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Un polvorín familiar

Emmanuel sufría un trastorno de la personalidad y Sonia mentía de forma compulsiva; juntos mataron a puñaladas al novio de la hija de ésta

Rebeca Carranco
Sonia Medina, tras una reconstrucción de los hechos.
Sonia Medina, tras una reconstrucción de los hechos.CARLES FRANCESC

Al tercer día, Carol Lizeth Iriarte ya no pudo más. “Me voy a buscar a Teto”, les dijo a su madre, Sonia Medina, y a la pareja de esta, Emmanuel Martínez. Primero, pensó, probaría a llamarle por última vez desde un locutorio. Si su novio no contestaba, acudiría a la policía. Pero a aquella hora, las 8.30, estaba todo cerrado, por lo que Carol, cansada de las explicaciones raras y confusas de su madre y su pareja, puso rumbo a una comisaría. No fue fácil. Emmanuel salió tras ella, gritándole: “¡Puta, cómo vas a ir a la policía, que nos van a sacar enchachados [esposados]!”. Los tres, de origen hondureño, estaban irregulares en España. Por suerte, Carol tuvo tiempo de subir a un taxi, que la llevó a la comisaría más cercana. Si no, la policía cree que podría haber sido la segunda víctima mortal de la pareja.

Tres días antes, el 20 de enero de 2009, Emmanuel, de 24 años, y Sonia, de 40, mataron al novio de Carol, Ernesto Torres, conocido como Teto. Tenía 26 años. Primero le asestaron seis cuchilladas mortales, cuatro en el corazón y dos en el cuello. Cuando estaba moribundo, le torturaron clavándole 18 veces un objeto punzante por todo el cuerpo. Luego doblaron el cuerpo inerte y lo metieron en una maleta, propiedad de Carol, que la joven, de 22 años, había utilizado para viajar de Honduras a Valencia. La bajaron a peso desde un tercer piso sin ascensor y, como no tenían coche, la abandonaron en un descampado urbano, a 400 metros de su casa, donde vivían los cuatro, en Valencia.

Emmanuel Martínez, en una foto de 2009.
Emmanuel Martínez, en una foto de 2009.CARLES FRANCESC

Cuando Carol denunció la desaparición, la policía descubrió que aquel piso de la calle de Enrique Navarro, en el barrio de Benimaclet, era un polvorín emocional: Carol es hija de la asesina de su novio, y además expareja del otro autor del crimen, a su vez pareja de su madre. Con él, Emmanuel, Carol tiene además una hija de dos años, y en el momento del crimen estaba embarazada de 10 semanas de la víctima, Teto. El delicado equilibrio de aquel hogar, si es que llegó a existir alguna vez, se fue al traste cuando Carol anunció que ella y Teto regresaban a Honduras, donde se harían cargo de la hija de Emmanuel. “Antes lo mato”, dijo Sonia a una amiga. Y lo cumplió. Detestaban a Teto, al que consideraban drogadicto y holgazán.

“Cuando nos contó la situación, se nos pusieron las orejas tiesas”, recuerda Esther Maldonado, inspectora, jefa del grupo de homicidios de Valencia. Hasta que Carol denunció, la policía solo tenía un cadáver, dentro de una maleta, que había encontrado un hombre en un descampado mientras orinaba. Por el aspecto —Teto se cuidaba mucho, llevaba las cejas depiladas, pendientes, y tatuajes del conejito de Play Boy— pensaron que se trataba de un asunto de prostitución homosexual. Durante dos días, la policía recorrió zonas y locales de ese ambiente.

El grupo de homicidios no necesitó buscar más. En el mismo momento que Carol estaba denunciando la desaparición de su novio, su madre y Emmanuel se presentaron en comisaría, angustiados. Durante todo ese tiempo, la pareja había intentado hacer creer a Carol que Ernesto se había marchado con un grupo de colombianos al País Vasco, a trasladar explosivos para ETA. “Es casi Francia, allí no cubre la señal telefónica”, argumentó Emmanuel sobre el hecho de que el móvil de su novio saliese apagado. Los investigadores fueron escuchando uno a uno, con la convicción de que los asesinos habían sido Emmanuel y Sonia. “En cuanto le empezamos a apretar, él se echó a llorar y derrotó. Ella en cambio se mantuvo serena. Altiva en sus miradas, en su postura, en sus contestaciones, incluso en el tono de voz, como si nos estuviese diciendo ‘a mí no me vais a acojonar’, lo negó todo. Jamás derrotó”, recuerda Maldonado. El Supremo les condenó a ambos a 12 años y medio de prisión, como coautores del asesinato de Ernesto. Los informes psiquiátricos y psicológicos concluyeron que ambos distinguían perfectamente entre el bien y el mal.

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“La primera mujer que conoció en su vida Emmanuel fue Sonia. Antes solo había estado con niñas”, relata Santiago Rincón, el forense que les evaluó. Y ella además le saca 16 años, lo que explica el control de Sonia frente al desmoronamiento de Emmanuel. “Incluso en el lenguaje, él era más sencillo, hablaba de una forma menos elaborada, menos sofisticada. A ella se la veía más formada”, añade Maldonado. Con tres hermanos, a los 17 años, Sonia se casó en Honduras, y tuvo cuatro hijos, que se sumaron a los dos de él de un matrimonio anterior. Juntos regentaron un taller de zapatos, que ella se vio obligada a cerrar cuando su marido se marchó a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Pasó por un restaurante, por una repostería y finalmente en febrero de 2007 emigró a Valencia. Allí vivía ya el novio de su hija mayor, Carol, Emmanuel, que había viajado a España unos meses antes. Se mudó con él, y entabló una relación amorosa a espaldas de su primogénita, que seguía en Honduras.

“Es una persona muy solitaria”, explica el forense que evaluó al hondureño, que sufrió malos tratos de niño

Emmanuel padece técnicamente un “trastorno límite de la personalidad junto con el trastorno esquizotípico”. “Es una persona muy solitaria, reservada, con pocos amigos, fría y calculadora”, traduce Rincón, que recuerda perfectamente su tono de voz durante el juicio. “Hablaba como Marlon Brando en El Padrino”. El menor de seis hermanos, había sufrido malos tratos de un padre al que vio “siempre borracho”. A los 10 años, le expulsaron por primera vez de la escuela por pegar a una maestra. Ya de adolescente, acabó tres meses en un correccional por lanzar dos granadas contra una comisaría porque había discutido con el capitán. A los 16, acudió al psicólogo porque sufría “rabietas incontroladas y trastornos de conducta”. Una persona en definitiva inestable, que pasó por multitud de empleos (fabricación de arneses para automóviles, zapatería, empresa de azúcar, laboratorio de investigación genética...), sin integrarse en ninguno de ellos. “Cuando siente un impulso, lo cumple, y le duelen mucho las traiciones y la soledad”, define Rincón.

Emmanuel no tardó ni diez minutos en derrumbarse ante la policía; Sonia trató hasta el final de “esquivar el bulto”. En el juicio “daba explicaciones muy completas, cerradas, coherentes, y creíbles. Era dura de batir”, explica el fiscal del caso, Vicente Devesa. La mujer “se enrocó en su posición, y era imperturbable. El mismo tono de voz monocorde, como si estuviese leyendo un texto”. “Para mentir tan bien y con tanta frescura tienes que haberlo hecho siempre”, añade Rincón. Algo que los investigadores pudieron comprobar. Sonia trabajaba limpiando en casas. Uno de sus clientes era un anciano, con alzhéimer. La hija de este declaró que Sonia le hizo creer que era su novia y le robaba dinero. En el tiempo que le cuidó, el hombre tuvo unos gastos extra de 18.000 euros. En su bolso, los agentes encontraron además el permiso de residencia de una compatriota que vivió un tiempo con Sonia, que estaba ilegal en España. En un acto de bondad, la propietaria del permiso de residencia, al saber que lo tenía Sonia, declaró que su amiga se lo habría quedado “como recuerdo”.

Cinco años después de lo ocurrido, todos los que participaron en la resolución del caso creen que sin la denuncia de Carol quizá nunca lo hubiesen resuelto. Ernesto llevaba apenas dos meses en España, y casi no salía de casa. Carol ha rehecho su vida, y su madre y su exnovio, padrastro y padre de su hija, siguen en la cárcel. Sonia continúa negando su participación en el crimen. Emmanuel la protege. “Ella es la mujer que mejor me ha entendido”, le dijo a Rincón.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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