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Juez: “Usted va a ir a prisión”; El Boca: “Nos volveremos a ver”

El asesino y violador de una niña en Huelva en 1991 amenazó al magistrado cuando le comunicó que volvía a la cárcel acusado de otra agresión sexual

José Franco, El Boca, a su salida de la prisión de Morón de la Frontera (Sevilla) el 3 de abril.
José Franco, El Boca, a su salida de la prisión de Morón de la Frontera (Sevilla) el 3 de abril.JUAN FERRERAS (EFE)

Sábado, 14 de julio de 2012, en la sala de vistas del Juzgado número 47 de Madrid. Tras un interrogatorio meticuloso, el rostro de El Boca, condenado a 44 años por asesinar y violar en 1991 a una niña de Huelva de solo nueve años, se desfiguró. Y dirigió su mirada al juez: “¡Me cago en la hostia!”, interrumpió. “Usted va a hundir mi vida, yo no he hecho absolutamente nada, soy inocente… ¡Usted y yo nos volveremos a ver!”, amenazó, esposado. Adolfo Carretero, el juez de Madrid que estaba de guardia cuando la policía le llevó detenido a José Franco de la Cruz, alias El Boca, le sostuvo la mirada y se mantuvo firme: “Sí, usted va a ir a prisión por alarma social, riesgo de fuga, antecedentes y porque la víctima le ha reconocido como autor de su violación”, le informó el juez.

Frente a él, desaliñado, vestido con vaqueros, camisa azul y zapatillas de deporte de color blanco, Carretero tenía al hombre que mantuvo a Huelva y a España en vilo durante las semanas posteriores al fatídico 16 de febrero de 1991. La pequeña Ana María Jerez Cano desapareció una noche de carnaval. De nada sirvieron las batidas ciudadanas en su busca; 31 días después, sobre las aguas del río Tinto, emergió el cadáver de la menor, desnudo y con la cabeza separada del cuerpo. El suceso aupó a una triste y efímera fama a El Boca, quien en los primeros momentos incluso colaboró en la búsqueda de la niña.

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A su afición juvenil por el club argentino Boca Junior o, quizás, al tamaño de su propia boca, debe José Franco su mote. Cuando fue detenido el pasado 11 de julio por otra agresión sexual, en Madrid, apenas llevaba tres meses en libertad tras 21 años entre rejas —en cuatro cárceles distintas— por el crimen de la pequeña Ana María. Y sin permisos. Su historial delictivo lo desaconsejaba: desde 1982 acumula 17 antecedentes, un asesinato, un intento de homicidio (como portero de una discoteca dio una paliza a un cliente), robos con violencia e intimidación, con fuerza en las cosas y lesiones a semejantes.

El 3 de abril salió de la cárcel de Morón de la Frontera (Sevilla). Lo esperaban muchos periodistas, a los que, ufano, soltó que había estado preso “por la cara”. No tengo nada que ocultar, desafió. Tuvo suerte de que la Audiencia de Huelva entendiera que no cabía aplicarle la doctrina Parot, que permite estirar una condena hasta los 30 años, y rechazara un recurso de la familia pidiendo su aplicación. Llevaba cumplidos 21 de los 44 años de condena.

Cuando alcanzó la libertad en abril, puso tierra de por medio y huyó de Huelva. La sentencia le imponía que debía vivir en una ciudad diferente de donde residieran los padres de la niña, que han mostrado su júbilo al saber que el asesino de su hija regresaba de nuevo a la cárcel, de la que no debió salir, denunció la madre.

Eligió Madrid. Y se instaló en el albergue para mendigos La Rosa, en el paseo del Rey, 34. Hasta que el director del centro le expulsó por mala conducta. El Boca es un hombre de fuerte complexión, alto, tiene 48 años, nació en un pequeño pueblo de Huelva. Su aspecto es rudo, con entradas pronunciadas. Aún percibe el subsidio ideado para los expresidiarios, unos 500 euros. Cuando lo cobraba, solía festejarlo a base de copas con dos amigas que conoció en el albergue. Con una, Esther, mantenía relaciones. José Franco no debió moverse el pasado día 11 del chamizo de cartones en el que ha estado viviendo desde que le echaron del albergue. Lo tenía montado justo al lado, al calor del recinto. Dentro conservaba amigos que a veces le dejaban comer a escondidas.

00.05, 11 de julio, miércoles. Y., inicial del nombre de la víctima, de 42 años, mendiga habitual, se acerca al albergue. Su aspecto refleja el doble látigo del alcohol y las drogas. Una vez más, llega ebria. “Aunque ya bebo menos”, contó a la policía después. El Boca también admite que esa noche se había entregado a la bebida.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Y. miró hacia atrás y, aunque era de noche, reconoció en seguida a El Boca. De él solo había oído cosas malas.

—No, que tengo prisa, y todavía no me he tomado la metadona.

Según lo manifestado por la víctima ante el juez, El Boca sacó entonces un cuchillo de monte, con un filo de sierra y el otro normal, se lo puso en el cuello y le ordenó que se agachara. “O te dejo aquí mismo…”, la avisó. Abrió su cremallera, la agarró de los pelos y le impuso una felación.

—¿Eyaculó o no dentro de la boca? —preguntó el juez Carretero a la víctima.

—Sí —replicó ella.

El Boca negó todo. “No, soy inocente; no conozco a esta mujer de nada”, repuso. Fue ese el momento en que el magistrado le avanzó su destino, avalado por el fiscal.

La camisa blanca de Y., con un leopardo dibujado, acabó bañada en vómitos. Aprovechó que El Boca se puso a orinar en la calle para huir y meterse en el albergue. “Me dio mucho asco y vomité”, acertó a decir a los empleados del albergue. Balbuceante, les contó lo sucedido y se acostó, tras llorar. Allí estuvo hasta que sobre las ocho de la mañana fue el Samur a por ella, y la policía en busca de El Boca.

“¿Por qué no llamaron a la policía en ese momento?”, reprendió Carretero a los cuidadores del albergue, dependiente del Ayuntamiento de Madrid. “Lo que pase fuera del centro no nos compete”, dijeron. “Oiga, ustedes son empleados públicos; podría imputarles una omisión del deber de socorro”, espetó el juez Carretero a uno de ellos, trabajador social.

El sábado 14 fue intenso en el juzgado de guardia de la plaza de Castilla. Y es que solo tres meses después de salir en libertad tras 21 años preso por pederastia y asesinato, El Boca volvía a la cárcel.

Requerido por EL PAÍS, Juan José Camacho, abogado de El Boca, señala que su cliente “es inocente” y que los testimonios que le han conducido a prisión son “contradictorios e inconsistentes, empezando por la fecha en que esta señora dice que fue violada; mi cliente en ese momento estaba detenido por supuestas amenazas, y de ningún modo pudo ser él”. “Pienso que está en prisión por sus antecedentes y la alarma social, pero no porque haya pruebas: nadie oyó ni presenció nada”, expone Camacho, que exige una reconstrucción de los hechos. “Ya he recurrido”, anota.

Carretero aguarda la prueba del ADN. Los peritos analizan la ropa y los vómitos. Quieren saber si hay semen en ellos. Si lo hay y el ADN apunta a José Franco, es posible que los otros 10 o 12 previsibles años de cárcel que aguardan a El Boca le quiten de la cabeza su amenaza de volver a encontrarse con el juez Carretero.

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