Julia Manzanal, la primera comisaria política en la guerra
Las monjas dejaron morir a su bebé en la cárcel franquista de Amorebieta
La madrileña Julia Manzanal sobrevivió a la Guerra Civil, a una condena a muerte, y a su hija, un bebé de meses que murió en sus brazos en una cárcel franquista. Pasado mañana, esta mujer valiente que vivió tantas vidas y evitó la muerte tantas veces, habría cumplido 97 años.
Con Trinidad Gallego, compañera de cárcel en Amorebieta, se incorporaron a las denuncias por robo de niños a presas republicanas. Querían contar lo que habían visto: cómo a las madres les quitaban a sus bebés en los penales franquistas para entregarlos, sospechaban, a matrimonios adeptos al régimen, pero el único juez que quiso investigar la desaparición de esos niños —él creía que eran unos 30.000— y de más de 114.000 desaparecidos, Baltasar Garzón, acaba de ser juzgado por ello. En 2009, el abogado Fernando Magán pidió a la Audiencia Nacional que se tomara declaración a Gallego y Manzanal antes de que ya no se pudiera hacer. El magistrado Enrique López tardó dos años en decirles que no. Gallego falleció el año pasado, con 97 años, y Julia Manzanal, ayer.
Su primer encargo fue vigilar la puerta de la sede que el Partido Comunista tenía en la calle de O’Donnell de Madrid. Era 18 de julio de 1936. Tenía 21 años y acababa de afiliarse al partido. Terminaría siendo la primera comisaria política: del Batallón Comuna de Madrid, de la 42 Brigada Mixta, V Regimiento. “El comisario era el primero en avanzar y el último en retroceder. Tenía que estar vigilante de los mandos y velar porque a los soldados no les faltara de nada”, y tenía que hacer cumplir las normas de higiene que exponía Milicia Popular —como una ducha diaria o no fumar en habitaciones—, recordaría en un encuentro con sus compañeros del V Regimiento en 1996.
El 1 de mayo de 1931, 17 días después de la proclamación de la República, Julia, afiliada a UGT, había participado en la marcha por el paseo de Recoletos, tras el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero, junto a 300.000 trabajadores madrileños y en la toma de la Casa de Campo, recién abierta “al populacho”. “Las gentes de Madrid ansiaban poder disfrutar de esa cosa tan grande que debía ser la Casa de Campo. Se oía hablar de ella con mucha curiosidad (...) allí no entraba nadie de la clase popular. Fue algo grandioso”, relató Julia en 2002.
Tras la caída de Madrid, fue denunciada y detenida. “Primero me llevaron a la comisaría de Arlabá, luego a otra del paseo del Prado, donde le debo la vida a un carlista que me hizo ingresar en la prisión de Ventas para librarme de un falangista que quería acabar conmigo”, relató hace 10 años. “La niña iba sin cambiar y yo le iba haciendo pañales con mi ropa...”.
Durante los siguientes 10 meses pensó que iba a morir. No porque estuviera enferma, sino porque la habían condenado a muerte. Finalmente, le conmutaron la pena máxima por 30 años de prisión. En la de Amorebieta murió su pequeña. Trinidad Gallego y ella pasaron una interminable noche gritando, intentando que alguna de las monjas de la cárcel les diera medicinas para el bebé. Pero ninguna apareció y por la mañana, la pequeña Julita estaba muerta. Esas mismas monjas le prohibieron despedirse de la niña porque Manzanal era “de las que no comulgaba”. Pero logró colarse en la enfermería y deslizar dentro del ataúd de su hija una bandera roja con la hoz y el martillo que había hecho ella misma. Le cortó un mechón de pelo y lo guardó para siempre.
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