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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vulnerabilidad de ETA

La banda reconoce al fin el daño que le hicieron el Pacto de Ajuria Enea, la ley de Partidos y la ruptura del último proceso de paz

Luis R. Aizpeolea

Desde que los dirigentes del Sinn Fein Gerry Adams y Martin McGuinness lideraron el final del IRA, en los círculos políticos vascos era moneda corriente constatar que en Euskadi faltaban los Adams y McGuinness que desde Batasuna pusieran a ETA en su sitito. Han tenido que pasar años, centenares de personas asesinadas y mucho acoso policial, judicial y social sobre ETA para que, en medio del escepticismo general, finalmente haya sucedido. Pero ha ocurrido, y la banda terrorista lo ha reconocido en la entrevista que publicó Gara el viernes. Y junto a ello admite, también, que la utilización del terrorismo como vía se ha agotado.

En esa entrevista, cuya importancia radica en que es el relato del final del terrorismo vasco, más allá de su retórica y de la narración épica con la que pretende justificar 43 años de actividad terrorista, ETA reconoce, entre líneas, su vulnerabilidad. Y su reconocimiento confirma lo que se podía intuir, e incluso algunos han escrito, a lo largo de estos años.

Más allá del permanente acoso policial, ETA admite que, en su historia, el mayor daño, en clave política, se lo han producido el Pacto de Ajuria Enea, la Ley de Partidos y la ruptura del proceso de diálogo de 2006 con el atentado de la T-4 de Barajas. ETA explica que el Pacto de Ajuria Enea, firmado por todos los partidos vascos en enero de 1988 a excepción de Batasuna, rompió la línea divisoria tradicional entre nacionalistas y no nacionalistas que vivió Euskadi en los años de plomo y que daba cobertura al brazo político de ETA.

El Pacto de Ajuria Enea trazó una nueva línea divisoria entre demócratas y violentos, aisló a Batasuna y, con ello, logró las primeras movilizaciones unitarias de nacionalistas y no nacionalistas y de los primeros movimientos sociales contra la banda terrorista, que adquirió su máximo auge con la rebelión ciudadana contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en 1997. Fue una iniciativa del lehendakari Ardanza (PNV) con el aval de Felipe González en La Moncloa, y a la que años después se sumó José María Aznar.

La Ley de Partidos, aprobada en 2003 bajo el mandato de Aznar y en el marco del Pacto Antiterrorista propuesto por José Luis Rodríguez Zapatero, ilegalizó a Batasuna. ETA confiesa que esa ilegalización anuló toda actividad política de la izquierda abertzale y todo se redujo a una lucha del Estado contra ella, que fue letal para su proyecto político.

Por último, ETA reconoce que se equivocó al romper el proceso de diálogo, que mantuvo con el Gobierno de Zapatero en 2006, con el atentado de la T-4 porque le aisló de sus bases y le creó un conflicto con la izquierda abertzale. Cinco años después reconoce que la izquierda tuvo razón cuando, ya en ese momento, cuestionó la vía terrorista.

El reconocimiento de ETA de que la vía terrorista ya no sirve es una gran noticia y era un sueño hace aún no mucho tiempo. Pero el hecho de que sea una decisión utilitaria —“ya no sirve”, dice la banda— y no tenga detrás una reflexión ética marca el largo recorrido que aún queda. Aunque no por eso hay que dejar de avanzar en el camino de la consolidación del final —desarme y presos— y de la convivencia.

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