Genio y figura
Nunca está uno preparado para recibir la noticia de la muerte de un amigo. En cambio, hay personas que sí parecen estar dispuestas a enfrentarse a su propia muerte, al menos en alguna etapa de la vida. Tal me parecía el caso de Gregorio, según una última conversación, telefónica pero intensa, que con él tuve hace muy pocos días. Está bien entendido que el supuesto concreto no fue mencionado en ningún momento, pero de lo que tuvimos hablado saqué la neta impresión de una disposición psicológica y filosófica aceptante.
Deduje esto de una especial serenidad que me pareció advertir en su ánimo. El decurso de los acontecimientos jamás había dejado indiferente a Gregorio y ahora tampoco. No eran la distancia y la relativización su recurso. La relativa importancia que dio a asuntos que siempre le apasionaron y aún ahora lo seguían haciendo le venía, creo yo, de quien, de alguna manera, se sabe o acepta situarse ya en otro plano.
En esta conversación me hizo bien expresa su negativa a seguir determinados consejos médicos que reputaba tan exageradamente ascéticos como insuficientemente eficaces. “En todo caso, antepongo la calidad a la cantidad” fueron, creo, sus palabras exactas. Una disposición bien estoica.
Lo perdemos todos y también España, que para él era algo más que el conjunto del Estado
En el plano personal, Gregorio Peces-Barba ha sido un referente casi constante para mí desde que vine a Madrid a estudiar Derecho. Yo empezaba primero cuando él cursaba tercero. Yo venía de Cádiz, él estaba muy integrado en Madrid. La relación empezó asimétrica, lo que le facilitó conmigo esa vocación de enseñante que nunca le abandonó y gracias a la cual tantas cosas aprendí en aquellos primeros meses, de las que no se explicaban a la sazón en la universidad. Las inquietudes políticas estudiantiles, en las que por entonces éramos casi en todo coincidentes, y determinadas vicisitudes derivadas de nuestra actividad en ese terreno, forjaron una relación amistosa que resistió siempre el embate de las posiciones posteriormente enfrentadas e incluso el ardor con el que hubimos de debatir en más de una ocasión. Algunas veces la fuerza del debate la impusieron las exigencias del guion, que la política requiere que sea de confrontación, pero en muchas otras se derivó del hecho de haber actuado ambos con convicción y sinceridad en el terreno político.
A mi parecer, la vocación de Peces-Barba en lo más profundo era intelectual y académica. Iba en él indisolublemente unida a una extraordinaria pasión política y a un sentido social omnipresente y siempre actuante. Se configuró así un perfil sólido y congruente, que en lo jurídico se amalgamó en torno a su preocupación por los derechos humanos. Creo que la figura de su padre, el recuerdo de su persecución política y del sufrimiento en la posguerra fueron para él un acicate muy determinante, pero nunca le vi que se dejara llevar por un afán justiciero en esta cuestión. Fue un decidido y ferviente partidario de la concordia.
Su legado político es vasto y bien conocido. Su legado intelectual será más legítimamente comentado por los estudiosos. Me permito solo decir que hizo de su vocación por la filosofía del derecho un campo de cultivo de toda una filosofía política. Me impresiona particularmente su esfuerzo y tenacidad en la fundación de la Universidad Carlos III, un centro público de calidad. Por hablar solo de lo que conozco de primera mano, he de decir que los licenciados de su Facultad de Derecho figuran siempre entre los más formados y mejores profesionales jóvenes del sector.
Gregorio era un hombre desinteresado, era “adiafórico” al dinero, no le importaba esa cuestión en lo personal. Vivía espartanamente en Colmenarejo. Me pareció siempre de una autenticidad impresionante en la conciliación de las convicciones con la conducta, un socialista “a prueba de bomba”.
Su lealtad a su partido fue siempre excepcional. Pierden a un compañero que les dio todo. Yo, a una referencia vital y a un amigo, de los que se comprueba que lo son en las ocasiones en que hay que verificarlo. También lo pierde su familia. Lo perdemos todos y también España, que para él era algo más que el conjunto del Estado español.
José Pedro Pérez Llorca representó a UCD en la ponencia que redactó la Constitución.
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