Fuera del rebaño
Los mayores que vienen son diversos, autónomos, disfrutones y peleones
El día que cumplió 65 años, Empar Pineda se levantó a la hora de siempre, se miró en el espejo y vio exactamente el mismo rostro de determinación y mala salud de hierro del día anterior y del siguiente. Algo, sin embargo, había cambiado definitivamente. No tenía que volver a ir a trabajar nunca jamás. La clínica Isadora, donde llevaba tres lustros asistiendo a mujeres que deseaban interrumpir su embarazo, la había jubilado “convenio colectivo en mano”, pese a su deseo de seguir colaborando, y ya era oficialmente vieja para el sistema. Estuvo un mes “desorientada, desubicada, como vaca sin cencerro”, hasta que, como tantas otras veces en su vida, dijo “se acabó”, y se puso “manos a la obra”. La obra consistió, aún consiste, en organizar su nueva vida. Mileurista “pelada” y con su esposa, Cristina Garaizábal, su compañera de décadas, aún en activo, Pineda decidió invertir su tiempo y energía en “lo de siempre: ayudar a los demás, pero sin cobrar por ello”. Creó la Fundación 26 de Diciembre de Mayores LGTB, y hoy pasa muchas tardes atendiendo a los usuarios de un centro social donde gais, lesbianas, transexuales y bisexuales de todas las edades comparten el tiempo libre.
Como Empar, que acaba de cumplir los 70, muchos de los nuevos jubilados no van a entrar jamás en un hogar del jubilado. Los centros de viejos se han quedado viejos. Puede que ahora mismo estén llenos, pero o se renuevan, o mueren. La generación que se jubila ahora es la nacida en torno a los años cincuenta del siglo XX. Los hombres y mujeres que lucharon por los derechos y las libertades, los que las estrenaron y los que hoy siguen ejerciéndolas a conciencia. La democracia, sí. Pero también el divorcio, la píldora, el aborto, el matrimonio homosexual, en el emblemático caso de Empar Pineda. Y, desde luego, no se van a quedar en casa viendo Qué tiempo tan feliz, ni van a echar la tarde jugando al gañote o haciendo ganchillo, ni van a querer que les lleven en manada a bailar Los pajaritos en un local de la playa de Poniente de Benidorm en temporada baja.
Como Empar, que acaba de cumplir los 70, muchos de los nuevos jubilados no van a entrar jamás en un hogar del pensionista
Los viejos que vienen son nuevos. Se salen del redil y ni se sienten ni desean formar parte de ningún rebaño. Lo constatan los expertos. El estudio Los mayores que vienen, de la Fundación Pilares, preguntó a una muestra representativa de los 10 millones de españoles de entre 59 y 69 años por sus circunstancias y sus expectativas. Los resultados cantan. Hay una brecha entre los mayores de antes y los de ahora. El punto de inflexión coincide con el cambio de siglo. En 2001, solo un 30% de los jubilados tenían estudios secundarios o universitarios; en 2010 eran el 60%. Un trabajador que se jubilara en 2000 cobraba, de media, 520 euros de pensión, la mitad de los 1.030 de un recién jubilado de hoy. Una persona de 60 años, ahora, tiene una expectativa de vida de otros 25. Más del 60% ven esta etapa vital como una oportunidad de dedicar su tiempo a lo que desean. Pero más de la mitad prefieren autogestionar su tiempo libre porque lo que se les ofrece no les interesa. Son, en definitiva, más formados, más solventes —hasta ahora— económicamente, más autónomos, más longevos y más peleones.
Los publicistas, siempre al cabo de la calle, llevan tiempo certificando la mutación en sus anuncios. Los nuevos mayores no solo compran, sino que venden. Y no solo dentaduras postizas, compresas de incontinencia y complementos alimentarios a sus coetáneos, que también, sino, rizando el rizo, muebles a los jóvenes que quieren independizarse de los padres. Recuérdese si no el anuncio de Ikea en el que un entrañable señor mayor se une al grupo de iguales que les da de comer a las palomas en el parque, hasta que se da cuenta de que su silla es portátil y decide salir a ver mundo y conocer gente.
Algunos expertos, a la vista del cambio, hablan de la eclosión de una nueva edad. Llaman senelescencia, forzada mixtura entre senectud y adolescencia, al periodo de transición entre la mediana edad y la vejez en el que uno ya no es joven, ni siquiera maduro, pero aún no es, de ninguna de las maneras, viejo. Una etapa, la última de la existencia, que empieza para cada uno en una fecha distinta, porque cada mayor es un mundo y, cada vez más, la identidad se construye menos por la edad y más por el estilo de vida. “Soy mayor, que me quiten lo bailao, y lo que me queda”, resume Empar Pineda sus sensaciones al respecto. El octogenario gurú Leopoldo Abadía es aún más gráfico en su último libro, Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón (Espasa). “No se trata de hacer todo lo que no hiciste antes. Ni de ocuparse todo el día. No sea que acabes siendo un viejo con tantas cosas que hacer que no tiene tiempo de ser viejo.
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