y subrayar las especificidades se ha complementado con la exhibición de las pretendidas esencias valencianistas. El monasterio de Santa María de la Valldigna, fundado por Jaime II de Aragón en 1298, ejerce la función de arquitectura sagrada fundacional, hasta el punto de que el Estatuto de Autonomía incluye, desde su reforma en 2006, esta referencia explícita: “El Real Monasterio de Santa María de la Valldigna es el templo espiritual, histórico y cultural del antiguo Reino de Valencia y es, igualmente, símbolo de la grandeza del Pueblo Valenciano reconocido como Nacionalidad Histórica”.
Todo el entramado institucional se volcó en la misión de enaltecer los logros del partido y la autonomía
Con el mismo propósito de establecer la identidad valenciana, la “valencianía”, la reciente ley de señas de identidad valenciana aprobada incluye los espectáculos taurinos y la paella en el mosaico idiosincrásico a preservar, del que también forman parte la lengua valenciana, el Archivo de la Corona de Aragón y las bandas de música, entre otros elementos. Esa ley, aprobada con el exclusivo apoyo del PP, establece que el menosprecio o agravio de las señas de identidad acarreará la pérdida del derecho al cobro de subvenciones públicas. ¿Estar contra las corridas de toros, no apreciar la paella es ser menos valenciano? Con la identidad no se juega, viene a decir esta derecha que se envuelve en las banderas. “A base de subvenciones, premios y medallas, el PP ha ocupado de manera masiva y capilar todos los tramos asociativos y los espacios festivos, desde los grupos folclóricos a las Fallas, pasando por los hogares de jubilados, y ha hecho de ellos centros de difusión ideológica”, indica Joan Francesc Mira.
Lo que ha pasado en esta comunidad no habría sido posible sin el control exhaustivo que el partido gobernante ha ejercido sobre los medios informativos. “Todos los canales de comunicación social, excepto uno, estaban cortocircuitados por el clientelismo”, asegura un elemento de la oposición que en su día trató inútilmente de que las denuncias del caso Gürtel tuvieran asiento en los medios de información locales. “El Partido Popular mantenía un control tan absoluto en Radiotelevisión Valenciana que podía llegar a lo grotesco. Las noticias no favorables al PP desaparecían sistemáticamente de la escaleta del informativo o pasaban a espacios irrelevantes; justo lo contrario de lo que ocurría cuando la información era negativa para la oposición”, comenta Frederic Ferri, antiguo presentador del Canal 9. Los ejemplos de la manipulación sistemática, de las campañas de descrédito orquestadas, de los silencios impuestos abundan efectivamente en lo indecente y grotesco, al tiempo que ponen de manifiesto la debilidad y docilidad de los profesionales de la información y la inhibición política y social en la defensa del derecho a una información no manipulada.
Puede decirse que todo el entramado institucional se volcó en la misión de enaltecer los logros del partido y la autonomía, las dos caras, a esos efectos, de la misma moneda. Para ello, el PP valenciano dispuso de un gran aparato propagandístico capaz de neutralizar o comprar con cargos, prebendas o dinero a los medios no afines y de hacer creer a la población que vivían en el mejor de los mundos políticos posibles y tenían por delante un futuro de vino y rosas. “Crearon un sistema de propaganda eficaz. Todos los indicadores iban a la baja: el PIB, que estaba a 110% de la media española se ha reducido al 85%; estamos a la cola en formación, en distribución de recursos públicos, en inversión pública por habitante, en camas de hospital; pagamos más que la media y cobramos menos que la media… pero, simplemente, la gente no se lo creía; daba más crédito a la propaganda oficial de que éramos el número uno en todo. Ahora es cuando empiezan a darse cuenta de que somos de los pobres”, subraya el director del Centro de Cultura Contemporánea. A lo largo de estos años, el PP valenciano ha ido engordando su militancia hasta alcanzar los 150.000 afiliados. “Súmale a toda esa gente, la televisión pública Canal 9 y un control institucional total y dispondrás de un poderío enorme. Pocas bromas ante una fuerza semejante”, comenta Joan Francesc Mira.
“El triángulo propaganda, clientelismo, corrupción ha sido el eje sobre el que ha pivotado la estrategia hegemónica del PP, pero debemos reconocer que no hemos sabido responder con la suficiente contundencia; no siempre vimos la extrema gravedad de lo que estaba pasando”, admite hoy un antiguo diputado socialista que prefiere situarse en el anonimato. Nuestro hombre ilustra con la siguiente escena la discontinuidad y tibieza en la lucha contra la corrupción que mantuvo su propio partido. “En cierta ocasión, tuvimos que aguantar un chorreo en público de Pepe Blanco, entonces vicesecretario general del PSOE, y de nuestra dirigente Leyre Pajín porque, en su opinión, nos estábamos equivocando de estrategia al poner tanto énfasis en la corrupción. Venían a decirnos que esa era una pelea poco rentable electoralmente y que lo que los valencianos querían oír eran justamente anuncios de nuevos proyectos. Afrontar la corrupción de forma seria requiere una permanente autoevaluación y no lo hicimos. Nuestro discurso se rompió cuando la agrupación de Benidorm destituyó al alcalde con una moción de censura apoyada por un tránsfuga del PP”, manifiesta este antiguo diputado.
La gente daba más crédito a la propaganda oficial de que éramos el número uno en todo. Ahora empiezan a darse cuenta de que somos de los pobres Joan Francesc Mira, director del Centro de Cultura Contemporánea
¿Es la reprimenda de la alta dirección del PSOE lo que explica que ese partido avalara en los consejos de administración de las cajas valencianas la desmedida política de inversión inmobiliaria? “Las cajas se implicaron en Terra Mítica y otros grandes proyectos porque había una orientación política para el uso especulativo del suelo. Se compraron solares que luego no valieron nada”, afirma Jordi Palafox, catedrático de Historia Económica. Habla con el conocimiento de causa que le da haber representado al PSOE en Bancaja hasta que dimitió en 2006.
“Combatimos el modelo de crecimiento que consistía en poner todos los huevos en la misma cesta de la especulación inmobiliaria y en realizar una pésima gestión de las grandes obras, pero teníamos nuestras limitaciones. Oponerse era un ejercicio baldío. Todo el mundo creía que las cosas iban bien y no nos hacían caso. Fueron años de plomo para nosotros. Si nos oponíamos, nos llamaban antivalencianos”, subraya Ximo Puig, secretario general del PSPV (PSOE) y candidato a la presidencia de la Generalitat.
La oposición no solo se arriesgaba a ser descalificada, despellejada o ninguneada por los medios públicos. Llegado el caso, el poderoso aparato del poder o la larga mano de los caciques podían tomar represalias más dolorosas. “Carlos Fabra [expresidente de la Diputación de Castellón, actualmente encarcelado] me quitó el sueldo y despidió a mi hermano que trabajaba en Canal 9 porque denuncié que cobraba un millón de pesetas al mes”, recuerda Ximo Puig. “Yo fui víctima de un montaje judicial. Me denunciaron sin fundamento alguno, pero la denuncia fue admitida a trámite por uno de los jueces era de su cuerda. Aunque luego fue archivada, estuve un tiempo bajo sospecha pública. Aquí, solo ha faltado que apareciera la mafia de la pistola y la porra; la otra la teníamos encima”, destaca un antiguo miembro de la oposición.
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