La parábola de los trajes y el honor de los políticos
La presunta financiación ilegal del PP, gracias a los contratos amañados con Gürtel, planea sobre las causas que tendrá que juzgar el Tribunal Superior de Justicia de Valencia
Era el 25 de enero de 2012, cuando el jurado popular formado por seis hombres y tres mujeres declaraba no culpable a Francisco Camps, expresidente de la Generalitat Valenciana, y a Ricardo Costa, ex secretario general de Partido Popular valenciano, del delito de cohecho impropio, al no estar probado, según cinco de sus nueve miembros, que recibieran regalos —los famosos trajes y algunas cosillas más— de los cabecillas de la trama Gürtel.
Claro que están en su derecho ambos políticos de airear el veredicto de inocencia, ratificado después por una Sala del Supremo en abril de 2013, ante cualquier acusación. Faltaría más. Pero los millones de ciudadanos que siguieron el juicio, con las cámaras de televisión en directo, también son muy dueños de recordar sus gestos —sobre todo de Camps— y sus contradicciones, así como la firmeza de todos y cada uno de los testigos que declararon en su contra, con mención especial para José Tomás, el famoso sastre. Así que ellos esgrimirán cargados de razón el papel, y los demás reviviremos lo que oímos —tremendo— y vimos —penoso—. Porque fue imborrable.
Palabra de sastre
José Tomás —Milano, ForeverYoung— tiene hoy cerca de 60 años y ya está retirado tras unos últimos años terribles. Su cara, y apenas su nombre, no eran todavía conocidos del gran público cuando en marzo de 2009 concedía una entrevista a EL PAÍS, firmada por Julio Martínez Lázaro. Y allí dijo cosas como éstas:
-“Él (Camps) me llamaba por teléfono cuando salía de Valencia o desde el coche y me decía a la hora que llegaba al Ritz. A su llegada yo ya le estaba esperando en el hotel y subía a su habitación”.
-“Me hizo repetir bastantes trajes. Quería los pantalones con un ceñidor detrás y hubo que buscar una trabilla que tuvieron que traer de Italia. Pero era una persona amable, buena gente. Los trajes que le hice eran de unos 800 o 900 euros los primeros. Los últimos, de 1.000 o 1.200 (…) Tuvimos relación durante un año y pico”.
-“Sí, es cierto, mientras estaba declarando [ante la policía] tenía el móvil abierto y me llamó entre ocho y diez veces. No cogí el teléfono y no he vuelto a hablar con él. Creo que ya estaba fuera de lugar. Todavía siguió llamándome un par de días más”.
También habló de los pagos. Los hacía el exdirigente del PP gallego Pablo Crespo, número dos de Correa y administrador único de Orange Market:
-“Venía cada seis meses aproximadamente con un fajo de billetes de 500 y pagaba 30.000 o 35.000 euros. La última o las dos últimas veces pagó Orange Market mediante transferencias bancarias”.
Y a pesar de las muchas presiones, desde su jefe hasta el propio Federico Trillo, José Tomás —“siempre he sido votante del PP”— mantuvo con energía y firmeza aquellas palabras en una declaración plagada de detalles ante el Tribunal Superior de Justicia de Valencia el 26 de diciembre de 2011. Allí, alto y claro, declaró que Francisco Camps “jamás ha pagado ni un solo euro ni en Milano ni en Forever. Lo juro por Dios y ante este jurado”. Y la cajera de la tienda Milano de 2003 a 2006, Ana Belén Luque, remató en el mismo lugar un día después: “El único que pagó fue Crespo”.
Eso fue lo que oímos todos, antes de la absolución del jurado por cinco a cuatro.
La historia de los trajes no es, a pesar del desprecio con que trató el tema el propio Rajoy —“afecta a la inteligencia pensar que alguien se vaya a vender por tres trajes”, dijo en una entrevista en TV3 el 23 de abril de 2009- un asunto menor. Y no lo es, en primer lugar, porque la práctica de compra de voluntades con regalos es tan propia de Correa como sus caracolillos, y porque afecta a varios altos cargos del Gobierno. A saber: Francisco Camps (presidente), 8 trajes, 5 chaquetas, 6 pantalones y tres pares de zapatos, más el esmoquin con chaleco negro (no blanco) como manda el protocolo para ver al Papa en el Vaticano; Víctor Campos (vicepresidente): 6 trajes, 4 americanas, 6 pantalones y un chaqué; Ricardo Costa (secretario general del PP), 4 trajes, 3 americanas y 6 pantalones; Rafael Betoret, (ex jefe de gabinete de la Agencia Valenciana de Turismo (AVT) y mano derecha de la exconsejera de Turismo, Milagrosa Martínez), 8 trajes, 6 chaquetas, 6 pantalones y 3 abrigos. Y a Pedro García, el director general de Canal 9, 7 trajes, 5 chaquetas y 6 pantalones.
Hay que recordar que Betoret y Campos admitieron la culpa; el primero devolvió la ropa y el segundo pagó su importe. O sea, que los trajes sí eran un soborno “para ganarse su favor” por su condición de cargos públicos, como dictó la sentencia correspondiente. Difícil entender por qué allí, sí, y aquí -Camps y Costa, no-, pero así fue la resolución del jurado. Aquel ridículo ir y venir con José Tomás tomando medidas al presidente en el hotel Ritz, o a Costa en su despacho del partido, buscando una trabilla italiana para que Camps se encontrara más esbelto, o aquellas justificaciones del dinero de la caja de la farmacia de la mujer de Camps, Isabel Bas, o incluso el sablazo al chófer, chascarrillos localizables en cualquier hemeroteca, no pueden ocultar, pese a su punto de futilidad, lo importante: la gran y estrecha amistad que entablaron el presidente de una Comunidad como la Valenciana, regada entonces con abundancia y desenfreno por el oro divino, y un conseguidor de tres al cuarto, experto en ordeñar contratos a las arcas públicas escasamente protegidas.
Recordemos las conversaciones telefónicas —incluido “el amiguito del alma”— pero también el viaje conjunto al Vaticano, o su proximidad en casi todos los mítines del presidente, o aquella ocasión en que Ricardo Costa, el máximo cargo del partido, le pide a Álvaro Pérez que hable con Camps para que le meta en el Gobierno. Tan importantes como la extrema proximidad de El Bigotes con el propio Ricardo Costa, Ric le llamaba, a quien hizo algún regalo más —un curso de inglés, gestiones con coches de lujo— al tiempo que trataba sobre los contratos con el partido y el Gobierno, como puede oírse en muchas de las conversaciones grabadas por la policía y que salpican todo el sumario.
Porque lo grave es que mientras se daban esas entrañables amistades entre el intermediario y los políticos, al menos diez consejerías de la Generalitat firmaron 85 contratos por valor de más de 13 millones de euros con las empresas de la trama, preferentemente Orange Market. Otras fuentes suben los contratos, y calculan el importe en 16 millones. La penetración de Gürtel en la Comunidad Valenciana nace y se irradia desde la amistad de Álvaro Pérez, El Bigotes, con Francisco Camps, el político que logró zafarse de la pegajosa memoria de Eduardo Zaplana hasta convertirse en firme e indiscutido líder. Las puertas se le abrieron al representante de Orange Market desde el momento que había recibido el toque mágico del dedo del máximo líder.
De modo que el Gobierno valenciano se abrió en canal ante El Bigotes, porque así lo querían desde las alturas. Tenemos testimonios. Como ejemplo, basta la comparecencia, hace apenas dos semanas, del exconsejero de Sanidad, Luis Rosado, ante el juez José Ceres. Él, vino a decir, se limitó a acatar la orden “de Presidencia” de firmar contratos con Orange Market y Diseño Asimétrico. Esta estrategia es la misma que siguen los imputados en una de las seis piezas, la llamada de “cuantías menores”, porque se trata de más de 70 contratos de varias consejerías concedidos a dedo y que no podían pasar los 12.000 euros, o bien eran despieces de otros contratos mayores que se dividían para sortear los controles legales. Lo hacían “por orden de Presidencia”, dicen ellos, porque casi ninguno de esos imputados conocía a Álvaro Pérez o eso, al menos, es lo que declararon ante el juez.
Rafael Betoret, por ejemplo, que sí conocía a El Bigotes, y bien, ha elegido la misma vía de defensa. Que le pregunten a Camps, viene a decir, que nos ordenaba atender a Pérez como si se tratara de un jeque catarí que hubiera llegado al aeropuerto de Castellón para ofrecer inversiones multimillonarias. Les recordamos que Betoret todavía está imputado en el caso Fitur. Reconocida su culpa por los trajes, una segunda condena, al tener antecedentes, podía ser mortal para él… ¿Y hemos dicho ya, por cierto, que la jefa de gabinete de Francisco Camps era Ana Michavila, hermana del exministro que aquí nos tropezamos cada dos por tres, que incluso fichó para su bufete madrileño, Eius, al jefe de la abogacía de la Generalitat, José Marí.
Pero hay que hablar de política, porque de políticos hablamos. A pesar de todo esto, escándalo en calles y plazas, Mariano Rajoy reafirmó a Francisco Camps como candidato del PP a la Generalitat en 2011, y en las listas del partido para las elecciones autonómicas presentaron a nueve implicados en la trama (Camps entre ellos) y otros casos de corrupción como el llamado caso Brugal, que afecta al PP de Alicante. El apoyo a Camps había sido épico. ¿Recuerdan el “yo siempre estaré detrás de ti, delante o al lado, me da igual”, de la plaza de toros de Valencia del 3 de junio de 2009? Quizá les cueste más adjudicar esta frase a su autor, Jaime Mayor Oreja, mismo día, misma plaza: “Paco Camps, el más honorable de todos los españoles”.
El editorial de EL PAÍS del día siguiente de la absolución por el jurado a los dos dirigentes valencianos tenía un párrafo sobrecogedor: “La absolución de Camps y Costa por un jurado popular podría ser interpretada como un gesto más de complacencia ciudadana con los políticos corruptos; como el voto en las urnas a favor de ellos”. Es verdad que el voto masivo en las urnas a su favor, ya había ocurrido el 22 de mayo de 2011, cuando el tema de los trajes llevaba dos años en danza en los tribunales. ¿Hay que creer que nada de todo ello había hecho mella en la solidez del PP en Valencia? ¿Que la trama Gürtel no iba a tener ninguna incidencia? Pronto se vio que era solo un espejismo: Camps finalmente dimitió el 20 de julio de ese mismo año, y su sucesor, Alberto Fabra, se mueve desde entonces sorteando como puede una calamidad tras otra. Ric Costa está imputado en otras causas. A la espera de juicio.
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