Rubalcaba vuelve a casa
La mejor reforma no es siempre la más radical, sino aquella que resiste al cambio de mayoría
Cambiar el PSOE para que siga siendo el PSOE. La fórmula algo enigmática empleada por Rubalcaba para resumir sus planes como nuevo secretario general de ese partido ha sido interpretada como una variante de la de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual. El personaje de El Gatopardo se refería a la necesidad de la aristocracia de asumir los cambios de la modernidad para que los señores siguieran siéndolo. Lo de Rubalcaba es otra cosa.
El 38 congreso socialista apenas ha reflexionado sobre las causas, no de la derrota, que están claras, sino de su magnitud sin precedentes. Sin embargo, en análisis postelectorales aparecidos estos días hay coincidencia en resaltar la pérdida del voto de centro y centro-izquierda como un motivo esencial del hundimiento. A diferencia de lo que ocurrió en la anterior mayoría absoluta del PP, en 2000, cuando la sangría se manifestó sobre todo como abstención, ahora una parte importante de esos votos ha ido al PP, lo que dobla su efecto electoral: lo que pierde el PSOE y lo que gana su rival más directo (como cuando el Barça gana al Madrid, o viceversa).
Las clases medias son desde hace años un componente esencial de la base electoral de la socialdemocracia. El empeño en disputar el voto izquierdista a IU (y a los nacionalismos de izquierda) mediante políticas radicales dispersas, al precio de distanciarse del electorado moderado, ha sido una causa probable del descalabro. La política radical se diferencia de la socialdemócrata en la tendencia de la primera a apoyar todo lo que se mueva, con independencia de en qué dirección.
No es casual la coincidencia entre Chacón y Rubalcaba en desmarcarse de la política catalana de Zapatero, propugnando un PSOE que “defienda lo mismo en toda España” y reconociendo que fue un error el Tripartito en general, y el pacto con ERC en particular. Según un principio muy conocido, cada vez que un partido no nacionalista gobierna como si lo fuera, los nacionalistas genuinos se creen obligados a radicalizar su posición. El resultado, a la vista está. Pujol convertido al soberanismo, Artur Mas votando por la independencia e invocando la ruptura del pacto constitucional; derrotas sucesivas del PSC en las autonómicas, locales y generales, y Gobierno de CiU con apoyo del PP, partido con el que Mas había jurado (ante notario) no pactar.
Como se ha recordado estos días desde Cataluña, el intento de marginación del PP en el Pacto del Tinell no solo encajaba con la hoja de ruta catalanista sino con la estrategia socialista de alianza entre la izquierda y los nacionalistas para aislar al PP, condenándolo a renunciar a gobernar cualquier institución en la que no tuviera mayoría absoluta. Lo cual enlaza con otro motivo de la derrota: lo que alguien ha llamado “fin de la prima de antifranquismo”.
Durante años, el PSOE utilizó las dificultades de la derecha a la hora de encontrar un líder que no hubiera estado comprometido con el franquismo para establecer una identificación excluyente entre democracia e izquierda. Ecuación resucitada como elemento electoral cada vez que el PP aparecía como posible ganador, pero cuya efectividad actual tiende a cero.
Otro asunto que probablemente tiene Rubalcaba en la cabeza a la hora de plantear lo que ha llamado “una oposición útil” es el balance de actitudes como las que llevaron a su partido a hacer más caso de personas próximas ligadas a movimientos monotemáticos antes que, por ejemplo, al Consejo de Estado. Zapatero tomó posesión como miembro de ese organismo la semana pasada y su presidente, Francisco Rubio Llorente, le recordó con amabilidad su negativa a asumir algunos de los dictámenes no vinculantes de ese organismo. Por ejemplo, el que le aconsejaba no emprender las reformas de los Estatutos sin una reforma previa de la Constitución que estableciera sus límites irrebasables.
O también, por citar un tema de actualidad, el relativo a la capacidad de las adolescentes de 16 y 17 años para abortar sin necesidad de consentimiento paterno. El Consejo recomendó (como quería una mayoría de la población, según las encuestas) un mecanismo de información a los padres, aun reconociendo a la gestante la última palabra. No es seguro, pero sí bastante probable que de haberse aceptado esa sugerencia (la ministra Aído se negó en redondo) el PP habría renunciado a presentar un recurso contra la ley, y a cambiarla ahora para volver a la de 1985, más restrictiva.
Una buena ley socialdemócrata no es necesariamente la más radical o novedosa, sino aquella que por suscitar un amplio respaldo social hace difícil cambiarla cuando se produzca un cambio de mayoría, incluso si el nuevo partido gobernante había votado en contra desde la oposición.
El cambio que necesita el PSOE para evitar su desmigajamiento en esta travesía del desierto que inicia no es el del Príncipe de Salina, sino uno que rebaje el afán innovador de la última temporada. Luego, para ganar las elecciones, sí tendrá que actualizarse para conectar con la juventud que ahora le abandona. Pero en este momento lo más urgente es desmodernizarse un poco para reafirmarse en su identidad socialdemócrata clásica.
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