“¡Danos el dinero y no te pasará nada!”
La ola de asaltos a chalés con sus moradores dentro atemoriza Girona Los ladrones, encapuchados, atan, amordazan e incluso apalean a sus víctimas
“El médico nos aconseja olvidar lo sucedido y hacer vida normal. Pero dejar de pensar en aquello es difícil”. Jérome Labie, de 18 años, comienza así el relato de cómo él y sus padres intentan asumir lo que les pasó el 20 de enero en su chalet en Pals (Girona). Ese día, dos encapuchados entraron en la vivienda y ataron y amordazaron al matrimonio y al chico, de nacionalidad belga. Aquel fue uno más en la oleada de robos violentos que, desde hace varios meses, afecta a Cataluña y en especial, a Girona. A pesar de que los asaltos se han convertido en la máxima prioridad de la policía catalana, que ha detectado que delincuentes comunes se han pasado a este negocio, la lista de víctimas no para de aumentar.
La huella emocional que dejan estos sucesos no es fácil de borrar. “Mi madre quiere convertir nuestra casa en un castillo impenetrable”, cuenta Labie. Aunque siempre ha habido robos en casas —la última gran oleada en Cataluña fue en 2006—, algunas cifras permiten situar el problema. En la provincia de Girona, los asaltos violentos aumentaron un 86% el año pasado. En total, se produjeron 56. En Cataluña, la media es de 1,5 delitos de este tipo al día. Más allá de los números, un suceso situó el tema “en primer plano de la preocupación ciudadana”, en palabras del consejero de Interior de la Generalitat, Ramon Espadaler.
El consejero se refería así a la muerte del empresario Jordi Comas en su casa de Platja d’Aro, en la Costa Brava, en noviembre. Comas, de 67 años, murió asfixiado sobre el sofá después de que tres encapuchados irrumpiesen en el salón de su casa mientras miraba la televisión. La violencia de este caso no es una excepción: una mujer de 68 años fue apaleada este jueves por un ladrón encapuchado que la ató y la golpeó hasta fracturarle la tibia para amedrentarla dentro de su casa, una bonita vivienda de tres plantas, en la localidad de Santa Cristina d’Aro. Es, como mínimo, el sexto asalto violento que se produce en Girona en el primer mes del año.
La preocupación va en aumento y algunos vecinos, en especial los que viven en urbanizaciones aisladas y alejadas de los núcleos urbanos, han empezado a tomar medidas. “Hemos instalado cámaras para disuadir”, relata Bert Van De Belde, belga de 33 años, en la casa de su madre. La familia vive en la urbanización Mas Nou de Platja d’Aro, una zona de casas muy lujosas donde el 19 de enero cuatro ladrones asaltaron el chalé de una familia francesa. “Si veo algún coche sospechoso le saco una foto y se la envío a la policía”, dice Van De Belde.
También vive en una urbanización el empresario al que tres encapuchados ataron y amenazaron para robarle 5.000 euros de la caja fuerte el pasado día 15. El asalto se produjo en Sant Feliu de Guíxols, en la misma zona de la Costa Brava. “La policía que tenemos está pensada para ciudades, no para urbanizaciones”, alerta Ramón Moles, director del Centro de Investigación en Gobernanza del Riesgo de la Universidad Autónoma de Barcelona. “La prevención en zonas residenciales es difícil”, continúa.
Los asaltos continúan a pesar de que las patrullas y controles de los Mossos d’Esquadra son constantes. Prevenir e investigar los delitos es ahora más difícil que antes, reconocen varios agentes con amplia experiencia. Ya no se trata de unas cuantas bandas profesionales y especializadas a las que hay que dar caza. En muchos casos, son delincuentes comunes o ladrones de casas que empiezan a atreverse a irrumpir en las propiedades con los dueños dentro. Se llevan dinero y joyas porque son fáciles de colocar en el mercado negro. Suelen ser muy insistentes con las cajas fuertes. A Óscar Labie, el padre de Jérôme, le aplicaron dos descargas con una pistola eléctrica para que les indicase dónde estaba la caja.
A Teresa Valls, de 85 años, los cuatro hombres encapuchados que entraron en su casa también la atosigaron. “Les dije que no tenía dinero, que se llevasen la plata”, explica en su casa de Rupià. Valls, que vive sola, y la mujer que la cuida, estaban sentadas en el sofá el martes al anochecer. La anciana comía una manzana. “Noté algo y pensé que era el perro”, cuenta. “¡Dime donde está el dinero y no te pasará nada!”, le amenazó uno de los ladrones.
Los ladrones las ataron de pies y manos y revolvieron todas las habitaciones de la casa, de tres pisos. Valls está entera y no se ha venido abajo, pero la mujer que la cuida se ha quedado tocada por la experiencia. “No está nada bien”, reconoce Juan Carlos Vía, un boliviano de 31 años que trabaja en la propiedad. No es la única que sufre las consecuencias. A la madre de Jérôme la asalta el nerviosismo cada día cuando empieza a oscurecer. La familia instalará nuevas medidas de seguridad para intentar aplacar esa nueva sensación de inquietud.
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