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Columna
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Catarsis

El resultado de las elecciones griegas puede marcar nuestro destino

Enrique Gil Calvo

El nuevo año recién iniciado se va a desenvolver en clave no económica, como pretenderá hacernos creer el Gobierno, sino marcadamente electoral, puesto que comienza con los inmediatos comicios griegos cuyo resultado quizá reabra la crisis del euro, seguirá con las elecciones locales y autonómicas que le costarán al PP la pérdida de su hegemonía política, y se cerrará con las decisivas elecciones generales en las que una fragmentada izquierda recuperará la mayoría natural que le corresponde por la orientación ideológica de la ciudadanía. Ahora bien, lo más interesante es que esas tres convocatorias están vinculadas entre sí de tal modo que los efectos de la primera predeterminarán los resultados de las otras dos. Podemos decir por tanto que la catarsis griega marcará nuestro destino último, y eso será debido sobre todo a la identidad política que hay entre Syriza y Podemos.

Ambos partidos se presentan ante las urnas con el mismo relato justiciero, que demanda tanto castigar a las élites culpables de la crisis como resarcir al pueblo por el injusto sacrificio que se le ha infligido. Un relato que ha pasado a ser creído por la mayoría de los ciudadanos, no por la propaganda mediática de Pablo Iglesias y compañía sino porque fundamentalmente está en lo cierto, resultando verosímil e irrebatible para el sentido común. En efecto, demagogias aparte, puede decirse que la política de austeridad ejecutada a partir de 2010 por nuestras élites bipartidistas (en Grecia y España como en Italia o Portugal) ha sido tanto un error como un crimen. Un error porque su naturaleza contracíclica abortó la incipiente salida de la crisis y determinó la caída en una segunda recesión de la que a duras penas nos estamos recuperando. Y un crimen porque el coste de esa política de austeridad sólo recayó sobre las clases populares más pobres e inermes, a las que se sacrificó innecesariamente mientras las élites se enriquecían. Siendo esto así, ¿cómo no indignarse, si encima les asiste toda la razón?

Pero el relato de Syriza y Podemos prosigue demandando no sólo el justo castigo a los culpables sino la necesaria reparación a las víctimas: hay que devolver al pueblo los derechos sociales que se le recortaron, y no sólo por hacer justicia sino como plan de choque para reactivar la deprimida demanda agregada. Una vez más, puro sentido común keynesiano, que así es favorablemente comprendido por la mayoría de la opinión pública. Ahora bien, aquí es donde surge el gran problema, pues como afirma el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Por moralmente justificado que esté, el voluntarismo de Syriza y Podemos puede acarrear efectos imprevistos y contraproducentes. En concreto, de aplicarse el plan de choque propuesto, las clases populares podrían sufrir un nuevo castigo inmerecido comparable al anterior. O incluso peor, ya que llovería sobre mojado.

De ahí el interés del experimento que se dispone a ejecutar Syriza si llegase al Gobierno tras las próximas elecciones. La nueva política económica que se adopte podría abortar la incipiente recuperación griega y, en tal caso, las clases populares más castigadas podrían volver a sufrir nuevas penalidades doblemente inmerecidas. Esa es la verdadera lección que tanto Podemos como sus posibles electores futuros tendrán que extraer de la inmediata catarsis griega.

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