Agonía en las cocheras
Driss Elgharadi falleció al permanecer 36 horas encerrado en un autobús tras desmayarse Un juez investiga si el conductor pudo haberlo evitado
El rastro de Driss desapareció en el trayecto de 50 kilómetros que separa Huesca, donde le dejó su novia Sandra, y Sariñena, la parada a la que, cuando llegara, debía ir a buscarle su padre para pasar el fin de semana en su domicilio familiar, en Sena (550 habitantes). Su novia le dejó sentado en la última fila del autobús, donde habituaba a sentarse, pero su familia nunca recibió la llamada de este joven auxiliar de enfermería para anunciar que había llegado a su destino. Tras 36 horas agónicas su cuerpo fue hallado tendido en el suelo del autocar, después de que la policía insistiera al conductor en que fuera a revisar el vehículo aparcado en las cocheras. Los médicos no pudieron hacer nada para salvar la vida de Driss Elgharadi, de 20 años y diabético. Su estado ya era crítico cuando lo encontraron y falleció en el hospital San Jorge de Huesca el martes por la mañana. Un juez ha comenzado una investigación para averiguar si su muerte pudo haberse evitado.
Su novia Sandra se dio cuenta de que algo no iba bien cuando Driss no contestó al mensaje de buenas noches. La familia del joven de origen marroquí, asentada desde hace doce años en España, también se preocupó y comenzó la búsqueda. Primero en el hospital, al sospechar que le había podido dar un bajón de azúcar y después, en la policía. El domingo por la mañana, Fátima, la hermana de Driss, recibió la visita de un agente quien le comunicó que habían encontrado a su hermano. Se había desmayado por un ataque de hipoglucemia y nadie en el vehículo se había percatado. La familia quiere saber si se podría haber salvado si le hubiesen encontrado antes y la justicia se encargará ahora de determinarlo con los informes médicos y las declaraciones del resto de pasajeros. Aunque el juez ha iniciado la investigación de oficio, la familia afirma que también piensa denunciar.
En estas fechas, Sariñena, ubicada en pleno desierto de los Monegros, alcanza fácilmente unos 30 grados secos que hacen imposible aguantar más de cinco minutos al sol. El joven permaneció en el autobús cerrado y aparcado en un solar en el recinto ferial del pueblo casi dos días. Dadas las circunstancias, la familia sostiene que fue su enfermedad la que le hizo desmayarse, pero las condiciones y el tiempo transcurrido los que propiciaron su muerte. Aseguran que los médicos les explicaron que de haberlo atendido a las pocas horas, aún habría esperanzas, pero que el oxígeno dejó de llegar a su cerebro y eso fue lo que le mató. En el centro hospitalario jamás mostró síntomas de mejora. También persiste la duda del momento exacto en el que se desmayó, los motivos por los que lo hizo y cómo pudo ser que nadie viera en el suelo de un autocar de línea a un hombre de 1,80 metros.
Tras rastrear las imágenes de las cámaras de seguridad de la estación de Huesca, la policía dedujo el domingo que el joven debía seguir en el autobús, a pesar de la negativa del conductor. El chófer llevaba años realizando la misma ruta, reside en Lalueza, un pueblo cercano, y en los 80 conducía el autocar escolar de la comarca. En la línea que utilizaba regularmente Driss viaja ya muy poca gente, de hecho, ya no circula diariamente como hace años, el conductor aseguró haber visto al joven, al que conocía después de verse las caras cada fin de semana desde hacía tres años. La empresa Alsa ya le ha despedido por no cumplir el protocolo interno y no revisar el vehículo antes de marcharse. La casa del chófer, en Lalueza, permanecía el jueves cerrada a cal y canto y no respondía a las llamadas. Los vecinos aseguran que un médico tuvo que atenderle en su domicilio por su estado de nervios.
El chico era extremadamente cauteloso con su enfermedad y justo antes de montar en el bus se acababa de hacer las pruebas de glucosa y los niveles eran correctos. Cuando lo encontraron llevaba una mochila gris que le había dejado su novia, con su ordenador portátil, apuntes y varios dulces y chocolatinas. También hallaron su móvil con más de 90 llamadas perdidas.
A partir del domingo la vivienda familiar en Sena se llenó de familiares llegados de otros puntos de España; el goteo de vecinos que ofrecen su apoyo no cesa. Las mujeres de la familia se afanan cada día en cocinar cuscús con cordero en la minúscula cocina, que después sirven en una bandeja de la que todos comen sentados a la mesa. Es tradición en Marruecos preparar este plato cuando se produce una defunción en la familia y ofrecerlo a todos aquellos que llamen a su puerta para darles el pésame. Cuentan que llevan más de 90 visitas.
La madre, Fatna, insiste en que coman todos, ella sin embargo apenas prueba bocado. Muestra dos fotografías de su hijo, en una instantánea luce una chilaba al lado de su padre y en las otras sale corriendo antes de que le diagnosticaran diabetes. Fatna enseguida cubre las imágenes con un trapo para que no las vea su marido, el más afectado de todos.
En el piso superior, se encuentra la habitación de Driss, que es también la de sus otros hermanos. Paredes lisas, salvo por un póster del Barcelona, su equipo, un armario, dos camas y un colchón en medio de la estancia. En un rincón tres botellas con un líquido amarillento y etiquetas en árabe, son medicinas naturales que mandaban a Driss desde Marruecos. En la parte alta del armario una hilera de doce copas, reflejo de las dotes para el atletismo del joven, una práctica que tuvo que abandonar paulatinamente cuando le detectaron diabetes.
La familia Elgharadi llegó a la provincia oscense hace 12 años. Primero fue el padre, Boujamaa, que tras perder su trabajo en la ciudad minera de Jerada emigró a Huelva en 2001 en busca de un futuro mejor para su familia. Un año después se instaló en Sena, y con él, el resto del clan, que en aquel momento estaba integrado por su mujer, Driss, Fátima y el pequeño Ayoub. Imad, de 7 años, nació en España. Boujamaa trabajó en varias empresas locales, pero ahora está en paro.
Driss se había sacado el grado en auxiliar de enfermería y ahora preparaba las pruebas para acceder a un ciclo superior. Había conocido mientras estudiaba a una chica oscense y desde hacía unos meses vivían juntos. “Así ella podía ayudarle a controlar su enfermedad”, explica Fátima. Entre sus sueños estaba el de formar parte del Ejército, una vez que obtuviera la nacionalidad española. Su hermana añade: “Pero ahora esos sueños ya…”.
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