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La discreta diplomacia de Don Juan Carlos “con la mejor agenda del mundo”

Margallo, Moratinos y Trinidad Jiménez explican el papel que ha jugado el Rey en política exterior

Miguel González
El príncipe heredero saudí, Salman bin Abdulaziz, recibe al rey Juan Carlos el pasado 17 de mayo en Yeda.
El príncipe heredero saudí, Salman bin Abdulaziz, recibe al rey Juan Carlos el pasado 17 de mayo en Yeda.AFP

En la primera audiencia tras su nombramiento como ministro, el Rey le entregó un número de teléfono a José Manuel García-Margallo. “Es mi móvil personal”, le dijo, “no dudes en llamarme las 24 horas del día si me necesitas”. También le hizo un encargo: “Quiero que todos mis viajes tengan contenido práctico, que me acompañen las empresas con intereses importantes en el país a visitar”. El titular de Exteriores siguió al pie de la letra ambas instrucciones: “Siempre me he sentido respaldado por Su Majestad, no he dudado en pedirle ayuda cuando la he necesitado y él jamás ha dudado en hacer las gestiones que le he pedido”.

En la cena celebrada en Moscú, en julio de 2012, en presencia de Putin y Medvédev, don Juan Carlos actuó como director de orquesta, animando a los empresarios españoles para que plantearan abiertamente sus dificultades y problemas. Su función no era firmar contratos, sino abrir puertas.

Es ya un tópico calificar a don Juan Carlos como “el mejor embajador de España” o la cara visible de la Marca España. Pero una reciente encuesta entre las 2.000 primeras empresas exportadoras del país demuestra que no se trata solo de un eslogan: al Monarca se le valora como el mejor apoyo para abrirse paso en mercados extranjeros, junto a las oficinas comerciales y el servicio exterior. Nadie discute que el AVE del desierto (el contrato del siglo, por 6.736 millones de euros) no lo habría ganado un consorcio español si el Rey no hubiera echado mano de su amistad con la Familia Real saudí, sorteando las zancadillas francesas. Otras gestiones, menos conocidas, fueron dirigidas a conseguir contratos como el del metro de Lima o evitar la expropiación de YPF. Esta última sin éxito, claro. “Es nuestro último cartucho. No se debe recurrir a una intervención real si está condenada al fracaso o puede conseguirse lo mismo por otros medios”, advierte un veterano diplomático.

El Rey no sólo ha mediado para facilitar negocios. También ha puesto su grano de arena para resolver los secuestros de españoles en el extranjero, como el de los cooperantes capturados por Al Qaeda en octubre de 2011 en Tinduf (Argelia). A la visita secreta de Margallo a Mali le precedió una llamada de don Juan Carlos al entonces presidente del país, ATT.

Con 39 años de reinado, el valor más preciado del todavía jefe del Estado español es su amplísima red de contactos personales. “No creo que haya nadie en el mundo que tenga una agenda tan completa y heterogénea y que la maneje con tanta eficacia”, afirma la exministra de Exteriores Trinidad Jiménez. “Puede descolgar el teléfono y hablar con cualquier mandatario del mundo”, ratifica Margallo.

"Había un pacto de familia para que la relación con Rabat  no se deteriorase"

El Rey mantiene “relaciones cordiales” con todos los líderes iberoamericanos, independientemente de su color político —aunque haya tenido especial sintonía con algunos, como el brasileño Lula—, con los monarcas del Golfo, con el ruso Putin o el kazajo Nazarbayev, compañero de cacerías. Sus conversaciones con Chirac o Mitterrand fueron decisivas para cambiar la actitud de Francia hacia ETA. Pero si algún vínculo ha sido especialmente sensible es la familiaridad con el fallecido rey de Marruecos Hassan II y con su hijo Mohamed VI, a quienes llamaba “hermano” y “sobrino”, respectivamente. “Había una especie de pacto de familia, para que la relación entre los dos países no se deteriorara durante sus reinados”, recuerda el exministro Miguel Ángel Moratinos. Lo que no fue fácil, con contenciosos como el de Perejil, el Sahara, la pesca, la inmigración o Ceuta y Melilla.

Más de una vez, el Rey recurrió a sus contactos personales para llegar allá donde no podía hacerlo el Gobierno. En noviembre de 2004 acudió a Texas para almorzar con Bush padre, con el que mantenía una buena relación. En los postres se incorporó Bush hijo, entonces inquilino de la Casa Blanca. Don Juan Carlos intentó convencerle de que recibiera a su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, al que no perdonaba la retirada de las tropas de Irak, recordándole el apoyo de España en otros conflictos, como el de Afganistán. No lo logró, pero al menos quedó abierto un canal de comunicación.

La otra baza del Rey es su carácter franco y directo, con frecuencia campechano, que le permite plantear los asuntos más espinosos sin molestar a su interlocutor. “A los israelíes les decía verdades como puños, sabía cómo hacerlo, y ante Obama defendió la necesidad de cambiar la política hacia Cuba. Y Obama le escuchó con atención”, recuerda Moratinos.

Pero el Rey ha ceñido siempre de modo escrupuloso a la política exterior que marca el Gobierno, coinciden todos los protagonistas. Aznar se opuso a que hiciera una visita oficial a Cuba –el único país iberoamericano que le ha faltado en su lista-- y tuvo que conformarse con pisar La Habana con motivo de la cumbre iberoamericana de 1999, rodeado por un cordón de seguridad que le aisló del pueblo cubano. Antes de subir al avión de vuelta a España, se fue a darle un abrazo a Fidel.

El Monarca le dio una camiseta a Chávez con el "¿Por qué no te callas?"

Los borbones no tenían buena prensa en amplios sectores de la opinión pública latinoamericana, pero el Rey consiguió vencer recelos, hasta el punto de Argentina y Uruguay le pidieron que mediase en el contencioso por una papelera en el Río de la Plata.

Sin su impulso no se hubieran celebrado 23 cumbres iberoamericanas. Don Juan Carlos acudió a todas, salvo a la última, en Panamá, donde quiso estar presente a través de un mensaje grabado que constituyó su despedida, aunque entonces no se supiera.

Fue precisamente en una cumbre iberoamericana, la de Santiago de Chile, en 2007, donde tuvo su mayor patinazo internacional: el famoso “¿Por qué no te callas?” que le espetó al venezolano Hugo Chávez. Aunque muchos aplaudieron el exabrupto, el Rey sabía que había metido la pata e intentó remediarlo lo antes posible. En julio siguiente invitó a Chávez a Mallorca. Al término del almuerzo, ya más relajados, le dijo a su huésped que tenía un recuerdo para él y le entregó una camiseta grabada con la foto del “¿Por qué no te callas?”. “Me la ha regalado Bush”, le reveló. Chávez se echó a reír.

Ceaucescu, el mediador

M.G.

El 21 de mayo de 1979, el dictador rumano Nicolae Ceaucescu aterrizó en Barajas. Era el primer presidente de un país comunista que visitaba oficialmente España. Con esta invitación, el Rey quiso agradecerle su mediación ante el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, que pasaba largas temporadas en Bucarest, para que aceptara la Monarquía. Carrillo lo hizo y asumió la bandera rojigualda (monárquica), lo que abrió la puerta a la legalización de los comunistas.

La anécdota ilustra la importancia que los contactos internacionales tuvieron desde el inicio del reinado de Juan Carlos I y, también, su deseo de universalizar relaciones. Tras 40 años de aislamiento y un siglo de ensimismamiento, la joven democracia española se propuso entablar relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, desde México (1977), que aún reconocía al Gobierno de la República en el exilio, hasta la URSS (1977) o Israel (1986). Un día antes de dejar de ser ministro de Asuntos Exteriores, Moratinos acudió a ver al Rey con el primer ministro de Bután. “Misión cumplida, Majestad, era el que nos quedaba”, le dijo.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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